28 sept 2013

EXERESISDOLOROTOMÍA DEL ÚLTIMO PACIENTE

(un minuto antes del segundo de partir) me duele mucho me duele mucho más de lo que puedo resistir urge que mi sufrimiento sea calmado no puedo más que alguien me escuche que al menos me escuchen lo necesito por favor yo no conozco los horarios no lo sé no creo que sea mucha molestia tanto no cuesta nada es mi dolor mi sufrimiento y usted puede calmarlo sólo soy un paciente más y aunque veo que su teléfono parpadea sé que usted tiene tiempo para mí yo lo haría por usted seguro que sí yo lo haría si pudiera si estuviera en mí si yo fuera el médico es un asunto de humanidad de sentido el ayudarnos unos a otros cuando sea necesario que parpadee no importa en tanto yo no soy egoísta yo soy paciente y éste es su trabajo ayúdeme carajo escúcheme dígame si aún me queda mucho o poco si este dolor la pena va a pasar si podré ver a mis hijos nuevamente algún día es imprescindible para mí saber lo que va a pasar pero mucho más saber que usted está allí dispuesto a escuchar a calmar mi dolor sé que usted tendrá los suyos pero no importan ya le llegará el día todo llega hoy soy yo hoy es mi día y yo se lo agradezco mucho no se aflija no se ponga triste con mis palabras no escuche por favor su tren partir escúcheme a mí concéntrese en mi voz en su cabeza halle inténtelo la forma de hacerme mejorar y cabalgar nuevamente volar con todo lo fuerte que yo he sido en la vida volver a ser como antes recuerde que cualquier otro día usted puede ser el paciente.

25 sept 2013

¿Era Joan Baptista Campos un medritor?

 
Todavía no sé si es conveniente usar la palabra medritor para designar a otros colegas. Aunque el término nació en los dias de la presentación del libro Médicos taxistas, escritores y la consolidación del personaje Fausto Porai en una novela todavía inédita como una forma de representar la integración en el desempeño humano y profesional de lo que muchos piensan son dos escuelas diferentes, la literatura y la medicina, sé que muchos lo reducen a la posibilidad de ser médico entre los escritores y escritor entre los médicos. No es así, obviamente no es así. Mucho más todavía, no se trata de una fusión que ocurre por azar. Si bien en este siglo es posible e incluso conveniente fusionarlo todo, no es lo mismo fusionar la medicina y la literatura que hacerlo con la ingeniería y la literatura (¿la ingenietura?). ¿Por qué?, preguntará el lector interesado o quizás también el novicio. Porque la medicina, a pesar de las estadísticas, las comisiones de calidad y la tecnología, no se ha convertido y no sé bien si lo logrará  alguna vez en una ciencia apodíctica. ¿Por qué nuevamente? Porque se ocupa del cuerpo humano y de algo que aunque frecuente no deja de ser perverso en él, la enfermedad. Pero esto es necesario aprenderlo muy poco a poco y, mientras tanto, es posible que alguien utilice la medritura, la condición de medritor, como un dardo (envenenado, claro: si no, qué sentido tiene usar la palabra dardo).




Recordando lecturas me gustaría decir que William Carlos Williams era un medritor. Esa foto que Marta Aponte colgó en su facebook hace unas semanas, con el medritor frente a su escritorio (libros, un telefono de baquelita y el maletín médico) y aquel poema de la botella de cristal en el patio del hospital, esas dos cosas me permitirían pensarlo. Pero aunque lo he leído tanto desde hace mucho tiempo y creo conocerlo bien, no podría asegurarlo. Igual me sucede con Alfred Döblin, el autor de la monumental Berlin Alexanderplatz. Claro, dira el lector espabilado, este hombre, el cuartientólogo, pretende haber creado una nueva raza, la de los medritores, dice que el es un medritor y que William Carlos Williams y Alfred Döblin quizás también lo eran: ¿quién no va a querer tener algo en común con dos escritores asï?
Pues creo haber conocido otros medritores. Uno de ellos, Joan Baptista Campos (1961-2013). Lo conocí como médico de ambulancias siendo yo residente en la Urgencias del Hospital General de Castellon. No recuerdo el primer saludo, pero debieron ser dos o tres palabras serenas y la certera presentación de un paciente. El medico de ambulancia es un especialista en transporte precioso que salva, recoge y luego entrega la mercancia: un accidente cerebrovascular, una sobreingesta o un infarto cardiaco. Joan, sin embargo, hacía algo mas, acompañaba humanamente al paciente y sus cuidadores y cuando se suponía que había terminado su tarea no se limitaba a nombrar una enfermedad sino que transfería la responsabilidad humana adquirida frente a una persona y sus familiares. Así fue cómo terminamos hablando de literatura y, en alguna ocasión, intercambiamos nuestros libros. Nunca pude ir a las presentaciones a las que me invitó (los niños, los kilómetros, las presentaciones), pero sí leí dos libros suyos que me sobrecogieron, Aquesta estranya quietud y El regal en la mirada. Además, seguía su blog, La garfa del dies, y recuerdo la explicación que él, un hombre de El Grao (el puerto) de Castellón, me regaló sobre lo que significaba la palabra garfa: el género que el pescador lleva a casa todos los días al terminar la faena. En su poesía, en su blog, en las conversaciones sobre pacientes y medicina, siempre lo escuché hablar con la misma voz, la voz de la medritura.

