Se cumplen quinientos años de la aparición de la
segunda parte de Don Quijote de la Mancha.
Quinientos años y el libro todo se sostiene firme, erguido, maravilloso. Sigue
siendo la mejor y más divertida obra escrita alguna vez en castellano. Para
celebrarlo, incluso han encontrado algún hueso de Miguel de Cervantes. También
se organizan controversias sobre la locura del personaje. Melancólico por
deprimido, ingenioso por maníaco, delirante por psicótico. Estos son algunos de
los diagnósticos que los filólogos regalan a Don Quijote. Yo defiendo una
lectura menos intervencionista. A la hora de adentrarse en un libro, buscando
signos y síntomas, identificando patologías, diagnosticando enfermedades a las
que no se le podrá ofrecer ni siquiera remotamente alivio, hemos de ser cautos
para que no nos suceda lo que al personaje de “El alienista” de Joaquim Machado
de Assis (1839-1908) quien, puesto a juzgar desde la psiquiatría del siglo XIX
la realidad de un pueblo del interior brasileño, terminó indicando uno tras
otro tantos ingresos hospitalarios hasta darse cuenta que él, el psiquiatra, el
alienista, era el único habitante del pueblo que estaba fuera del hospital. Es
imposible, carece de sentido diagnosticar a los personajes de este libro
mágico. Don
Quijote de la Mancha es un tratado vivo aunque irreal de psiquiatría
en el que las enfermedades parasitan a diestra y siniestra el esqueleto
psíquico de los personajes. En un capítulo sí y en el otro también. Esto sucede
porque el protagonista verdadero no es don Quijote sino la locura que lo
parasita. El libro en sí es una fiesta de la locura a la que todos estamos
invitados, no para juzgar ni diagnosticar sino para enloquecer también o para
pedir, como hace permanentemente Cervantes al introducir nuevos elementos a la
locura de sus personajes, que la fiesta no termine, que la locura continúe
página tras página, hasta convencer al lector que el Quijote y los caballeros
andantes existieron y que la mujer más bella y virtuosa del mundo se llama, se
sigue llamando, Dulcinea del Toboso. Nosotros los pacientes, los lectores
enfermos, locos para siempre después de haber leído el Quijote.
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