La
duda la tiene mi niño. ¿Por qué escribes? ¿Qué te queda de tanto hacerlo? La
culpa la tengo yo por hablar a cada instante de los proyectos que tengo en
mente. Lo hago para consolidar las ideas y sentirme comprometido a convertirlas
en textos. Por eso me esmero en responderle. Con mis limitaciones, como bien
puedo, pero también como él bien pueda entenderme. Por un lado siento que
necesito transmitirle mi apego por este oficio desde que tengo más o menos su
edad. Escribir me hace sentir bien, me multiplica. Es, después de leer, la cosa
que más me gusta de la vida. Por otro, no quisiera que me viera como un tonto
aunque lo sea. Escribir es ganar. Crear es la única cosa que nos aumenta. No se
trata sólo de plasmar lo que somos, lo que tenemos, sino además, palabra sobre
palabra, hacerlo crecer. Que se dispare, que alcance alturas inimaginables. Que
derribe fronteras. Hay algo en mi
discurso que no le convence, que no le termina de convencer. Mi hijo necesita
una verdad más cruda, con referencias concretas. Sabe porque me ha escuchado
decirlo que deseaba ser un escritor cuando tenía su edad y quiere saber qué
detalle concreto de la vida puede empujar a un niño de doce años a pretender
tal cosa. Por eso, he de decirle la
verdad, la verdad de entonces que, mira por dónde, continúa siendo la verdad
ahora. “¿Quieres saber por qué escribo?”
“Claro que sí, papá, es lo que te he preguntado”. Abro un frasco de aceitunas partidas. ”Entonces tenemos que hablar seriamente”, le digo ofreciéndole una
y aprovecho que la disecciona con los dientes para contarle que cuando yo tenía
su edad, en el periódico que se compraba en la casa escribía un columnista que me
gustaba particularmente, Kotepa Delgado. “Ah, sí, qué bien”. Pues lo que más me
gustaba era el nombre de la columna: “Escribe que algo queda”. “¿Y qué pasa?”,
me pregunta mi hijo. “¿Qué tiene que ver eso con lo que te he preguntado?”.
Coloco la cuchara de madera sobre la mesa y le respondo lentamente. “Que esa es
la verdad más grande que he leído nunca. Comencé a escribir y continúo
haciéndolo porque algo queda. Siempre”.
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