29 abr 2015

Elogio de la guardia buena


-Buenos días, señoras y señores. He venido hoy a hablar ante ustedes de la guardia buena. La guardia buena no es como la mala que tiene muchos pacientes en el día y pocos pero muy importantes en la noche. No se parece a ella. No, señor. Porque las malas son muy malas y, en ellas, aunque se logre dormir unos minutos, siempre se está pendiente de la posible llegada de una ambulancia, de una camilla o del paciente que está todavía en observación.Además, las malas son malas incluso cuando se acaban porque entonces uno va a desayunar y los compañeros desguardiados te miran con cara de lástima y la mujer de la panadería te da la barra de pan más grande y suave y luego le dice a los otros clientes: "Pobrecito, es que él es médico". Por eso es que Goethe, pone a su  Fausto a decir "No quisiera tal vida un perro" Se refería seguramente al médico de las guardias malas. Es lo peor que le pueda pasar a uno en veinticuatro horas, una guardia mala. Sólo superada por un sandwich de guardias malas, en el que intercalan 24 horas de halitosis, ojeras y compasión. Las guardias malas son tan malas que nadie las compra ni las cambia. porque se sabe que así serán peores. Eso, fundamentalmente, una guardia mala es tan mala que sólo puede empeorar. Lo único bueno que tienen es que ocasionalmente permiten aliviar el sufrimiento de algún paciente, pero sólo ocasionalmente, porque hay mucho pícaro que ...
-Pero, medritor, ¿Usted no había dicho que iba a hablar sobre las guardias buenas. ¿Por qué no deja entonces de hablar de las malas?
-Es que las guardias buenas no existen, compañero. Por eso es que estoy hablando de las malas.

23 abr 2015

La locura del Quijote



Se cumplen quinientos años de la aparición de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha. Quinientos años y el libro todo se sostiene firme, erguido, maravilloso. Sigue siendo la mejor y más divertida obra escrita alguna vez en castellano. Para celebrarlo, incluso han encontrado algún hueso de Miguel de Cervantes. También se organizan controversias sobre la locura del personaje. Melancólico por deprimido, ingenioso por maníaco, delirante por psicótico. Estos son algunos de los diagnósticos que los filólogos regalan a Don Quijote. Yo defiendo una lectura menos intervencionista. A la hora de adentrarse en un libro, buscando signos y síntomas, identificando patologías, diagnosticando enfermedades a las que no se le podrá ofrecer ni siquiera remotamente alivio, hemos de ser cautos para que no nos suceda lo que al personaje de “El alienista” de Joaquim Machado de Assis (1839-1908) quien, puesto a juzgar desde la psiquiatría del siglo XIX la realidad de un pueblo del interior brasileño, terminó indicando uno tras otro tantos ingresos hospitalarios hasta darse cuenta que él, el psiquiatra, el alienista, era el único habitante del pueblo que estaba fuera del hospital. Es imposible, carece de sentido diagnosticar a los personajes de este libro mágico. Don Quijote de la Mancha es un tratado vivo aunque irreal de psiquiatría en el que las enfermedades parasitan a diestra y siniestra el esqueleto psíquico de los personajes. En un capítulo sí y en el otro también. Esto sucede porque el protagonista verdadero no es don Quijote sino la locura que lo parasita. El libro en sí es una fiesta de la locura a la que todos estamos invitados, no para juzgar ni diagnosticar sino para enloquecer también o para pedir, como hace permanentemente Cervantes al introducir nuevos elementos a la locura de sus personajes, que la fiesta no termine, que la locura continúe página tras página, hasta convencer al lector que el Quijote y los caballeros andantes existieron y que la mujer más bella y virtuosa del mundo se llama, se sigue llamando, Dulcinea del Toboso. Nosotros los pacientes, los lectores enfermos, locos para siempre después de haber leído el Quijote.


14 abr 2015

Del día en que cambié mi vida por un cuartiento




El que no estaba al principio era el cuartiento. Lo busqué por arriba y por abajo y no aparecía. Nada. Incluso recurrí a un truco que casi nunca falla: en el tren, saqué la libreta y el bolígrafo rojo. Tampoco. Cuando, antes de llegar a Castellón, volví a meter la libreta y el bolígrafo en la mochila, más que frustrado, estaba vacío. Pensé que era un mal día no sólo para el blog sino para mí en general, como si estuviera a punto de renunciar a un trabajo. Empecé a sentirme mal y, tácitamente, sin necesidad de gritarlo, me dispuse a aceptar cualquier trato con tal de que apareciera el cuartiento. Fue entonces cuando firmé el cheque en blanco. En el momento de salir del tren y comenzar a caminar hacia la salida de la estación. Pasé delante de un grupo de jubilados y, de improviso, un policía me pidió la documentación. A excepción de los aeropuertos nunca me había pasado eso en los últimos veinte años. Como nunca me la han pedido, pues no la tenía. Deletreé mi nombre y el policía lo transmitía por el walkie talkie. Entre los dos, yo por los nervios y él por las letras de mi nombre, la terminamos de fastidiar y quién sabe qué nombre le llegó al policía nacional que me buscaba en los archivos extranjeros.
Mientras esperábamos la respuesta, recordé que en el fondo de la mochila siempre llevo el carnet del colegio de médicos. 
-Soy médico, ¿sabes? Trabajo en ese hospital.
-Menos mal –me dijo el muchacho (seguía siendo policía pero en verdad era apenas un muchacho)-. Porque aquí en el sistema no apareces. Es como si no existieras.
-Es por el trato. El cuartiento estará a punto de llegar –le dije antes de despedirme sin importar que él no supiera a qué trato me refería.