(cuartiento-sueño differenziato)
En la ferretería del pueblo el aire era espeso como una neblina caliente. Parecía que un elefante había estado allí, bebiendo entre las escaleras de aluminio y los capazos de paja una jarra de café con leche. Quizá fue por eso que yo pedí una hogaza de pan. Era una ferretería, pero igual me la dieron: una hogaza de pan y una especie de focaccia húmeda, manchada de tomate, que me dijeron se llamaba pipo.
Dudé cuál morder, pero me decidí por la hogaza. Qué maravilla, un buen mordisco en el centro, directo al corazón recién salido del horno de leña. Nada de cachos ni de nocachos arrancados con la mano. Éste fue un mordisco soberano, el mordisco que apenas había comprado una hogaza de pan en una ferretería. Por eso no me extrañó que aparecieran entonces muchas puertas frente a mí, cada una con la llave dentro de la cerradura.
Comencé por la más grande. Apenas la empujé, la música me arrastró dentro. Cantaba el primo Peppino. Cantaba, bailaba y tocaba la guitarra, mientras los camareros servían vino y bocconcini di mozzarella.
En el fondo del salón había otra puerta. Detrás de ella un hombre de ojos y orejas grandísimas se ofrecía para acompañar y escuchar. Era el hombre oreja, un hombre inmensamente bueno a quien inmediatamente comencé a llamar fratello. Él me acompañó hasta la siguiente puerta. Al abrirla, un anciano que etiquetaba botellas de vino acudió a nuestro encuentro y nos ofreció una copa, mientras su mujer limpiaba concienzudamente, como si le fuera la vida en ello, una aspiradora.
-Sigue caminando- me dijo el fratello y yo seguí abriendo puertas y recibiendo abrazos.
De una de las personas que me abrazó me impactaron sus ojos. No se lo dije pero igual lo pensé:
-Qué bonitos ojos tienes, ¿cómo te llamas?
-Valeria -me respondió la muchacha como si me hubiera leído el pensamiento-. ¿Ya fuiste a Capri? -me preguntó señalándome la puerta azul en medio de las piedras-. Allí entras, sueñas que vas a Capri y a un autobús se le cae el cristal trasero mientras sube la cuesta.
-Claro -le dije y le mostré una foto que había hecho con el celular.
-Te toca entonces empujar esa puerta. Es Napoli y en la pizzería del sueño debes salir bajando por la escalera de emergencia. Antes, seguramente un gigante te guiará entre las ruinas de Pompei.
Sucedió tal como Valeria había dicho pero luego desperté en la plaza del pueblo, la Villa Comunale. Yo llevaba dos bolsas de basura, una de residuos orgánicos y otra de plásticos, e intentaba dejarlas junto a un árbol sin que me vieran los policías.
-Esto es Moliterno -me dijo el fratello, que había aparecido nuevamente a mi lado-. Aquí es más fácil deshacerse de un cadáver que de una bolsa de basura.
-Tú no te preocupes, ya verás cómo me deshago de ellas y nadie me dice nada. Luego vamos a visitar la Chiesa Madre y, si nos da tiempo, subiremos hasta el Castello.
-No llegues hasta allí que no hay nada dentro. Por eso la puerta está cerrada y sin llave en la cerradura- el hombre oreja había desaparecido y quien me hablaba ahora era una muchacha que se presentó como Giuliana y cuidaba de dos niños morenos.
-¿Cómo se llama el pueblo? El hombre oreja me lo dijo pero ya se me olvidó. ¿Puedes repetírmelo?
-Por supuesto, esto se llama Moliterno. Mo-li-ter-no.
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