Cuando aparece la lectora ideal, la escritura sigue siendo la misma pero la vida cambia.
Ella te da origen y sentido.Te protege con sus ojos y cada página que pasa es una caricia en en las sienes. Te enteras de sus comentarios. Si tienes suerte los escuchas de su boca. Si es el mejor día de la vida, estás sentado frente a ella: la puedes ver y tocar, quizá la hueles.
"Entendí lo que publicaste ayer, yo siento lo mismo", te dice y tú sonríes porque cualquier cosa que haya podido leer la escribiste para ella. Pensando o sin pensar, pero para que la leyera ella. No era una carta de presentación. Era toda tu vida preparada para que cuando ella la visitase palabras y registros se mostrasen lentamente y fuese posible escoger y comenzar. Aquélla fue la tristeza que querías que conociese. Ésta la alegría. Ya hace mucho tiempo, aquella rabia: quizá no la vuelvas a sentir más.
"Menos mal que viniste", te atreves a decirle.
"Estaba pensando lo mismo", asiente ella.
A partir de ella, la escritura sigue siendo lo que era. Buena o mala, regulera. Pero tú vas feliz, contento porque aquello que haces tiene destino. Te sientes generoso e incluso te permites pensar en los colegas escritores. Premiados, superventas o suplicantes ante los editores. Calma, calma, calma. Todos tenemos una lectora ideal. Ya aparecerá la vuestra.
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