En el aeropuerto, el vigilante me somete a una revisión exhaustiva, inusual en mi vida de viajero en todo caso. Me aliena un poco, pero no protesto porque en principio fueron los remaches metálicos de mi pantalón los culpables de que el arco detector de metales comenzara a cantar. Además, conozco de antemano la respuesta ("Yo estoy haciendo mi trabajo") y me resultará todavía más fastidiosa que la palpación inguinal bilateral.
Inicialmente, pienso en el racismo. Este vigilante hijo de puta no puede ver una persona que sea diferente a él porque en seguida piensa que lleva o trae lo que él seguramente desea consumir. Eso lo pienso mientras me pongo las botas y el cinturón, pero mi hijo, el mayor, me lo advierte.
-Estás hablando solo, papá, y el cinturón te lo estás metiendo por el lado equivocado.
Ciclo inmediatamente y abordo la situación desde el lado médico. Nosotros los médicos también tocamos y, por si fuera poco, estamos convencidos de que mientras más tocamos el paciente más nos lo agradece. Quizás no sea así aunque en este momento me resulta difícil dudar de la efectividad y eficacia diagnósticas de la palpación abdominal o de la exploración de rodillas. Para beneficiarse de ellas, es necesario acercarse, tocar, abordar esa otredad que es el cuerpo del paciente y se acepta el procedimiento, tanto de parte del médico como del paciente, porque se entiende que, a diferencia del cacheo policial hay un provecho mutuo. Hay, sin embargo, colegas que exageran. Recuerdo una compañera que se ufanaba de realizar una por una todas las exploraciones del reconocimiento médico laboral.
-Es que yo no dejo nada sin hacer y si escribo que los miembros inferiores están en buenas condiciones es que he explorado una por una todas sus articulaciones.
Esto en principio no tiene ni tenía nada de particular ya que así debe ser y hacerse, pero el tono marcial de sus indicaciones y la repetición de ciertas maniobras le otorgaba al asunto una deformación alienante por lo que en una ocasión cuando le tocó valorar a un traumatólogo brillante y amigo, como me topé con su rubor a la salida de la consulta y cometí el error de preguntarle cómo estaba, éste no pudo evitar el decírmelo:
-Mal, a esta mujer lo único que le faltó fue hacerme un tacto rectal.
Si ella lo hubiera escuchado lo habría entendido como un elogio y quizás lo habría citado nuevamente para hacérselo ya que este hombre tenía entonces más de cuarenta y cinco años y es de todos sabidos que la próstata ...
Mientras recuerdo a mi colega óseo ya estoy desayunando con los niños en el bar y las maniobras exploratorias del vigilante han perdido la mayor parte de su gravedad. Me río incluso del asunto. Por eso, en el momento de ir al baño, lo advierto:
-Si demoro mucho, es que me he encontrado al vigilante y le he pedido que termine el masaje.
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