29 jul 2016

Uno


Cuando Uno muera o deje de escribir, que es lo mismo, dirán que hay muy poco que decir, que Uno escribió cinco cuentos y empezó tres novelas, que hubo editoriales que tuvieron que cerrar luego de publicarlo, que no era precisamente un best seller, que alguna vez lo invitaron a dar una charla en Machurucuto y otra en Traiguera en medio de unos peñascos dejados caer junto a la iglesia de la Font de la Salut, que en otra publicó un cuento en la revista literaria de Zimbabwe y que Uno entonces estaba contentísimo a pesar de que él mismo había financiado la edición, que quizá era suyo el proyecto de novela sobre un fotógrafo italiano que se enamoraba de los novios y, en los álbumes de matrimonio, decapitaba a las novias, pero que nunca logró escribirle una línea. Todo eso dirán o no dirán nada, que también es probable, y por si fuera poco ya ninguna de esas cosas podría conmover o importarle a Uno. Sin embargo, la chica hermosa y despeinada que recordará que el mundo de Uno era absolutamente literario y que en la medida que envejecía iba ganando amigos y familiares para que se dejasen meter en él y se convirtiesen en lectores, escritores o personajes, esa muchacha linda tendrá razón y a Uno incluso le gustaría escucharla en vida. Quienes le conocemos sabemos que él es así y adora esos detalles nimios, periféricos, que a la mayoría de las personas parecen soberanas tonterías.

11 jul 2016

Cazapalabras



Las palabras se las lleva el viento y el cazador de palabras sale a la calle con la misma indumentaria del cazador de mariposas. Ya que las palabras pueden ser piedras, como decía Carlo Levi, quizá debería llevar una escopeta, pero la palabra saldría herida y tampoco es la idea. Por eso sólo lleva una red y las dos orejas. Así, escucha cómo un médico le indica al paciente que se tumbe en la camilla. “¿De memoria?”, le pregunta el paciente. “Boca arriba”, insiste el médico. “De memoria, eso se dice en mi pueblo dormir de memoria”. Se entera el cazador que dormir de memoria es una expresión que se usa en algún pueblo de Teruel y que su uso encaja con una acepción de la palabra memoria, relacionada a su vez con las esculturas yacientes.

El cazador de palabras se ha estirado, ha lanzado la red de manera perfecta y ya tiene una presa en el botín. La mima, la tranquiliza. La domestica de tanto pensarla y repetirla, de tanto decírsela a los amigos. Va a todas partes con las palabras ganadas. Las lleva al bar y al trabajo. “Dormir de memoria”. Las coge con la mano y se las mete en el oído derecho. A partir de allí comienza a usarlas, a pensarlas, incluso las distorsiona. Inicialmente se acuesta en el sofá, de memoria. No está mal, piensa. Luego, se incorpora y agrega que dormir de memoria podría ser también soñar todas las noches el mismo sueño. Comenzaría con aquella casa de la infancia. “Las cosas vuelven al lugar de donde nacieron”, escribió Rómulo Gallegos en la última página de Doña Bárbara. El comenzaría a dormir soñando con  aquella casa, detenido en el rincón del jardín donde él y su hermana se entretenían jugando con las hormigas. Luego por lo menos diez minutos pensando en el patio del colegio y los paseos por la montaña. Un poco más allá, en las profundidades del sueño, pasaría por la playa y recogería algunas piedras. Visitaría finalmente el amor que conoció en la calle donde también había una farmacia y las últimas dos horas las pasaría jugando a tejer palabras y cuentos contigo. Todo de memoria, como una rutina bella apenas descubierta pero incorporada para siempre, tatuada con metales pasados en la piel de la vida. De memoria.