 
 
Era, sí, un medritor y, cuando murió, en marzo de este mismo año, sentí un dolor especial. No sólo me dolía su muerte sino el fastidioso hecho de que, a pesar de compartir una ciudad y una profesión especial (la medritura), no había podido frecuentarlo más, escucharlo mejor, más lentamente, como Joan Baptista Campos, el medritor de El Grao, se lo merecía.
 

13 sept 2013

Consejos de una madre sobreprotectora a un escritor no tan joven

 
No escribas sobre el vecino que antes de morir ha cambiado su dirección postal por la tuya dejándote así encargado de la correspondencia con sus acreedores. Es mejor no escribir sobre los muertos o las personas a punto de. Recuerda lo que te pasó cuando escribiste un cuartiento sobre Chávez: te fracturaste el radio derecho y el gancho del ganchoso. Es necesario cuidarse mucho, hijo mío.
No escribas sobre la Virgen María ni sobre apariciones marianas. Hay mucho psicópata alrededor, muchos estafadores, y pueden terminar haciéndote daño.
No escribas sobre política porque tú no eres político. Además, de la venezolana sabes poco porque hace mucho que no vives en Venezuela. Y de la española ni te digo. Eres demasiado extranjero y si ni siquiera entiendes la pertinencia de la monarquía en un país europeo del siglo XXI. Así, ¿cómo vas a entender los silencios de Rajoy, las manos voladoras de Rubalcaba?
No escribas sobre la escasa calidad del inglés de Ana Botella porque el tuyo no es mucho mejor.
No escribas sobre las ex-novias porque seguramente algo tendrás que agradecerles.
No escribas sobre la familia política porque tienen la misma sangre de tus hijos.
No escribas sobre el fútbol porque a Enrique Vila Matas le gusta el tema. Y a Vásquez Montalban. Y a Javier Marías.
No escribas sobre cosas que has visto en tu centro de trabajo. De eso comes, hijo mío.
No escribas cosas buenas de los amigos porque algún día serán tus peores enemigos.
No publiques cosas nuevas en el blog los viernes en la tarde porque los fines de semana nadie lo lee.
No digas que te gusta El Padrino porque quedas fatal, como un psicópata.
No cuentes cosas de tu vida  privada porque en la vida es necesario preservar la intimidad.
No expreses tu opinión sobre temas difíciles porque mayormente te equivocarás.
No escribas textos de amor ni literatura erótica ni nada de eso. El amor es para sentirlo, no para escribirlo.
No escribas sobre asuntos agrícolas porque de pequeño siempre te negabas a regar el huerto de la casa.
No escribas sobre asuntos religiosos porque ése es un tema muy complicado.
No escribas sobre enfermedades psiquiátricas porque todo lo que digas puede ser usado en tu contra.
No escribas sobre muñecas de plástico porque quedas mal, demasiado mal.
No escribas sobre bebidas alcohólicas porque parecerás un borracho.
No escribas nada, ni bueno ni malo, sobre el matrimonio porque se enfadarán contigo.
No escribas sobre pelirrubias, pelirrojas ni morenas. El color del pelo no es transcendente y puede cambiarse en cada esquina.
No escribas sobre frutas ni flores porque se pudren.
No escribas con ilusión y esperanza porque pareces un imbécil.
No escribas sobre la infancia porque te da un tono melancólico que no pega con tu personalidad.
No escribas sobre el futuro porque lo desconoces.
No escribas sobre el presente porque pones en riesgo el futuro.
No creas que te estoy diciendo que no escribas.
Al contrario, escribe mucho, muchísimo, pero no sobre las cosas que he mencionado anteriormente.
Recibe un beso.
Tu madre que te ama.

