Lo sabe quien me escucha y a
veces me lee. Trabajo junto a una venta de pescados congelados y libros usados
que yo no sólo compro sino que llamo pescabros. Hoy a la salida de la guardia
he comprado dos pescabros maravillosos: El
mundo, de Juan José Millás y Arquitectura
Gótica Valenciana, de Francesc Pérez y Mondragón y Frances Jarque. Por
menos de lo que me hubiera costado un kilo de merluza. Camino al tren, comienzo
a leer a Millás casi al azar aunque siempre en las primeras páginas y encuentro
la descripción de los experimentos de electroshock que hacía el padre en su
Valencia natal. Era vendedor y fabricante de tecnología médica y en esa época,
luego de varios errores supervisados por un médico valenciano, se había dado
cuenta de la necesidad de usar corriente alterna. No puede ser casualidad, pero
justo en ese momento me topo con uno de los médicos del hospital que se encarga
del asunto. Es un hombre especial y siempre he admirado la exquisita construcción
de sus historias clínicas. Por mi cansancio y un poco por educación, al
saludarle, no le muestro el libro de Millás sino el de arquitectura. Es
bellísimo, formidable. Escrito en un valenciano impecable y con fotos,
anteriores a 1991, año de la edición, que son verdaderos tesoros, irrepetibles seguramente.
Pensé incluso en la posibilidad de regalárselo, pero no lo hice y no me
arrepiento. Le di de todas maneras el dato. Al lado de la farmacia, donde dice
pescados congelados. Allí también venden libros. Estos libros me acompañan en
el tren camino a casa. Cuando allí llego, en el buzón me espera otro pescabro.
Es un libro comprado a través de Amazon, que también vende comida. Es un libro
mío y no lo traigo a esta página por vanidad sino todo lo contrario, por
auto-ironía. Lo he comprado a través de Amazon en una librería de viejo de
Madrid. Giuliana Labolita, el caso de
Pepe Toledo. Fue editado hace diez años en Colombia y si apareció en Madrid
lo más seguro es que yo mismo lo haya llevado allí y se lo haya regalado a un
amigo o conocido. Extraño, pero no hay ninguna dedicatoria. Tampoco hojas arrancadas.
Al final, en la cara interna de la contraportada, un niño ha escrito:
“Empezamos por la unidad uno”. Tiene toda la razón, incluso cuando de pescabros
se trata, hay que comenzar por el principio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario