30 ago 2013

PENÚLTIMAS REVELACIONES DE UN BARMAN EVENTUAL

 


1 Varios años pidiéndole a Eugenio que me dejara trabajar como barman durante seis horas en su salón de banquetes y finalmente me dice que sí una tarde en que se habían enfermado el titular y sus cuatro posibles sustitutos.
2 No es necesario disfrazarse. En la reunión de hoy, que es informal, el barman se viste como quiere.
3 Pienso prescindir del trapito. Usaré papel absorbente. El trapito me da mala espina.
4 Recuerdo a uno de mis mejores amigos que se pagó los estudios trabajando como camarero.
5 El trabajo es continuo. Menos mal que no tengo máquina de café y que no debo manipular dinero.
6 Las neveras no enfrían mucho y hay que ingeniárselas con el hielo.
7 Los niños piden agua y coca cola, fanta a veces.
8 Cuidado con los vasos de plástico que se van a acabar.
9 Sobre la mesa, las bandejas para las aceitunas y las almendras.
10 Un usuario pregunta por San Pancracio. No hay ninguna imagen de él detrás de la barra. "Si la hubiera", le digo, "habría que ponerle un vasito de anís".
11 Me gusta servir los gin tonics y, cuando alguien pide un ron con cocacola, impongo el ron cacique: "Es el que yo bebía en Venezuela", le digo aunque no le importa.
12 Cuando tengo varios pedidos frente a mí, me confundo un poco: dos cocacolas sin cafeína, una cocacola zero, una light y dos normales. Cocacola normal para todos.
13 Mi cerveza la tengo bajo la barra. Se calienta y la cambio, a cada rato.
14 El hombre que bebe whiskey se sienta frente a la barra y se presenta como presidente de una empresa pequeña, una empresa de pueblo.
15 Una cerveza sin alcohol para los que regresan dándole vueltas al volante.
16 El presidente dice que su problema son los discursos.
17 Tiene que dar dos o tres discursos a la semana.
18 No puedo darle mucha cuerda porque se me amontona el trabajo. Algo le digo sin embargo: "Se ve que en este pueblo son importantes las palabras".
18 Para aprender ve y escucha discursos de políticos en el l-pad.
19 O invita a los amigos a que escuchen sus ensayos.
20 "Es horrible", dice. "Pero de eso depende mi empresa".
21 Lo digo nuevamente: "Se ve que en este pueblo son importantes las palabras".
22 No insisto más. Eugenio me llama para cortar la torta.
23 Estoy cansado.
24 Cuando regreso a la barra, el presidente se ha ido. Lo busco con la mirada.
25 Está en un rincón, hablando solo.
26 "Practica", me dice Eugenio. "Es el presidente de tal compañía y debe dar muchos discursos".
27 "Sí, ya lo sé".
28 "Dos gin tonics", pide un anciano barbudo y empieza a hablar de tennis con un similar.
29 Hablan mucho, pero no saben qué es un tie-break.
30 No aclaro sus dudas. Tengo que destapar seis cervezas.
31 El grupo ahora es cada vez más pequeño. Y la música se escucha mejor.
32 Me sirvo un ron con hielo.
33 Los que hablaban de tennis, intentan ahora abordar el sexo anal. Mal asunto.
34 "Buen provecho", le dice el presidente a una señora que repite postre.
35 Estoy muy cansado.
36 Mi ron está exquisito y Jovanotti canta "A te".
37 Quedan pocos.
38 Sirvo otros gin tonics.
39 Eugenio dice que falta poco. "Contrataron el salón hasta las once".
40 "Qué bien, porque yo estoy muy cansado".
41 "Pero todavía falta limpiar la barra, sacar la basura y reponer".
42 "¿Todo eso? ¿No es mucho?"
43 "Venga que yo te ayudo"
44 "Te lo agradezco. Y cuéntame cosas del presidente. Quizás le dedique un cuartiento".

25 ago 2013

El ladrón de chanclas (única crónica del verano)

 
 
