Foto: Francisco Cámara
Siempre había dicho que el jardín era su gimnasio. Y es que en efecto lo era: trabajando diez horas al día en la biblioteca, la única actividad física que hacía era cortar el césped, cuidar del jardín. Una o dos veces a la semana. Así, sólo así, se mantenía más o menos en forma. Pero en la medida en que las plantas fueron creciendo, la actividad comenzó a ganar envergadura. Cada vez le ocupaba más tiempo y tenía que salir corriendo de la biblioteca para llegar a tiempo a ocuparse de los árboles.
Fue en esa época que le tocó esperar a un amigo en la nave en que un entrenador y sus discípulos practicaban crossfit.
Viéndolos bajar y subir el balón medicinal, hacer carreras, arrastrase contra el piso como si estuvieran en la guerra, subir la cuerda y elevar las pesas, se dio cuenta de que esos ejercicios repetían su rutinas del jardín. Y escuchando al entrenador motivar a sus alumnos se le ocurrió crear un tipo de actividad física, el Gardenfit.
Nació así una especialidad deportiva. El balón medicinal sería sustituido por el capazo del cortacésped, lleno o vacío según la capacidad del alumno. Los ejercicios de cuerda se harían con los árboles y las pesas con los troncos recién cortados.
Emprendedor como nunca antes lo había sido, publicó un aviso en el periódico y, en una semana, recibió diez llamadas telefónicas. Seleccionó cinco de los candidatos. Les cobraba poco. Pero una vez a la semana los ponía a sudar, siempre en horas de la tarde.
-Comenzamos. Vamos con ganas. Tú a barrer las hojas. Tú con el cortacésped. Tú a quitar las ramas secas de los árboles.
A los diez minutos cambiaba los roles.
-Venga, vamos. Ánimo que parece que no habéis comido hoy.
Cuando veía algún perezoso lo espabilaba inmediatamente.
-Si sigues así te cobraré el doble. Venga, vamos.
La iniciativa tuvo tanto éxito que para atender los diferentes grupos de alumnos que se formaron tuvo que ofrecerse a cuidar el jardín de los vecinos.
-Vamos que esto se acaba -le decía a los alumnos en una época en que aunque estaba todas las tardes cuidando de jardines tenía más dinero que nunca.
-Venga, vamos.
Lo que más le motivaba era saberse dueño de algo. Era el inventor del gardenfit. Lo sabía y se sentía orgulloso de serlo Un negocio redondo que multiplicaba sus ingresos e incrementaba la salud de sus pupilos.
El asunto prometía. Si por un año hubiese mantenido la curva ascendente de las primeras diez semanas se habría convertido en un asunto imparable. Pero pasó lo de siempre.Un vecino creyó que también podía sacar tajada del asunto y anunció su propio centro. No sólo era un copión, sino que lo hacía porque siempre le había dado pereza arreglar su propio jardín. Luego el de la otra calle y el del barrio de al lado. A los seis meses había más centros de gardenfit que practicantes. Y sencillamente el asunto comenzó a desaparecer, como los dinosaurios, como las cabinas telefónicas.
Los alumnos se diluyeron. Así fue cómo cerró. Tuvo que cerrar y volver a cuidar él mismo de su jardín.
Le da rabia recordarlo. Estuvo tan cerca. A punto, prácticamente ya lo había hecho. Ahora incluso le da pereza cortar el césped, cuidar de los árboles. El jardín está más destartalado que nunca, repleto de maleza. Y él, gordo y seboso, no parece un inventor.
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