23 abr 2015

La locura del Quijote



Se cumplen quinientos años de la aparición de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha. Quinientos años y el libro todo se sostiene firme, erguido, maravilloso. Sigue siendo la mejor y más divertida obra escrita alguna vez en castellano. Para celebrarlo, incluso han encontrado algún hueso de Miguel de Cervantes. También se organizan controversias sobre la locura del personaje. Melancólico por deprimido, ingenioso por maníaco, delirante por psicótico. Estos son algunos de los diagnósticos que los filólogos regalan a Don Quijote. Yo defiendo una lectura menos intervencionista. A la hora de adentrarse en un libro, buscando signos y síntomas, identificando patologías, diagnosticando enfermedades a las que no se le podrá ofrecer ni siquiera remotamente alivio, hemos de ser cautos para que no nos suceda lo que al personaje de “El alienista” de Joaquim Machado de Assis (1839-1908) quien, puesto a juzgar desde la psiquiatría del siglo XIX la realidad de un pueblo del interior brasileño, terminó indicando uno tras otro tantos ingresos hospitalarios hasta darse cuenta que él, el psiquiatra, el alienista, era el único habitante del pueblo que estaba fuera del hospital. Es imposible, carece de sentido diagnosticar a los personajes de este libro mágico. Don Quijote de la Mancha es un tratado vivo aunque irreal de psiquiatría en el que las enfermedades parasitan a diestra y siniestra el esqueleto psíquico de los personajes. En un capítulo sí y en el otro también. Esto sucede porque el protagonista verdadero no es don Quijote sino la locura que lo parasita. El libro en sí es una fiesta de la locura a la que todos estamos invitados, no para juzgar ni diagnosticar sino para enloquecer también o para pedir, como hace permanentemente Cervantes al introducir nuevos elementos a la locura de sus personajes, que la fiesta no termine, que la locura continúe página tras página, hasta convencer al lector que el Quijote y los caballeros andantes existieron y que la mujer más bella y virtuosa del mundo se llama, se sigue llamando, Dulcinea del Toboso. Nosotros los pacientes, los lectores enfermos, locos para siempre después de haber leído el Quijote.


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