Habiendo sido niño solitario, lletra
ferit precoz, que tenía por amigos libros, santorales, volúmenes de
enciclopedia y, fundamentalmente, el sueño de escribir algún día un cuento
decente, cuando hace unos años vio que tenía más de cien amigos en Facebook
le costó creer que fuera cierto. Nunca se lo había planteado como meta, nunca
lo había creído posible y, por ende, le resultaba inaudito que hubiera
sucedido. Sin embargo, encontró explicación en los cambios geográficos (no era
marinero, pero igual siempre había trabajado aquí y allá) y, por qué no, en la
pasión multidisciplinar de su vida (sus amigos venían de fábricas, librerías y todo
tipo de garitos). Cuando sobrepasó los mil, a su asombro se agregó el de sus
hijos. Algo así como “míralo, quién lo hubiera dicho”. Cuando los cinco mil, abrió una segunda
cuenta y se sentó a verla crecer.
Supo (o creyó) desde el primer
momento que la pantalla a través de la cual veía a sus nuevos amigos
magnificaba los eventos de la vida a pesar de que minimizaba la realidad. “No
está mal el invento”, publicó a manera de pensamiento. Era y sigue siendo
bonito. Los likes gustan incluso más que los dulces: son caricias que alimentan
y refrescan al Narciso, gigante o diminuto, que imprescindiblemente llevamos
dentro. Los mensajes, las fotos, los videos, los textos y las felicitaciones
acercan. “Amigos, somos y seremos amigos, no es mentira”. Por si fuera poco,
aunque siempre es posible discutir, las posibilidades son menores que en la
vida real y con el contacto frecuente. Esa es, se dijo, la parte positiva del
afecto agrandado en las redes sociales.
Pero con los años en la medida en que
la segunda cuenta crecía y el invento de Zuckerberg se fue haciendo mayor, pudo
comprobar que este afecto agigantado tiene también un lado negativo. “Tantos
amigos aumentan la alegría pero también la tristeza”, escribió una mañana en
que el caralibro le preguntó que pensaba. No se refería, no quería decir que en
las redes sociales se encuentra alivio, pero también desazón: algo así como que
si es posible el gusto será también lo será el disgusto. No se trataba de eso.
Se trataba, en su cabeza al menos, pero también en la forma en que vivía la red
social, de que si se aumenta la masa de relaciones de la misma manera en que
crecen las buenas noticias también aumentarán las malas. Tenía razones para
pensarlo porque en las semanas precedentes se había enterado por Facebook
de la muerte de cinco contactos y todas le habían dolido verdaderamente. Tanta
alegría como dolor. “No es exclusivo el asunto de las redes sociales”, le dijo
al programa cuando le volvió a preguntar en qué pensaba. “Puede pasar también
con la poesía que leo todos los días. Cuando el poeta muere, no importa que no
lo haya conocido, igual duele”. Pero cinco muertes son muchas en cualquier
circunstancia y por unos días pensó que aquellos días de la infancia, sin
tantos amigos, se vivía mejor, mucho mejor.
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