A
expensas de mí mismo y como su cadáver junto a la acera pretende eternizarse en
la mirada vidriosa de los transeúntes, confesaré que no me importa en absoluto
su muerte y admitiré que estoy cansado de ver cómo las personas lamentan la
muerte de aquéllos que poco o nada le importaron. Recordaré para todos, y creo
que ése será el peor de los castigos, el momento de la ceremonia fúnebre del
Cardenal Ignacio en que vi caminar entre los bancos de la nave central a un
anciano de lentes oscuros y bufanda amarilla. Reconocí en él al padre de
Gerardo Occhipinti, un alumno del colegio.