(publicado en
NAR, Nuestra Aparente Rendición, el sábado 22/03/2014)
1)
A la Venezuela petrolera de mediados del siglo XX llegaron europeos
de todas las nacionalidades. Venezuela era entonces un país que
recibía italianos, españoles, portugueses, alemanes, holandeses.
Extrañamente, un país de diásporas, Yugoslavia, mandó pocos
emisarios y algunos de los que llegaron realmente querían ir a
América (la de habla inglesa en el Norte) y llegaron a Venezuela por
un error que pretendían subsanar con prontitud. Ellos entonces poco
tienen que ver con que Venezuela se haya convertido, en lo que va de
siglo XXI, en una nueva Yugoslavia. Sin embargo, entre los que
llegaron, había un escritor, Salvador Prasel, que escribía perfecta
y maravillosamente en castellano y que se quedó en Venezuela hasta
dejar familia, obra y luego morir. En una joyita de novela (Adiós,
hogar), retrata la disolución del Hogar Yugoslavo que alguna vez
fue constituido en Caracas. Los croatas se pelearon con los serbios.
Unos y otros creían tener la razón, pero igual arrasaron con el
hogar. Incluso se pelearon por el retrete y lo destruyeron, lo
terminaron destruyendo. Los bosnios los vieron. Algunos tomaron
parte. Otros, Salvador Prasel entre ellos, se limitaron a escribir.
Sus paisanos no paisanos (los otros yugoslavos) miraban con verdadero
odio su irreverancia. Decían del gran Salvador Prasel que era un un
tipo raro, demasiado extraño.
2)
Antes de este odio infinito entre unos y otros venezolanos, la
comparación más evidente que se podía hacer a partir de Venezuela
era con un rico país petrolero africano, Nigeria o Camerún. Pero
esa posibilidad siempre ha molestado a unos y otros venezolanos, que
siempre han mirado por encima del hombro a cualquier país africano y
a la mayoría de los latinoamericanos. Los venezolanos estamos
acostumbrados a la grandilocuencia. Nos viene de Simón Bolívar, que
liberó y fundó países a diestra y siniestra; de Pérez Jiménez,
que pretendía un país modélico, el mejor de Latinoamérica; de
Carlos Andrés Pérez, que con una mano metía de contrabando a
Felipe González en España y con la otra daba discursos en Nicaragua
celebrando la caída de Anastasio Somoza; de Hugo Chávez Frías, que
creyó o hizo creer a varios millones de venezolanos (los serbios-los
croatas fundamentalmente) que el petróleo de su subsuelo podía
sostener a Latinoamérica toda. Venezuela siempre se ha creído
grande, demasiado grande, muy superior a todo lo que la rodea, hasta
el punto de que el único parangón aceptado con naturalidad ha sido
con Arabia Saudi: hijos de la Venezuela saudita, se llamaban a sí
mismos los venezolanos antes de que el siglo XXI y el chavismo
estallaran como una granada demostrando su verdadera pobreza. Un país
que ahora resulta hermano, Cuba, siempre fue visto como un primo
desventurado al que se le daban ayudas pírricas a pesar de que desde
sus entrañas se alimentaban conspiraciones contra la Venezuela
bipartidista, de Acción Democrática y Copei. Con la Yugoslavia que
reventó Europa en los noventa, hasta ahora no parecía haber razones
para plantear paralelismos. Demasiado lejana, llena de nombres
impronunciables, muchos muertos, muchas violaciones. Quizá ahora ha
llegado el momento iniciar la búsqueda de similitudes. Yo comenzaría
por la belleza. Seguramente, todos los libros escolares cantan la
belleza de su país, pero cuando los libros escolares venezolanos
cantan la belleza venezolana y dicen que es uno de los países más
bellos del mundo seguramente no se equivocan. Hablo de las playas a
pesar de la industria petrolera. Hablo de sus islas, de sus montañas,
hablo de la Gran Sábana, de los Tepuyes, del río Orinoco, de los
Andes. Pero también hablo del ambiente multicultural, rico y plural
que alimentaba sus ciudades hasta hace bien poco. La antigua
Yugoslavia y los países que nacieron de ella también conocen la
belleza. Como muestra dejo un botón: el maravilloso archipiélago
que crece en el Mar Adriático, frente a las montañas, apenas
separados uno y otras por una franja de mar y una carretera estrecha,
estrechísima. Hay otras comparaciones posibles, su infinita riqueza.
