7 jun 2020

Donde digo PCR quizá quiero decir Pablo, quizá proteína


Ha de haber por lo menos quinientas parejas en el mundo en las que él se llame Pablo y ella Elisa, pero si los apellidos de él son Castillo Reverón o Cobos Ruipérez, sus siglas son PCR y ella seguirá siendo Elisa aunque, como si Beethoven nunca hubiera compuesto para ella, la llamaremos ELISA. Es en la cuarta línea de un cuartiento donde ella le besa y, de manera repentina, pandemia arriba o pandemia abajo, se da cuenta de algo demasiado obvio:
-Pablo, tú nombre y el mío. Así se llaman las pruebas del coronavirus.
-¿Cómo?
-Sí, PCR y ELISA.
Duele un poco, pero es necesario decir que en este momento, pandemia arriba o abajo, una prueba que aporte información sobre la posibilidad de que el virus se haya acercado, se encuentre o haya dejado memoria en nuestros cuerpos es imprescindible en algunas instancias. La piden los médicos para visitar a los pacientes, las empresas para volver a trabajar, los dentistas antes de amalgamar las piezas. Es una exageración seguramente, por aporía, pero a veces incluso parece que es necesario tener una PCR negativa para poder hacerse la PCR. No la piden peluqueros y panaderos todavía, pero si la situación se termina de desmadrar igual terminarán pidiéndola.
-Quizá podríamos aprovechar esa circunstancia -apuntó Pablo instalado ya en esto que se pretende llamar la nueva normalidad-. Ayer vi a un hombre decir que era PCR negativo para el coronavirus, que él "solo" era positivo para el VIH y alguna hepatitis.
Inmediatamente y sin faltar a la verdad, ambos se pusieron manos a la obra. Simplemente colocaron un cartel en la puerta de su casa con sus nombres:" PCR, ELISA".
Cuartientos no ha podido indagar en lo que pasó luego. Quizá les fulminaron el intercomunicador de tanto preguntarles cuánto costaban las pruebas. Quizá empezaron a hacerlas realmente. Quizá se lucraron. Esta última posibilidad augura una vida afortunada a sus descendientes.

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