10 sept 2013

CUARTIENTO SANTO

 
Crecí en un hogar en que las dos cosas más importantes eran alabar al Señor y cuidar los pianos que mi tía atesoraba. Soy absolutamente consciente de lo que he escrito. En mi casa, durante la infancia, antes de cualquier otra cosa, se nombraba a Dios. Al encontrar a mi madre o a mi tía, yo les pedía la bendición y, sólo depués que ellas me la daban ("Dios te bendiga, hijo. Te haga bueno, puro y santo y te dé vida y salud") yo podía hablar y decir que me estaba quemando, que me había herido un dedo o que necesitaba dinero para comprar cualquier cosa. Así era la vida en familia. En los dos primeros años, mientras vivió mi abuela Amalia, todas las tardes venía el sacerdote a celebrar la misa junto a su lecho y darle la comunión. Fueron sus palabras, las de la misa católica, las palabras con las que yo aprendí a hablar para orgullo de las mujeres de mi casa y, luego de la muerte de mi abuela, luego de su muerte, todos los días, antes de ir al colegio, éramos nosotros -mi hermana, mi tía y yo- los que íbamos a la iglesia. Así, la primera cosa que yo aprendí desde el comienzo hasta el final fue la misa y ya a los dos años la repetía junto al cura y las mujeres de mi casa, en el apartamento o en la iglesia, los dos en El Viñedo de Valencia. Y por eso fue también, ayudado porque la casa a la que luego nos mudamos en La Entrada quedaba al lado, justo al lado, de una capilla, que me convertí en una especie de sacristán: tocaba la campana para llamar a los parroquianos y, cuando venía el Padre Carlos Reschop (sólo cuando venía el Padre Carlos) lo asistía como monaguillo.
Crecí, así, rodeado de referencias religiosas y sin la posibilidad de atesorar lo que mi entorno decía que eran impurezas en forma de pensamientos. Recuerdo una vez que mi hermana dijo "coño" y "nojoda" consecutivamente, pues inmediatamente fui y se lo dije a mi tía: castigada. Otra en que un compañero de cuarto me dijo que fuéramos a verle el culo a las niñas del colegio de al lado. Yo no sabía qué significaba la palabra culo y fui a preguntárselo al Padre Carlos. Castigados los dos por observadores de culos. Es que también iba a colegios de curas: hasta segundo año, salesianos. Luego, escolapios, hasta el final del bachillerato..
Pasó algo a los catorce años. Fue una mezcla de varias cosas: la visita de Juan Pablo II a Pinochet, el primer taller de literatura al que asistí, el paso del colegio a la universidad, el recuerdo del Padre Luciano Tenni abusando de algunos de mis compañeros en primaria o la pretensión de parte de mi familia de que yo ingresara en el seminario. Tambaleó mi fe. Comenzó a desmoronarse. Se rompió en mil pedazos.
Por años creí que había sucedido porque tenía que elegir entre ser católico practicante o quizas cura y ser escritor. Y me vanagloriaba de que a pesar de haber cruzado el charco de la fe, dominaba absolutamente la jerga de los creyentes.
Así ha pasado el tiempo y de mi experiencia religiosa sólo quedó el reproche tácito de mi tía por mi deserción y, sin necesidad de acudir a la iglesia, la dificultad de dañar a alguien gratuitamente.
En los últimos años, un poco también empujado por mi trabajo, muy cerca del dolor y casi a un costado de la muerte, he entrado en contacto con personas verdaderamente especiales que me hablan de la religión y de la fe, no sólo con profesión sino con sabiduría.
Por si fuera poco hace cuatro semanas llamé a mi madre en Venezuela y estaba con ella el Padre Salazar, que era durante mi infancia el director espiritual de mi tía Aura.
Aquí debo hacer un aparte. El Padre Salazar es una de las maravillas de la vida de mi familia. Cuando yo tenía 8 o 9 años se fue a las misiones, al Amazonas, al Orinoco, y desde entonces una vez al año viaja a Valencia o a Caracas y entre las cosas que hace le dispensa una visita a mis mujeres venezolanas. Ahora tiene 85 años y el otro día mi madre me propuso que hablara con él al telefono.
-Buenos días, Padre. ¿Cómo está?
-Un abrazo, Slavko. Te quería decir una cosa.
-Lo que usted quiera, Padre. Diga.
-Recuerda que no debes perder la fe.
Obviamente no fui capaz de ponerme a discutir con el Padre Salazar, de contarle mis dudas, mis incertezas, mis limitaciones.
-No se preocupe, padre. Sobre eso no hay ninguna duda.
Dos días después, regresando del hospital a la casa, en el tren, comencé a escuchar las palabras de un anciano que había subido en Burriana y realizaba una llamada telefónica. Su discurso me resultaba conocido y no sabía bien de dónde provenía: si era sacerdote, médico o escritor. En todo caso, era un discurso que podía ser mío. El hombre hablaba como hablo yo e incluso decía cosas que algunas veces escribo o le digo a los pacientes. Finalmente, fue necesario descartar la medicina y la literatura. Era cura, era un sacerdote salesiano. 
Yo que alguna vez pensé que había dejado la religión por la literatura, en sus palabras me encontré a mí mismo y el origen de muchos de mis textos.
Esto no quiera decir que me haya convertido ni que mañana deba ir a la iglesia o, de manera imposible, ya que sigo casado y con hijos, hacerme cura. Simplemente que continúo en esto de conocerme, de hurgar dentro de mí, y que como escritor también soy un poco religioso, igual que también lo soy como persona.
Quizás por eso mi hijo de diez años cuando me ve apenas vestido siempre me lo dice.
-Pareces un cura, caramba.  A ver si te pones algo de color.