Con y sin el subsidio de la URSS, Yugoslavia era un país muy rico
antes de que estallara la guerra de los Balcanes. Venezuela tambien,
hasta el punto que no ha sabido que hacer con su riqueza. En los años
setenta, los políticos socialdemócratas impulsaron la creación de
infraestructuras que ahora, sin el mantenimiento adecuado, parecen
elefantes a punto de morir. Otros dineros, cantidades ingentes,
infinitas, siempre han sido devorados por la corrupción. Antes de
Chávez y con él. Éste, además, con el dinero, creó las misiones,
nacionales e internacionales. Tenía tanto dinero que no sabía qué
hacer con él. Habrá seguramente quien piensa, los croatas-los
serbios, que más le hubiera valido comprar millones de rollos de
papel higiénico y guardarlos en la reserva, pero él decidió, con
el permiso de muchos venezolanos, los serbios-los croatas, impulsar
una Latinoamérica nueva, la misma de siempre según los croatas-los
serbios, pero embadurnada con un lenguaje empalagoso, raro, a veces
delirante: el verbo de Chávez, del Supremo Comandante Hugo Rafael
Chávez Frías, según los serbios-los croatas.
3)
Allí hay otra comparación posible. Para que Yugoslavia se
disolviera y se rebalcanizara, no sólo debió desaparecer el Muro de
Berlín y disolverse la URSS. Primero, diez años antes, murió Josip
Broz Tito. Él amalgamaba ese crisol incomprensible. Su poder, su
carisma lo permitían. Bastó que muriese para que ese parapeto, que
era innatural, que juntaba la chicha con la limonada, se desvaneciese
y unos y otros se convirtiesen en enemigos capaces de matar y violar,
de robar y morir. En Venezuela, no sólo debió morir Chávez. Se
pretendía inmortal, pero murió precozmente (los serbios-los
croatas) aunque nadie podrá decir jamás con exactitud cuándo lo
visitó la muerte (los croatas-los serbios). Murió porque lo
envenenaron (los serbios-los croatas), pero algo de culpa seguramente
tuvo Fidel Castro (los croatas-los serbios) que pretendía que un
discípulo suyo administrase el grifo petrolero (los croatas-los
serbios), un discípulo, Nicolás Maduro, que es el hijo de Chávez,
que es su imagen y semejanza, que es lo mismo que él como igual
podría serlo cualquiera de los venezolanos (los serbios-los croatas)
que crean en su palabra, que desayunen escuchando canciones de Alí
Primera, que se crean negros hijos de negros, descendientes de
esclavos, aunque sean hijos de adecos y copeyanos y sus padres hayan
pateado Miami en los años setenta comprando artículos por pares,
por docenas. Pero es que no sólo murió Hugo Chávez. La noticia de
su muerte vino acompañada de deudas, de préstamos chinos, de
carestías, de desabastecimiento. Con ellos, Venezuela ha evidenciado
la Yugoslavia que tenía dentro.
4)
Cuando en Europa o en Asia, incluso en Estados Unidos, se encuentran
dos o más latinoamericanos empiezan a hermanarse, recuerdan algunas
canciones comunes, elogian el maíz y coinciden alabando las virtudes
futbolíticas de brasileños y argentinos. Sólo discuten cuando se
trata de decidir cuál es el país más peligroso. Cada quien escoge
el suyo, seguro. Pues ahora no hay duda: la violencia de Venezuela,
de todas sus ciudades, grandes y pequeñas, es tan grande que las
madres (las croatas-las serbias) llaman a sus hijos en el extranjero
y les piden que no las visiten, que por favor no vayan, que no
vengan, que no vale la pena. Las otras madres también lo hacen (las
serbias-las croatas) aunque con un discurso diferente: éste es el
momento de la lucha, no vengas, quédate allí donde estés y divulga
nuestro credo, multiplica la palabra que nos dejó el Comandante. La
violencia venezolana tiene en todo caso dos ingredientes que la
diferencian de la violencia natural del sub-continente. En primer
lugar, la degradación del lenguaje propiciada por Hugo Chávez Frías
que, en lugar de contener, multiplicó la furia del pueblo. Para él
simplemente era una herramienta que consolidaba su liderazgo y lo
mantenía en el poder. Por si fuera poco, después de su muerte, a
pesar de los esfuerzos y de los antiprofesores contratados, ni Maduro
ni Cabello logran repetirla. La gente en la calle sí la tiene y la
llaman arrechera. Con ella, con esa arrechera, es más fácil (para
los serbios-los croatas y para los croatas-los serbios) ofender que
disculparse, disparar que hablar. Es un hecho anecdótico, pero
refleja algo de la situación. Dos curas fueron asesinados hace ocho
semanas en Valencia. Los asesinos no eran croatas ni serbios, quizás
eran tres adolescentes bosnios. Y los mataron porque sí, para robar
un poquito —un cáliz, los huesos de un
santo, la limosna de la semana— vaya
usted a saber por qué. El problema es más grande porque Chávez
repatió armas por todas partes, invocando la defensa popular del
estado, la unión de pueblo y gobierno, de la sociedad civil y los
militares. Así, en un ambiente violento por naturaleza, con odio,
sin lenguaje, con armas, la mesa está servida. Actualmente en
Caracas es más fácil conseguir un revólver que un rollo de papel
higiénico, una escopeta que un kilo de harina de maiz.
5)
No hay papel higiénico, harinas, jabones. No hay café, no hay
azúcar. No hay nada casi nunca, pero cuando hay la gente no permite
que los productos lleguen a los anaqueles de los supermercados,
interceptan el paso de las cajas, las abren y cogen tres y cuatro
paquetes. Acaban con el suministro en un santiamén. Eso lo hacen los
serbios-los croatas y los croatas-los serbios, lo hacen todos porque
ni la nevera ni la despensa, mucho menos el hambre, conocen
sutilezas. Hay, sí, ciertas diferencias. En parte es una carestía
creada artificalmente por el gobierno. Sólo en parte, porque debido
a la mala gestión, abolidos la producción local y muchos mecanismos
de distribución y comercialización, el estado carece de recursos y
mecanismos para resolverla. Sólo lo hace episódicamente, cuando
puede y cuando quiere, donde quiere y donde puede, preferiblemente en
las zonas donde habitan más los serbios-los croatas. Por eso es más
fácil que un serbio-un croata tenga una buena reserva de harina de
maíz a que la tenga un croata-un serbio.
6)
Los serbios-los croatas eran bosnios hasta hace quince años y
votaban por Acción Democrática y Copei. Pero Chávez contactó con
ellos, con algo muy interno e intenso, incendió una llama apagada y
les hizo recordar que los serbios-los croatas venían de Bolívar,
pero que antes venían (tenían que venir) de los negros esclavos,
que debían asumir que venían del desamparo a pesar de que hubiesen
estado becados toda la vida por los gobiernos social-demócratas o
demócratas-cristianos. Todos hicieron la primera comunión y fueron
bautizados, pero gracias a las ideas del comandante se hicieron
esotéricos, brujos, eclécticos, sincréticos, yorubas, y comenzaron
a sacrificar animales. Cuando en 1989 Fidel Castro visitó Venezuela,
invitado por Carlos Andrés Pérez, estos serbios-estos croatas lo
criticaron, como todo el mundo. Luego, con Chávez, aprendieron a
amarlo y comenzaron a cantar canciones en las que Cuba y Venezuela
son países hermanos. Los serbios-los croatas son cinco o seis
millones y odian, fundamentalmente odian a los croatas-los serbios.
