Cuartiento de la guardia que entra en el hospital con su médico, pero antes un Maseratti ve venderse y compra dos libros vendidos a pesetas en una papelería que, como las todas del país, euros la moneda es que usa para comprar y vender diecisiete años por lo menos hace. Vega de Lope y Teresa santa, nada más menos nada, menos por lo del siete euros equivalente. Pasada una es y pena la vale. Poco por si fuera un secreto es. Libros están allí, vista a la de todos, pero cómpralos ninguno porque de la decoración creen parte forman. Luego trabajo mucho, pero otro libro hay. Un paciente que colombiano dice ser cuentos cuenta y de irse antes agradecido regala El libro del mormón, azul en su tapa dura. Bastar podría con ello, pero en el salir del momento, la guardia terminada ya, médico un gato ve que entra como si su casa fuera al hospital. No trabaja el gato ni paciente es del hospital, el médico piensa. Pero quizá para los felinos de cinco estrellas el hospital un restaurante es. Por eso ábrense las puertas a su paso. Y fondo en el, seguro, una botella azul del agua fresca lo espera porque los días actuales en que estamos pudo escribirse aquí el libro del calor aprieta cuando, by Chester y sus traductores Himes.
Ni cuentos ni artículos. Tampoco articuentos o cuentartículos. Se trata de cuartientos.
25 jun 2017
12 jun 2017
Revólver nuestro de cada día
Confiamos en él. Con los años ha
perdido curvas y se ha hecho más bien rectangular pero los hay de todas las
formas posibles. Ruidoso en cambio continúa siendo. De hecho no sólo emite
ruidos él sino que nos hace más ruidosos a nosotros mismos. Se acabaron los
días de los cow boys silenciosos. Ahora,
revólver en mano, somos más ruidosos que nunca.
Es que él nos defiende y nos sirve (eso creemos) para todo. Con él no
hay cosa que no podamos hacer. Rotos y descosidos. Hay incluso quien se siente
no sólo defendido por él sino también representado. Por eso se elige el más
caro, el de más oropel. Pocas veces un arma ha sido tan mimada. Mucho menos tan
tolerada y vendida. Lo llevan niños y ancianos. Con él se puede entrar en
cualquier lugar. Es de uso permanente. Se
lleva en la mano o en el
bolsillo. Hay incluso quien va al retrete con él. Resulta natural y ningún
bando lo impide. Este revólver incluso se ha apoderado de la mesa de noche.
Nada de pudor. Ninguna discreción. Se pone donde sea y hay que aguantarse. El
que no lo haga es como el que no bota. El que no lo tenga también. Aparte de
extraño, quizá se trate de un perdedor. Él es nuestro revólver y, no sólo hay
que tenerlo, sino también hacer gala de él. Por eso vamos armados a todas
partes. Por eso nos sentimos desnudos sin él. Somos vaqueros aunque viajemos en
tren. Vivamos donde vivamos, ya que estamos permanentemente armados, somos
protagonistas de una película del Lejano Oeste. Esto es gracias a él. Nuestro
revólver nuevamente. Quizá no mata tanto
como los de antes, pero igual nos hace cada vez más estúpidos, cada vez menos
respetuosos. Es lo que hay. Por eso, si vamos a la consulta del médico,
desenfundamos y colocamos el revólver frente a su bata blanca. Si estamos en
una terraza y toca una cerveza, el revólver no puede faltar sobre la mesa:
entre el plato de las aceitunas y el cenicero. Es una desgracia. Nos protege
poco, pero a la mínima tentación la cogemos y comenzamos a disparar sus balas.
No puede ser bueno esto de ir armado a
todas partes. No basta con usar silenciador, quizá sea necesario impedir su entrada en ciertos recintos. Pobre
revólver cansado de tanto uso y disgusto: puto móvil.
8 jun 2017
La hija del amigo
Voy a saludar a mi amigo y encuentro su hija que lo sustituye perfectamente.
-¿No está, verdad?
Ella me ve y me responde sólo con los ojos. Igual haría él, es tan obvio.
-¿Le puedes decir que he venido?
Vuelve a responder con los ojos. Seguramente lo hará pero, tonto de mí, me dejo ganar por la duda.
-¿Sabes quién soy, verdad?
Ahora sí habla.
-Claro que sí, el del libro -mientras lo dice señala con el libro que lee un ejemplar de médicos taxistas que casi forma parte del decorado de la tienda.
En ese momento, mi hijo, mi propio hijo, se empeña en comprar una chuchería y, mientras yo busco la moneda para pagarle, ella me interrumpe con el gesto más hermoso que he visto en los últimos días.
-No hace falta, mi padre tampoco te lo cobraría.
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