La primera vez que leí “El guardagujas”,
de Juan José Arreola, nunca había subido a un tren. El tren del cuento, que el
protagonista espera para llegar a T, fue el primero de mi vida, por lo que a
partir de entonces, al menos para mí, todo tren es un asunto literario y cada
vez que subo o bajo de un vagón, no importa que sea ave o mamífero, dentro de
mí contacto con el pasajero del cuento, con su guardagujas jubilado en la estación desierta y con el
mismo Arreola, a quien alguna vez conocí mientras daba una charla, borracho
perdido, a cuarenta kilómetros de Málaga.
Estoy hablando de mi tren, un tren
que desde hace más de treinta años tiene forma de libro. Cada minuto es una
página, cada estación un capítulo. En ocasiones, más que un libro, parece una
biblioteca y, libro tras libro, el tren puede hacerse infinito: promete un
viaje sin tregua en que el número de la página es la potencia de la ventana. Nada
de locomotoras empujadas con fuego ni rostros cubiertos de hollín. Mi tren se
mueve a la velocidad de los besos y, si se toca la tecla adecuada, puede llegar
a la estación de destino en apenas un segundo.
Hay también momentos reales que he
vivido como un usuario común. Recuerdo un coche cama en que compartí litera con
un hombre de setenta años que me refirió que, cinco años atrás, su madre lo
había denunciado por intento de homicidio. No pude cerrar los ojos ni siquiera
un segundo y, cuando llegué a Salamanca, ni siquiera me despedí de él. O la
historia verdadera de unos primos italianos que en tres generaciones nunca han
pagado un boleto ya que siempre se casan con trabajadores ferroviarios.
En los últimos años, además, el tren es mi lugar de trabajo. Desde el último
asiento del primer vagón, no sólo he escrito capítulos enteros de novelas y
leído libros magníficos, sino que también he escuchado conversaciones entre
jueces y médicos, visto crecer noviazgos que incluso han llegado al divorcio y
sobre mi hombro han caído lágrimas, migas de pan e incluso trozos de chorizo.
Por si fuera poco, el tren ahora es
cada vez más lento, como si regresara a los orígenes y fuera necesario
introducirse otra vez en el cuento de Arreola. No hay problema, mi tren es
literario y desde él puedo asegurar que el lector, el buen lector, es el único
usuario que agradece los retrasos y las obras.
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