Sé de
personas que son capaces de hacer negocios incluso en el colegio de los hijos.
Si son arquitectos o constructores y el individuo ocupa un lugar de relevancia
en el AMPA, el colegio se hace cada vez más grande, se enriquece con columnas
góticas y, por qué no, empieza a tener puentes estilo La Guerra de las Galaxias. Si el truhan en cuestión tiene una
granja avícola, en el comedor del colegio empiezan a servir diariamente pechuga y huevos. Es lo que tiene ser truhan.
Aunque el cine diga que el crimen no paga, al truhan siempre le cuadran las
cuentas y, si acaso pierde, no lo admite. Es mal empresario y peor persona. Él
conduce un coche último modelo y las furgonetas de sus empleados tienen las
ruedas lisas. En estas semanas pienso que el truhan no deja de ser truhan ni
siquiera cuando le contagian la gripe. Tiene los ojos acristalados, pero
continúa. Su negocio avanza a toda pastilla: con las llantas lisas y los
motores deshechos, pero cobrando aquí y allá. Desde ese punto de vista es todo
lo contrario del escritor. No es que esté diciendo que no hay escritores
truhanes. Tiene que haberlos. Pero nuestras tajadas son tan pírricas, que no
les valen mucho la pena a tan poco distinguidos señores. De hecho, el truhan
cuando escritor dice que lo es, pero no escribe. Entonces no lo es. A él
tampoco lo golpea la gripe. Va por allí, campante y malsonante y propone una
foto suya como portada del anuario del colegio. Pobres niños y pobre colegio.
Todos con tos y mocos menos los truhanes. A pesar de su inmunidad, debe ser
horrible sentirse un truhan, pero el truhan no se siente. Igual también es
horrible tener gripe. Esta gripe realmente no sé porque la llaman gripe.
Podrían llamarla escarabajo 2017, exterminadora fulminante o pistola de
aplastar personas. Quizá así entenderíamos mejor de qué se trata. Insisto, estoy
hablando de ella, de la gripe. Poco, muy poco se puede escribir con ella. Quizá
un artículo sobre truhanes.
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