22 nov 2011

Asamblea los martes


INSÓLITOS JUEGOS AMOR SERVICIO UNO NECESITA. Que el papa vendrá en marzo y dará una bendición frente al servicio, eso era lo que decía la carta que se leyó en la asamblea del miércoles. Fue el último punto tratado. Obviamente, antes hicimos la presentación de los participantes. Primero el doctor, que para eso es el que manda. «Yo soy Ismael, psiquiatra del servicio». Él pasó el derecho de palabra a la izquierda y esta vez le tocó seguirlo a Pedro, de los deprimidos. Después de éste, Jesús y Zambumbia, deprimidos también. Como siempre, ellos apenas dijeron sus nombres y, en seguida, comenzaron a mirar el suelo. Luego, vinieron los bipolares. Óscar, que era el que estaba más excitado, se lanzó con un discurso que el Doctor Ismael tuvo que parar. «Luego nos podrás contar todas tus cosas, Óscar. No te preocupes. Por ahora, sólo debes decir tu nombre».  

15 nov 2011

El mejor vino del mundo

Confeccionar listas y clasificaciones parece ser cosa de humanos, no sólo de obsesivos. El problema es que si se elabora una lista, algo o alguien la encabezará y ese primato, esa "pole position", lo convertirá en la mejor cosa de... O, si se trata de una antilista, en la peor. Hablemos más bien de las mejores. En una época, me tocó vivir en la misma calle de un restaurante que se llamaba a sí mismo el mejor restaurante del mundo.
Cuando daba mi dirección, si el interlocutor conocía la ciudad, decía inmediatamente:
-Ah, en esa calle está el mejor restaurante del mundo.
La primera vez me quedé mirándolo sin saber a qué se refería:
-¿Qué?
-El mejor restaurante del mundo, el que está dos puertas más allá de la panadería.
-Ah.
Creí que se trataba de una broma hasta que varias semanas después vi el letrero luminoso sobre la puerta: "El mejor restaurante del mundo".
Una vez me atreví a entrar. Reconozco que fui intrépido y pedí un plato arriesgado para el hijo menor de una familia con dispepsia: solomillo de ternera a la pimienta verde. Demasiado verde, verdísima. No pude mirar un plato durante varios días. Entonces comenzó mi dependencia del omeprazol.
Ésa es tan sólo una forma de ser la mejor cosa del mundo. Hay, seguro, otras y, para terminar, comentaré una.
El otro día estaba en Santiago de Chile. No me suele pasar, pero ese día de verdad estaba en Santiago de Chile. Se trataba de una cena ministerial en un lugar estupendo. Yo conversaba con Jacinta y de repente se acercó un colega chileno. No daré su nombre porque mi primera novia me enseñó que en este tipo de situaciones se habla del pecado, no del pecador, pero sobre todo porque no lo recuerdo. El asunto es que el escritor del patio se acercó con ánimo de saludar, pero una botella de vino tinto que estaba en el centro de la mesa lo distrajo de su propósito:
-¿Acaso has visto lo que tienes delante de tus ojos? ¿Cómo han podido poner esto aquí? ¿Quieres que la abra?
Por supuesto le dije que sí, pero juro que no esperaba que sacara un sacacorchos de uno de los bolsillos de la chaqueta. Así no más, como quien frente a un micrófono se dispone a leer un discurso. Inmediatamente abrió la botella, escanció tres copas y, sin tregua ni pausa, sin respiración ninguna que el vino no tiene pulmones, eso fue lo que dijo, empezamos a beber.
Era, lo juro, el mejor vino que había bebido nunca. Bueno, buenísimo, sustancioso. El mejor vino del mundo.
-¿Qué vino era? ¿Cómo se llama? ¿Cuál es su denominación de origen: la marca, el nombre, el título? -me preguntan los amigos cada vez que refiero el encuentro.
Pues no lo sé, realmente no lo sé. Mientras lo bebía, no pude hacer otra cosa que paladearlo. Además, no volví a ver la botella. No sé cómo pero desapareció. Sólo sé que lo bebí en Santiago de Chile, el 3 de noviembre de este mismo año, a siete calles de la Estación Mapocho. ¿Servirá para elaborar alguna lista?

9 nov 2011

Las cuatro hermanas

Cuando vi por primera vez el letrero varado sobre una construcción en progreso en la España próspera de hace cuatro o cinco años, pensé que ese nombre sólo podía ser el de un burdel: "Las cuatro hermanas". Pensaba en uno al estilo de Álvaro Mutis en el que las putas, en lugar de disfrazarse de aeromozas, mentían diciendo que eran hermanas y así vendían al cliente la posibilidad de poseer una familia completa. La ministra que más manda (mi mujer, pues: la profesora más querida) en cambio me dijo que nuevamente se trataba de una tontería, de un desvarío, de otro de mis desatinos.
-Ya verás, seguramente es un hotel, nada que ver con tus obsesiones.
-Yo no digo que no sea un hotel, querida, pero ya verás que está lleno de putas.
-Cállate ya y arregla de una vez el portón que está roto.
El tiempo pareció darle la razón. al menos inicialmente, porque cuando terminaron las obras e inauguraron el negocio sólo se publicitaban como hotel.
-Pero seguro es un burdel.
-Pues no lo parece, es un hotel.
Claro, siempre quedaba la posibilidad de visitarlo y comprobar, pero habría perdido un cuartiento y al menos entonces no parecía tener mucho sentido reservar un hotel a cinco kilómetros de la casa.
A los meses, debajo del letrero principal, colocaron uno más quequeño: "Se alquilan habitaciones para siesta".
-¿Viste que es un burdel? - fui y le dije a la ministra.
-Para siestas, allí no dice nada de putas. Todo el mundo hace siestas, al menos en el Mediterráneo.
-Entonces es un matadero, porque eso de siestas ...
-Nada que ver, muchacho: allí sólo dice siestas.
A los seis meses vino otro cambio. Junto a la estructura original, apareció una torre gigante, coronada por un cartel: "Paris, Club".
-¿Has visto que es un burdel?
La ministra no dijo nada hasta que los del burdel empezaron a llenar las ventanillas del carro con invitaciones: tarjeticas impresas con culos, tetas y labios que suplicaban una visita.
Realmente ni siquiera entonces dijo nada, pero su silencio era una manera de asentir y yo me cansé del tema: era un burdel y ya, no tenía sentido discutir por algo tan obvio.
Hoy, sin embargo, al pasar por la carretera, he visto otro cambio. Debajo de las habitaciones para siestas, han puesto otro letrero que invita a un menú de precio popular. La inventiva incesante de este empresario seguramente apremiado merece otro enfoque y quizás incluso una visita.
-Es una estructura de servicios públicos, seguramente vinculada a la caridad. Nada de burdel ni nada. Comer por ese precio. ¿Puedo?