Publicado en el Dietario del Papel Literario, El Nacional (28/07/2019)
Las instrucciones que han
recibido las espías gringas que trabajan aquí son claras. No importa que vayan
de mormonas, testigas de Jehová o que simplemente den clases a los pequeños
espías. “Cuidado con el tío Teo”. Ellas lo dicen en su lengua y casi nadie las
entiende: “Atention with uncle Theo”. Al final casi nadie dice qué fue lo
que pasó con este hombre, quién era o es, qué hacía o hace. No aparece ninguna
información sobre él en los archivos desclasificados, pero el director del
colegio, que caminando por la Avenida Bolívar se topó con mi negocio, me lo hizo
saber (sin necesidad de pronunciar palabra) mientras le pulía la calva. Es un
hombre extraño y, se nota, tiene problemas. El primero, la calva: ¿qué
necesidad tiene de hacérsela pulir? El segundo, el tercero y el cuarto seguro
tienen que ver con los genitales. Las placas de seborrea en la coronilla hablan
de una denuncia que alguna vez se cursó en Ohio. Por eso, apenas un alumno o un
profesor hace alguna referencia sexual, el hombre se tensa y envía telegramas al
Pato Donald, en Washington. Para curarse en salud. No quiere que la denuncia de
Ohio se ventile nuevamente y entorpezca su carrera. Él es el tío Teo. Castrado
farmacológicamente desde hace años. Lo noto mientras lo unto con aceite de
Argán. Antes de llegar a Venezuela, un sábado en la tarde llamaron a su puerta
dos jovencitas vendiendo el perdón de los pecados. Después de escucharlas
durante dos minutos, que si Jehová, que si el Armagedón, que si Joseph Smith,
se dio media vuelta y les dijo: “Si lo que quieren es sexo, pasen, que aquí
afuera no puedo”. El director no lo contaba, su cuero cabelludo lo dejaba
saber, pero pude notar que sus poros se dilataban mientras yo me iba enterando
del asunto.