Son dos pretensiones antiguas, lo sé. Poco importan
los avances de la medicina, las premoniciones de Lee Majors en The six million dollar man y que la
limonada no solo ya ha sido inventada sino que seguramente es una de las
primeras bebidas que todos aprendimos a preparar. No importan, no. Casi como
reto de especie, continuamos queriendo curar la ceguera e inventar (por
mejorar) la limonada.
Lástima que a pesar del empeño sostenido siguen siendo pocas
las posibilidades de avanzar en el asunto. Por eso se deja registro incluso de
los más pequeños avances. Porque hay poco que hacer. ¿Cómo curarla? ¿Cómo mejorarla?
Pienso en ello durante el desayuno mientras los residentes
de oftalmología comentan sus hallazgos y los de psiquiatría recuerdan cómo un
ciego de toda la vida, con perro lazarillo y todo, les ha sido derivado porque comenzó
a ver. La derivación es lógica, ve cosas que no existen: animalitos, fantasmas
que se lo quieren llevar más allá de la muerte. Seguramente está infectado y no
hace falta ser médico para saber que está confundido.
—El asunto es que ve —dice con clarividencia el residente más joven.
—El problema
es que si los internistas lo curan dejará de ver —dice el otro.
—No ve ya que
no hay percepto. Alucina —aclara
un adjunto iluminado.
—Pero
alucinando ve —insiste el residente clarividente.
La conversación aunque condenada a fracasar, o quizá por ello,
me agrada e intervengo con mi planteamiento original: curar la ceguera,
inventar la limonada.
El adjunto, a quien sé feliz cultor de la gastronomía china,
cuenta su verdad.
—La limonada yo la invento todos los días.
—¿Cómo? —preguntamos todos al unísono.
—Mi hija se llama Li y todas las mañanas la despierto
llamándola monada: Li, monada.
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