28 jul 2011

CORAZÓN DE JESÚS




Comienzo a trabajar en un nuevo hospital y al entrar veo que en el centro del patio se alza una iglesia, con campanario y todo. No me sorprende: curas y médicos usamos uniformes largos y en incontables ocasiones hemos trabajado de la mano.
-Entraré, lo sé -me digo en voz baja mientras subo las escaleras en dirección a las oficinas administrativas.
Cada vez más hablo más solo y mi hijo me llama soliloco.
-No se dice así, se dice soliloquio -lo corrijo por si acaso.
-Cállate un poquito, soliloco.
Cuando llego al segundo piso, por la altura alcanzada, me encuentro frente a la imagen que corona la fachada de la iglesia. No es un crucifijo, tampoco una Virgen, es el Corazón de Jesús, el Sagrado Corazón de Jesús: ese invento imposible aunque sangrante y hermoso que multiplicaron los jesuitas en éstas tierras en el siglo pasado y en el otro.
Comienzo entonces a recordar la historia de un niño, un niño cualquiera al que su madre le cambia el segundo nombre a los dos años y le pone éste: Corazón de Jesús. Este cambio lo hace aduciendo un milagro pero quizás tan sólo se trataba de quitarle el nombre del abuelo paterno.
Cada vez que de pequeño el niño protesta -quizás algún día en que los compañeros del colegio se burlaron de él al descubrir su secreto- la madre le responde:
-Pero, ¿es que acaso te ha ido mal teniéndolo como segundo nombre?
El niño no sabe qué responder, pero en el fondo se ha acostumbrado a presumir de que le ha ido bien. Por eso no insiste y ahora, que comienza a envejecer, cualquier cambio es imposible o no tiene sentido.
No tengo que esforzarme mucho para recordar esta historia porque ese Corazón de Jesús soy yo, yo mismo, Slavko Corazón de Jesús, aunque todavía me cuesta decirlo. Hoy he comenzado nuevamente a trabajar en Castellón donde, se ve, abundan las referencias religiosas, específicamente las dedicadas al Corazón de Jesús.
-¿Por qué? ¿Por qué? -se lo preguntaré al párroco dentro de dos o tres días.
-Porque la provincia fue dedicada al Corazón de Jesús en mil novecientos no recuerdo cuántos -me responderá regalándome dos escapularios y un rosario.
No tendré ningún problema en creerle. Si mi madre hubiera sido el obispo de turno, tambien lo habría hecho. Me consta. Por eso me llamo Slavko Corazón de Jesús Zupcic Rivas.

7 jul 2011

Cuatierno de O

Fue reveladora la visita a O.
.Hay que ir. Venga –me dijeron los compañeros del trabajo.
-¿Hay que ir ya, inmediatamente? - pregunté,
-No, todavía no. Cuando venga el Inspector, nosotros lo acompañaremos. Nosotros contigo, tú con nosotros.
Fue entonces cuando comencé a sentirme nervioso. ¿Cómo será O? ¿Cómo llegaremos? ¿Qué hay que hacer antes de llegar?
El día que tocaba los compañeros lo habían preparado todo y O ya no era un globo lejano en el aire, llevándole un saludo a las abuelas, sino más bien una i latina, un hilo cogido de la mano, sujetándolo todo.
Por el calor y la sequedad, yo pensaba que O se parecería más a Pedro Páramo que a el llano en llamas, pero al final resultó ser que parecía más bien una montaña mágica.
Estábamos en su hospital -era el motivo de la visita del Inspector- y todo parecía bonito y limpio, muy limpio. Incluso los pacientes estaban contentos. Saludaban y sonreían a nuestro paso. Yo no pude evitarlo, recordé dos cosas. Una: un hospital del siglo dieciocho en que todos lucían felices porque el Doctor Roeschlaub les prescribía vino. Dos: un inspector sanitario que alguna vez vino a visitarme en el ambulatorio de La Guásima. Pero nada dije. Menos mal, menos mal.
-Este hospital es bellísimo -apuntó el Inspector y también nosotros sonreímos, tranquilos ya.
Fuimos entonces a la Dirección, que estaba en la que una vez había sido la casita del guarda.
-Es muy bonito todo, parece la montaña mágica -esta vez fui yo el que habló pero nadie intentó escucharme.
Así fue cómo me separé el grupo y comencé a hablar, frente al mortuorio, con uno de los trabajadores. Dijo llamarse Desi.
-¿Cómo que Desi? ¿Por qué?
-Es que me llamó Desiderio.
En apenas un minuto se lo conté todo. Desiderio es mi santo preferido. De pequeño rezaba ante sus huesos en el Colegio Don Bosco. Luego supe que había muerto junto a San Genaro en Pozzuoli, donde nació Sofía Loren.
El hombre estaba contentísimo. Prometió que alguna vez iría a Venezuela a visitar las reliquias. Yo tuve que despedirme de él y, cuando me encontré con mi grupo, lo dije:
-He conocido a Desiderio.
-¿De verdad? ¿Y le dijiste que tienes una novela dedicada a su santo?
-No, eso no se lo dije.
-Pero, ¿por qué?
-Es que eso sólo lo saben los amigos -contesté y fui a despedirme del Inspector.
-Su visita ha sido reveladora. Rebelladora.