Conocí los hechos en el año 1993 leyendo una crónica del peruano Jaime Bedoya en un libro que recuerdo con placer: Ay qué rico. Al parecer, en las playas de Lima, un desalmado y habilidoso ladronzuelo, serpenteando entre hámacas, chinchorros, toallas y tumbonas, se había especializado en robar sandalias y chancletas. No sólo perdí el libro, sino que también el contacto con Bedoya, y para reparar el entuerto he pasado veinte años recordando el asunto del ladrón de chancletas. Basta que llegue a una ciudad y beba dos cervezas, comienzo enseguida a contar la crónica de Bedoya. A veces olvido el nombre de Bedoya y lo llamo Javier o Jorge, siempre con jota. Otras olvido el título del libro: Ay qué rico se transforma en Pollo sabroso o Qué bien me sabes. Lo he hecho en España, en Italia, en Cuba, en Chile, en Marruecos, en Croacia y en Venezuela. Seguramente también lo he hecho en otras partes, pero tampoco se trata de escribir un libro de viajes. De verdad verdad nunca he dejado de divertirme repitiendo la anécdota, a veces nombrando a Bedoya, otras ignorándolo descaradamente, y siempre he recibido la sorpresa como respuesta. "Imposible", "mentiroso", "fabulador", "cuentero", "realismo mágico", son sólo algunas de los improperios que he escuchado, que he tenido que escuchar. Eso hasta hace dos meses en Madrid. Estaba compartiendo unas cervezas con mi amigo Juan Carlos Méndez Guédez y se me ocurrió hacer referencia a las chancletas de Bedoya, no para impresionar a Juan Carlos, quien tiene el libro y conoció igual que yo a Bedoya hace veinte años, sino para callar al dueño del bar, un uruguayo talentoso que había pifiado asegurando que Gardel había muerto en 1935 y no en 1933, que era la verdad que yo defendía y que recuerdo siempre porque ése es el año del nacimiento de mi madre. El hombre se había enrollado con el asunto de Gardel y yo para cambiar de tema dije que alguna vez había leído que un desalamado y habilidozo ladronzuelo limeño, serpenteando entre ...
-Pues eso también pasa aquí - me interrumpió el uruguayo.
-Pero, ¿qué estás diciendo, hombre? Si Madrid no tiene playas.
-No me refiero a Madrid, imbécil -seguramente yo era el culpable de la confianza que se tomaba-. Estoy hablando de España. Eso también pasa aquí. Vete a Valencia y verás.
-Pero, ¿a qué playa?- le pregunté.
-No te lo puedo dar todo, hijo mío- se despidió el portento.
Apuré la cerveza y me despedí de Juan Carlos. Resistí la tentación de meterme en un locutorio para preguntarle a Wikipedia el año de la muerte de Gardel y, como igual tendría que llevar a los niños durante el verano a la playa, cuando llegué a la casa lo dije:
-En agosto vamos a recorrer las playas de la Comunidad Valenciana.
Primero, claro, me compré unas chanclas rebonitas en un outlet italiano. La idea no era usarlas, sino llegar descalzo a la playa y dejar las chanclas impolutas frente a la tumbona mientras construía castillos de arena con los niños a dos o tres metros, tentando al demonio, comprobando si el uruguayo me había engañado o no. Tal cual. Comencé construyendo castillos de arena en Oropesa. Nada de nada a excepción de una quemadura de primer grado en la planta de los pies. Luego en Torreblanca: nada tampoco. Allí, todo lo contrario, la playa es tan segura que un parroquiano me contó que los vecinos llevan sus sombrillas a principios de junio y allí las dejan hasta septiembre. Luego me fui al sur: Javea, Denia y Benidorm. Nada.  Vi robos, venta de drogas, pero nada relacionado con las chanclas. Mis hijos ya habían entendido de qué se trataba el asunto y, cansados de playa, intentaban ayudarme:
-Pero, ¿el hombre no te dijo Valencia, papá? Vamos a la Malvarrosa o a Canet -me dijo Alessandro hace una semana antes de abrir la puerta del automotor.
Le hice caso. Sábado, la Malvarosa. Domingo, Canet. Nada tampoco.
Para ayer sábado, que se suponía el último sábado de playa de nuestro agosto, dejé un pueblo que se llama Puzol. Me interesó porque en alguna parte leí que sus propios habitantes desaconsejaban la playa por fea y artificial. "Algo tendrá", me dije. Busqué además información en Internet y así supe que sus habitantes más ilustres eran un escritor romano llamado Santiago Posteguillo y un muchachote con veleidades artísticas conocido como John Cobra.
Cuando llegué, pregunté por ellos. Al primero nadie lo conocía y del segundo me dijeron que desde el año pasado vive en Colombia:
-¿Igual tendremos que bañarnos en la playa?- me preguntó la niña y yo le respondí que sí y fui a motar la paraeta de las chanclas, la tumbona y el castillo de arena.
Estaba ocupado construyendo la torre sureste cuando vi que un muchacho delgado y moreno -alguien me diría luego que aparece como discípulo de John Cobra en una serie de videos que se llaman Valetudo- de unos diecinueve años, con un bañador azul y un collar de madera alrededor del cuello, corría descalzo por la playa en dirección a Sagunto. Como mi castillo interrumpía su carrera se internó en la arena y, cuando pasó frente a mi tumbona, sin ni siquiera detenerse, como si estuviera haciendo un pase de fútbol, calzó las sandalias y continuó la carrera, ya no siguiendo la playa, sino en dirección a las casas.Imposible e innecesario perseguirlo. La niña fue la única que hizo algo:
-Ahí va el ladrón de Bedoya, papá- gritó, pero no con intención de generar alarma, sino más bien con alegría.
Yo ´me quedé más contento todavía. Invité a los niños a destruir el castillo y, cuando llegué a casa, me puse a a revisar la biografía de Gardel. El uruguayo tenía razón: Carlitos murió en 1935, el año en que nació mi madre. Ay qué rico, escribió Bedoya: qué rico es equivocarse en verano.