Asociada
al ideal de belleza que impregna la mayor parte del quehacer artístico de la
escritura se cree y se dice que sirve para cantar, amar y enarbolar los valores
positivos de la especie humana y de su tránsito por el universo. Esta
circunstancia permite que le dé belleza al dolor y al sufrimiento, incluso al
amor, que es un sentimiento que por sí solo no tiene que ser bello por fuerza. Hay
también una posibilidad, asociada mayormente a la narrativa, que permite que la
escritura sea útil para describir y retratar la realidad, mayormente con
intención de mejorarla.
Sin
embargo, la escritura sirve también para fijar posición y exigir respeto a
ella. No me refiero a los insultos que recibía Lesbia de Cátulo. Tampoco a la
canción de protesta ni a la novela negra. Me refiero, sí, a la defensa de los
derechos en una sociedad que, reduciéndonos al rol de usuarios y consumidores,
nos trata a través de programas informáticos y, cuando es necesario argumentar
razón y reclamar los errores cometidos a partir de sus algoritmos, nos dirige a
oficinas virtuales que sustituyen las antiguas hojas de reclamación o el trato
directo con proveedores.
Ese
es también ahora uno de los usos de la buena escritura. Reclamar, defender los
derechos del ciudadano expuesto. Lo ha hecho siempre el escritor desde la
tribuna periodística y lo hace también ahora como ciudadano defendiendo sus
derechos y los de su grupo ante las defensorías y centros de reclamación. No es
mentira, ni siquiera ironía. Una reclamación sutilmente escrita surte más
efecto que una que carezca de espíritu literario. Se genera de esa manera una
nueva utilidad del quehacer escritural. Si hace veinte años llorábamos de
alegría viendo a la escribiente que en Estación
central de Brasil escribía por encargo cartas de amor, ahora puede ser el
escritor quien ofrezca sus servicios frente a los bancos y las grandes
superficies, a un lado de las telefónicas y los colegios. “Escríbeles que me
han robado, que han abusado de mí”. “Diles que es inadmisible lo que han hecho
con mi hija”.
El
escritor les escucha y, solo si es bueno y sensible, puede escribir
adecuadamente el reclamo de tanto dolor burlado.
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