Todo
médico tiene su cajón, qué duda cabe. Y aunque el médico pueda usar
eventualmente un cajón de sastre, poco tiene que ver uno con el otro
fundamentalmente porque en el de sastre según parece cabe todo, mucho más si no
tiene cabida en ningún otro lugar, y en el de médico solo caben (o han de
caber) aquellas cosas que tienen que ver con el ejercicio de la profesión.
El
cajón de médico se distingue de cualquier otro cajón por su discreción. De un
gris oscuro que se aleja del negro, casi siempre junto a la rodilla derecha del
facultativo, incluso para declinar ha elegido el silencio. Nada dice y en ningún
parte se queja, pero en él cada vez se meten menos cosas. Es un cajón pobre,
venido a menos. Desde ese punto de
vista, incluso el denostado cajón de sastre es actualmente más ambicioso porque
entre retazos y trastos diversos el sastre todavía conserva en él hilo y aguja.
El cajón de médico en cambio no se puede vanagloriar de nada ya que en la
consulta del médico los instrumentos más útiles están en la superficie, a flor
de piel, o escondidos detrás del cableado en máquinas mastodónticas. Ello
condena al cajón a un uso secundario, absolutamente secundario, en que se
depositan objetos que una parte de la medicina quiere convertir en antiguallas.
Pero
no por ello este cajón deja de tener encanto. Al contrario, ahora, en esta
circunstancia, es cuando empieza a tenerlo. Por si fuera poco no resulta fácil
dudar de su utilidad ya que para el desarrollo de cualquier consulta, por
escrupulosa que esta sea, siempre será necesario un espacio cerrado donde
conservar el cuño, un recetario manual para el momento en que falle la informática,
las tarjetas de visita que se van recibiendo y alguna guía de terapia
farmacológica.
Pero
esto es solo el comienzo, los primeros diez centímetros. El cajón de médico
también puede albergar el fonendo, un par de olivas de repuesto, dos reglas de
electrocardiograma, el martillo de reflejos y un pulsioxímetro de repuesto. Ofrece
además la posibilidad de albergar algún objeto de uso estrictamente personal.
El monedero, el estuche de las gafas, el móvil o el reloj si acaso es necesario
despojarse de este último. Se fundirían en esta posible instancia hacienda
pública y privada, lo cual tiene tanto encanto como peligro.
Así es
el cajón de médico, anticuado, útil y universal, entrañable como una cabina de
teléfono o un bebé de dinosaurio perdido en la estación de autobuses, que hoy
nos ha permitido construir un cuartiento.
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