7 mar 2020

Huir (de Italia)




Hay tantas formas de huir como de tomar café. Negrito, con leche o marrón. Ristretto, solo, cortado, con leche, el leche y leche canario. Por eso hemos sido testigos (y protagonistas) de huidas instantáneas (de sobre) en las que, como en el patio del colegio ante el adversario mejor dotado que ya ha zurrado a toda la clase, se sale corriendo en espantada. También es posible quedarse quieto, inmóvil, como una cafetera americana que apenas respira. Incluso así se huye, se está huyendo: te apunta un arma de fuego o estás escondido detrás de una piedra de cartón en aquel wéstern que filmaste en Almería. Y hay quien tuesta y muele los granos antes de introducir el café en la cafetera moka: primero selecciona lo más valioso de sus pertenencias, vende lo que puede, luego mete los restos en la maleta o en el corazón y organiza meticulosamente la huida. Así lo han hecho pueblos enteros luego de perder una guerra o darse cuenta de que a la miseria en que vivían solo le podía suceder otra mayor. Lo hicieron los españoles que llegaban a México, Venezuela y Argentina después de la guerra civil. También quienes dejaron Europa después de la Segunda Guerra. Cuando llegaban a buen puerto al menos un atadito de ropas tenían, una o dos fotos, algún resto de oro viejuno. Pasó lo mismo con los cubanos que llegaban a las costas de Florida o con los albaneses que llegaban a Italia hace  20 o 30 años. No llevaban consigo propiedades pero el viaje que los países ricos ridiculizaban habia sido planificado escrupulosamente. Igual los subsaharianos que llegan a España, los venezolanos que huyen en avión o por carretera de la estupidez de Maduro y los sirios que en las puertas de Europa huelen a pólvora y explotación.


En las últimas semanas comienza a gestarse otra huida: los italianos. Organizan sus ropas (no es fácil hacerlo ahora que la primavera está a punto de tocar el timbre), meten varios kilos de pasta Garofalo en maletas infinitas y, aprovechando cualquier medio de transporte, se marchan rumbo a España, Francia o Alemania. Se sabe que huyen de sus casas, de sus propias vidas, por miedo al último virus, la gripe de 2020 que tiene nombre de misil aunque parezca no ser peor que otras, y el barniz de tragedia con el que las autoridades y los medios de comunicación lo han cubierto  Quien ahora huye usa como excusa la precariedad de un sistema sanitario que aunque es puntero en varias áreas ha burocratizado (y abandonado) sus propias bases. Exagera, seguramente, y más ganaría previniendo y/o cuidándose en casa porque el monstruo de ahora se llama Covid 19, no Maduro ni Franco, tampoco Fidel Castro. Pero también es necesario considerar que debe ser difícil vivir en un país en que por orden gubernamental no puedes tocar la mano de quien conoces, mucho menos besar o abrazar, quizá quererse, con seguridad pedir un café en la barra del bar. Así, debe ser imposible.

No hay comentarios.: