No
podría asegurar que en estas semanas ha nacido un niño a quien sus padres han llamado Coronavirus. Pero si hablamos de Covid la situación sería absolutamente diferente. Claro que sí. Sin necesidad de evidencia, lo aseguro. En el registro civil de Manila, Sao Paulo, Moscú, Maracaibo y Cali están siendo presentados en este momento varios recién nacidos con ese nombre. Covid Alejandro, Covid Ernesto, Covidia Virginia. Ellos son apenas el aperitivo de lo
que sucederá a finales de año. Producto del confinamiento el mundo se llenará
de ellos y también de Confinados, Confinadas y Cloroquinas. Cuarentena María quizá sea uno de los nombres compuestos que más se escuche en los paritorios en diciembre de 2020. Estos niños crecerán a pesar del drama que su nombre invoca. En veinte años ya comenzarán a aparecer en los periódicos. La primera
en hacerlo será Covidia 17, una estrella musical de breve pero impactante carrera.
Habrá también un dramaturgo precoz, asunto que no deja de ser interesante ya que revela
que en 2040 todavía se representará teatro novel. Algún jugador de béisbol
también habrá y dos de fútbol. Progresivamente irán haciendo sus vidas, muchas sin publicidad ni estrellato. Médicos, fontaneros, panaderos, dependientas de tienda, taxistas y asesinos a sueldo. Cuando muestren el carnet de identidad o sus tarjetas de presentación harán llorar a los memoriosos más sensibles. En Colombia, Covidia Patricia Rentería será en año 2057 candidata a la Alcaldía de Bogotá. Perderá, pero tres años más tarde será elegida presidenta del país todo. Más lentamente, un publicista mexicano, Covid Alejandro Villoro, después de dos intentos autolíticos hará carrera en los organismos
internacionales y en el año 2075 alcanzará la Presidencia de la Organización Mundial de la Salud. Dos años
después, en un gesto de justicia poética con sus orígenes y su
trayectoria, la disolverá. Se habrá acabado entonces la OMS. Pocos de nosotros lo veremos y, si es posible hacerlo de antemano, desde ya lamentamos que tenga que pasar tanto tiempo para que todo el mundo sepa que la OMS sirve para tan poco, que apenas es un desván olvidado en el que se acumulan burócratas y médicos de carrera insípida y escrúpulos diminutos, que podría ser el primer decreto del Covid que mañana nacerá en Cachemira y que, dada su inutilidad, si desapareciera ahora mismo, no lo lamentaríamos.
Ni cuentos ni artículos. Tampoco articuentos o cuentartículos. Se trata de cuartientos.
15 abr 2020
4 abr 2020
Por si acaso no volvemos a besarnos
Me voy a la cama con las peores
imágenes y sensaciones del día en la cabeza, relacionadas con la pandemia
actual. Para tranquilizarme, recurro a dos detalles buenos que logro recordar. El
primero, un hombre junto a la estación de trenes. Vestía una chaqueta cuya espalda estaba
decolorada por franjas y, grapado sobre estas últimas, un cártel: “Balmis”. Es
necesario explicarlo. En España, la Unidad Militar de Emergencias ha prestado
un invalorable servicio pulverizando calles, estaciones de tren, hospitales y
paradas de autobuses con lejía. A este servicio (y otros añadidos alrededor de
la evolución de la pandemia) le han llamado “Operación Balmis”. Francisco de
Balmis y Santander fue un médico militar del siglo XVII que, entre otras cosas,
proyectó y ejecutó el transporte y difusión de la vacuna contra la viruela en
las colonias españolas utilizando como medio de transporte niños huérfanos en
un viaje que ha sido novelado por Julia Álvarez y Javier Moro. No puedo
asegurar que su biografía fuese conocida por el hombre de la chaqueta decolorada, pero sí que este se había
sentado en un banco público un momento después de que la UME pasara y, en vez
de llorar la chaqueta perdida, decidió quedársela como recuerdo del coronavirus,
la UME y la “Operación Balmis”.
A partir de ello, recuerdo un par
de chicos que vi a cien metros de la entrada del hospital. Se notaba en ellos la
alegría de encontrarse. Normalmente se habrían abrazado y dado dos besos. Los
codos parecían querer despegarse de las costillas y las mejillas se veía que
luchaban por contener el gesto de aproximarse. Mejilla contra mejilla. Labios y
saliva contra mejilla. Saliva que ahora consideramos microbiana, como si nunca
lo hubiéramos sabido. Prefirieron mirarse tiernamente y compartir palabras
dulces. Él preguntó: "¿Volveremos a besarnos? ". "No lo
creo", respondió ella. Yo tampoco. En ese momento estuve convencido de que
una de las cosas que se llevará el coronavirus será el beso social, pero eso
ante tanta tragedia y destrucción es una tontería. Dolorosa e importante sí, pensé antes de conciliar el sueño, pero una tontería.
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