No es maníaca la emoción literaria.
No figura en el DSM, tampoco en la CIE, ni en la IX ni en la X. No es posible saber de ella buscando en el
índice del Harrison, tampoco en el Vademecum. Y, en una historia clínica
informatizada, ni siquiera haciendo trampa sería posible introducirla. Igual
que el (des)amor, la emoción literaria no cabe en ninguna de estas listas. No
está, es imposible encontrarla. A priori, parece demasiado sencilla la respuesta
si acaso su ausencia ha generado alguna pregunta: no es patológica, la emoción
literaria no es patológica, no tiene por qué formar parte de estos elencos
taxonómicos, ni de los viejos ni de los que vendrán. Además, es egosintónica:
porque si no fuese así bastaría con cerrar el libro, salir al jardín y podar
las palmeras. Y, ya que ha quedado demostrado que el miedo que las novelas de
caballería generaban en la sobrina y el cura amigo de Don Quijote era
infundado, sabemos que no es dañina. Pero que nadie diga que es normal aunque para
algunos resulte frecuente. No puede ser normal tanta maravilla, tanto goce. Que
una persona sienta que su pensamiento se multiplica en o por las quinientas
páginas de una novela es un milagro, es el milagro literario. Páginas,
universos que se abren ante nosotros y nos permiten ingresar en ellos. Miradas
convertidas en letras que nos seducen a cincuenta centímetros de nuestra
presbicia. La posibilidad de creer que somos capaces de incluso mejorar el
desenlace en un arranque taquipsíquico que nunca se concreta. “Así es la
literatura”, podríamos decir a viva voz. En efecto, así es: absoluta y
complementaria al mismo tiempo. Con la ventaja de que es posible gozar siempre
de su compañía. Desde los cuentos revelados en la primera infancia hasta los
que nos puedan leer más allá del deterioro cognitivo. La literatura, en forma
de lectura o de escritura, se ofrece para acompañarnos siempre con emoción e
inteligencia. En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. Muy mucho
en la enfermedad. En la montaña, en la playa y en el desierto. A través del
libro o del e-book. Sólo la medicina, el amor y la música pueden ufanarse de
cubrir un espectro tan amplio, pero con la literatura no hay régimen laboral,
no hay guardias nocturnas ni complementos extraviados. No hay ni siquiera
desengaños, tampoco promesas. ¿Sólo emoción y pensamiento? También
palpitaciones, ciclotimia, exoftalmos, insomnio o hipersomnia,
cérvicodorsalgia, rizartrosis quizá. Literatura pura, nada de patología.
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