22 ene 2017

Oficio lector


El día no comenzaba al despertar o desayunar, sino en el patio del colegio. Ordenados por grados y secciones en doce filas y, en éstas, según la estatura, veíamos al Padre Carlos Reschop dirigir la orquesta. Primero el himno y las oraciones, luego algunas palabras de ánimo. Eventualmente, un alumno era invitado a concelebrar y debía responder algunas preguntas al micrófono y ante nosotros. Recuerdo la ocasión en que llamaron a un niño robusto de tercer grado.
-¿Cómo te llamas?
-Miguel Ángel.
-¿Qué quieres ser de mayor?
-Heladero.
Más que sorpresa, la palabra "heladero" generó estupor. En Valencia, la de Venezuela, entonces sólo había dos o tres heladerías artesanales y ser heladero seguramente significaba empujar un carrito de helados que se anunciaba con música de campanas por los callejones más oscuros de la ciudad.
-¿Y por qué quieres ser heladero, Miguel?- repregunto el Padre Carlos para disipar la neblina..
-Porque me gustan mucho los helados.
A partir de ese momento el orden del patio se relajó e incluso el Padre Carlos comenzó a reír. Todos lo hacíamos y yo siempre he recordado la escena con una sonrisa dibujada en los labios o detrás de los ojos.
Animado por ese espíritu de sinceridad, yo -que entonces tendría ocho o nueve años y ya había comenzado a devorar los libros de la biblioteca materna- descubrí aquello que más me gustaba y si el Padre Carlos me hubiese llamado en las semanas siguientes, yo también habría dado mi contribución a la felicidad de la peña.
-¿Qué quieres ser de mayor, Slavko?
-Yo quiero ser lector.
-¿Por qué?
-Porque me gustan los libros.
Ese intercambio nunca se realizó, pero yo soñé durante años con él. Primero cambiaron las leyes y ya no era obligatorio cantar el himno. Como en un poema de Joan Brossa, el himno se llevó las oraciones y éstas la reunión en el patio antes de la primera clase. Luego cambiaron al Padre Carlos: se fue de ecónomo al Seminario de Los Teques. Así yo me quedé sin gritar mi primera y, debo reconocerlo, única pasión. Pero, gracias a Miguel Ángel, logré darme cuenta de lo que quería ser. En efecto, es lo que he querido siempre y, aunque formalmente nunca he tenido un puesto de trabajo que lo reconozca, puesto que leer es la actividad que más he ejercido a lo largo de la vida, aquella que más satisfacciones me ha dado y, con diferencia, lo que más me gusta hacer, puedo entonces decir que sin haberlo gritado en el patio del colegio lo he sido siempre: lector de oficio y profesión.