Vodafone me hizo una oferta que,
imbécil de mí, escuché. Era la portabilidad: una especie de divorcio sin
consecuencias, una migración a un mundo mejor y más barato. Movistar me la
explicó desde el cariño y me arrepentí. No tenía sentido. Le agradecí incluso
que me indicara la forma de deshacer el entuerto. En eso estuve durante por lo
menos 72 horas. Llamaba a Vodafone para cancelar la portabilidad y luego
Movistar me llamaba para decir que no les constaba que el divorcio hubiese sido
anulado. Vuelta a llamar y vuelta a ser llamado. Horas y horas. Al final igual Vodafone
consumó mi divorcio con Movistar, sin importar mi negativa explícita ni el número
de referencia de todas las cancelaciones que había hecho. A partir de entonces me quedé sin línea,
pendiente de ser retroportado a Movistar. Nada de Guatemala a Guatepeor. Más
que la migración a un mundo ventajoso y de menores costes, se trataba del
abandono de un pasajero en altamar.
Cansado de nadar, sin ver
posibilidad de orilla, sintiendo que el tiempo pasaba y Movistar no se ocupaba
del asunto, compré una tarjeta de Lebara. No me arrepiento. Es lo mejor que he
tenido en mucho tiempo, sobre todo por lo económico y porque tenía muy buenas
tarifas para llamar al extranjero. Lo malo era que tenía que vivir con otro
número y, por si fuera poco, como si estuvieran de acuerdo y lo supieran todo,
Vodafone atacó la nueva línea con seductoras ofertas.
Mientras las escuchaba, vi pasar,
absolutamente despreocupado, un usuario de Twenti. Consciente de mi envidia, no
lo pude evitar y recordé una ranchera de Miguel Aceves Mejía: algo así como “Ay,
Dios, cuándo me darás lo mío pa’ ya no desear lo ajeno”. Decidí ir a una tienda
y sentí vértigo de solo ver las opciones que todavía no había frecuentado:
Yoigo, Jazztel, Orange, Euskaltel, Simyo, Lowy, Amena y Pepephone.
Di mi número de telefono en
algunas de ellas y comenzaron a llamar. El vértigo trascendió mi cuerpo y
alcanzó el aparato, que quedó sin batería. Solo entonces comprendí que nunca me
había aprendido el pin de Lebara. Puto pin. De tanto tener no tenía otro recurso que
insistir con la retroportabilidad a Movistar. En ello estoy: algo así como
pedir que me vuelvan a querer, decir que he sido engañado, que me había
arrepentido pero que Vodafone no quiso escucharme y se esforzó para que yo
fuera un número más en su cuenta, pero que quiero y necesito volver. Todo eso,
como en el siglo pasado, desde un teléfono de cabina, el único en quince
kilómetros a la redonda.
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