Porque dicen que éstos son ricos, porque son proyanquis, porque son
extranjeros, porque son los amos del valle, porque son los culpables
de todas las desgracias del país a pesar del tiempo transcurrido
desde que Chávez comenzó a mandar. Para un serbio-un croata si no
hay harina de maíz (qué importante es la harina de maíz en el país
de las arepas) la culpa la tienen los croatas-lo serbios o sus
valedores políticos: Capriles Radonski (el Chuki Luky según
Maduro), María Corina Machado (la Chuky Loca), Leopoldo López (el
Chuky Nosequé). Los serbios-los croatas defendían a Chávez, lo
amaban, se sentían identificados con su discurso. Chávez efectuó
una transmisión de poderes con Maduro que aunque no ha sido cien por
ciento efectiva, como diría Michael Corleone, ha dejado atados la
mayoría de los contactos. Ahora los serbios-los croatas defienden a
Maduro. Se han llamado pueblo, milicias, comunas. Ahora se llaman
colectivos. Algunos van en moto, con pistolas, escopetas, parecen
tonton macoutes, prometen arrasarlo todo. Lo importante no es
Venezuela, es Maduro, a mi Comandante Chávez no lo toca nadie,
carajo. Los serbios-los croatas son buenos, son hijos y nietos de
buenos venezolanos. O de buenos canarios, sicilianos, piemonteses,
gallegos, holandeses, alemanes. Pero han sido convencidos —con
el verbo del comandante, con una ayuda, una casa, un mercado popular
cerca de casa, una operación milagrosa, con el bombardeo constante
de los medios de comunicación o la posibilidad de graduarse de
médico en el extranjero— de la necesidad
de odiar a los croatas-los serbios. Gracias a esa convicción, a
pesar de su bonhomía habitual, son capaces de insultar, de
atropellar y, si fuera necesario, matar a uno o a mil croatas-serbios
por un quítame aquí esta paja, que en este caso quiere decir "no
te metas con mi comandante Chávez, tampoco con su hijo Maduro".
A ese ánimo, es necesario agregar que cuentan con el apoyo de las
fuerzas policiales y militares porque los serbios-los croatas son el
pueblo y el lema que ahora impera es el de la unión cívico militar.
Por ello, cualquier atropello o barbaridad cometida merece la
indulgencia no sólo porque ha sido cometida defendiendo una creencia
santa, cuasi religiosa, sino que además ha sido perpetrada contra
uno o varios fascistas (hijos de puta, coños de madre),
imperialistas, proyanquis, culpables de la ruina del país y del
subcontinente todo, capitalistas cabrones que sólo quieren
enriquecerse cada vez más y más: los croatas-los serbios.
7)
Los croatas-los serbios también eran bosnios hace quince años. Es
que sencillamente hubo una época en que todos éramos venezolanos.
Como todos, alguna vez fueron adecos o copeyanos o hijos de adecos y
de copeyanos. Otra cosa es imposible porque los partidos de izquierda
en Venezuela nunca obtuvieron más de doscientos o trescientos mil
votos. Están obstinados, no los toleran ya, les dan grima los
cambios que ha sufrido el país. Donde antes había un centro
comercial ahora hay una tienda estatizada, decorada con la bandera de
Venezuela, donde no se consigue un carajo. En el canal en que antes
veían una telenovela ahora les ponen a cada rato una cadena
recordando a Chávez o, gracias a Maduro y a Diosdado Cabello,
imitándolo. No toleran esas voces, esas canciones, esa palabra que
se repite: revolucionario, revolucionario, revolucionario. Se sienten
comprometidos con la necesidad de salvar al país. Sienten invadido
al país. No toleran la intromisión cubana. Creen que Cuba hace todo
esto por interés, para quedarse con el petróleo, con el dinero del
petróleo. No entienden de misiones porque las misiones no los
benefician. La mayoría están metidos en listas negras y, ni
siquiera pidiendo perdón, tendrían acceso a las prebendas del
gobierno. Ven cómo el país se está desmoronando. No entienden cómo
en medio de tanta ruina, Chávez-Maduro entrega miles de millones de
dólares a otros países a cambio de médicos y técnicos deportivos,
pero también de putos votos en la OEA. Son, cómo no, acusados de
fascistas, pero ellos creen que los fascistas son los serbios-los
croatas. Cuando un policía utiliza la fuerza de manera desmesurada
en una manifestación creen que se trata de un policía cubano y eso
es posible porque las fuerzas de seguridas están tomadas por Cuba.
