Es menester que los amigos de un escritor publiquen libros:
la mayoría son escritores. Cuando los libros son buenos, apetece reseñarlos
y a menudo se imposta una voz con
pretensión objetiva que intenta convencer al lector de la maravilla encontrada.
Esta vez no puedo hacerlo porque se trata de Juan Carlos
Méndez Guédez, mi amigo, mi gran amigo, cuya novela, El viaje de Madame Kalalú, ha sido recientemente editada por
Siruela. En sus páginas, no sólo encuentro un libro magistral que me permite
conocer un personaje, Emma Sáez, quien como si fuera hija del gran Fregoli
cambia permanente (de nombre y aspecto), viaja sin parar a lo largo y ancho del
mundo, destruye y construye fortunas, crece y se multiplica, sino que también
me paseo por la amistad prolongada con Juan Carlos.
El escritor lleva más de
veinte años haciendo viajar sus personajes. No hay historia de Juan Carlos
Méndez Guédez que comience y termine en el mismo continente. Sus personajes no
paran y, de un avión a otro, desconocen la posibilidad del siniestro aéreo. Eso
desde El Libro de Esther que en 1999,
en el siglo pasado, publicara Lengua de Trapo. Pero mucho más en las tres
últimas novelas: Chulapos mambo, Los maletines y El viaje de Madame Kalalú. En esta última, Emma Sáez se confiesa
ante una monja en estado vegetativo: le dice que fue bailando cómo descubrió su
poder transformista y a partir de él cómo puede hacer desaparecer una obra de
arte de su locación original en Noruega y, sin moverse de la silla, sólo
haciendo una o dos llamadas telefónicas, hacerla aparecer en El Prado. Es un
prodigio la novela. Suave y profunda, llena de sentencias que desvelan la gran
inteligencia del autor: un escritor que ha crecido tantísimo, que se ha hecho
mayor, verdaderamente grande, en este momento uno de las mejores referencias de
la literatura hispanoamericana.
El amigo, Juan Carlos, es mi amigo de siempre, mi hermano grande. No ha cambiado, desde que lo conocí hace veinticinco años siempre está allí. Él para mí, para lo que yo necesite. Y yo para él: es el hermano que la literatura me ha dado.
El amigo, Juan Carlos, es mi amigo de siempre, mi hermano grande. No ha cambiado, desde que lo conocí hace veinticinco años siempre está allí. Él para mí, para lo que yo necesite. Y yo para él: es el hermano que la literatura me ha dado.
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