Se irritaban por la rimbombancia de Chávez y, ahora mucho más, por
la eternidad que los serbios-los croatas parecen atribuirle. Ven en
Maduro un hombre sin estudios ni preparación, un chófer de
autobuses que ni siquiera es venezolano. Cuando ven viajar a las
hijas de Chávez se les ponen los pelos de punta. De un lado al otro
del mundo, en primera clase, gastando un dinero que nadie explica de
dónde proviene. Cuando escuchan cantar a la hija de Diosdado Cabello
—una canción dedicada al Comandante,
obviamente— les vienen la nausea y el
vómito, no importa que no hayan comido. Se sienten odiados y tienen
miedo. Pero están dispuestos a defenderse, a riesgo de perder la
vida, como y cuando sea necesario.
8)
Hay también otra forma de ser yugoslavos en Venezuela: ser bosnio.
Este es un venezolano al que no le importa mucho la política, que
nunca se benefició de los derroches bipartidistas y que tampoco
ahora tiene acceso a las misiones. Los bosnios siempre se han quejado
del precio del plátano, de las caraotas. Pues ahora no sólo están
caros sino que no se consiguen. Se quedan encerrados en sus casas y
ven desde la ventana cómo pelean los-serbios-los croatas y los
croatas-los serbios. Tienen miedo desde el principio de la película
y ahora, además, hambre. Los serbios -los croatas les ofrecen
protección, pero ellos desconfían. Los croatas-los serbios les
piden que se animen, que se incorporen a la lucha para salvar el
país, pero los bosnios no se animan. Hay falsos bosnios, como el
empresario Gustavo Cisneros que ahora aparece pidiendo la
intermediación del papa a pesar de haberse convertido en serbio-en
croata para salvar sus empresas y que le permitieran trasladarlas a
Estados Unidos. Pero también hay hijos y nietos de bosnios que, sin
beber la leche de los serbios-los croatas ni la de los croatas-los
serbios, salen a la calle porque sienten que la situación es
insostenible, que no tiene sentido vivir así, que seguramente hay
otra forma de vivir en Venezuela que no sea hacer colas larguísimas
en el supermercado para que en él no haya nada. Son jóvenes
imberbes en su mayoría que se alimentan de las redes sociales. Van a
manifestar y allí los matan. Van más de veinte, pero podrían ser
cien o mil: ¿acaso los números importan cuando se habla de
cadáveres?
9)
Así las cosas, Venezuela (la nueva Yugoslavia) tiene que terminar
mal. No hay que ser militar estadounidense para darse cuenta. De
hecho ya ha terminado mal porque este odio, este enfrentamiento,
significa la disolución práctica del país y el venezolano, el ser
venezolano, ya no existe: ahora están los serbios-los croatas y los
croatas-los serbios. Quizá alguien —pienso
sobretodo en los militares venezolanos, en los intelectuales foráneos
que creen que éste es un asunto de izquierdas o de derechas y en las
personas todas que se niegan a dialogar—
quiera ver más sangre, más hambre, más miseria. A saber si las
verán. No tiene sentido hacer predicciones sobre algo tan vivo, tan
doloroso. En todo caso, algo de lo peor ya ha pasado y es que, sin
papel higiénico para limpiarnos el culo, como si estuviéramos en la
última página de una novelita de Salvador Prasel, los serbios-los
croatas, los croatas-los serbios y los bosnios nos estamos peleando
por el retrete del Hogar Yugoslavo.