INSÓLITOS JUEGOS AMOR SERVICIO UNO NECESITA. Que el papa vendrá en marzo y dará una bendición frente al servicio, eso era lo que decía la carta que se leyó en la asamblea del miércoles. Fue el último punto tratado. Obviamente, antes hicimos la presentación de los participantes. Primero el doctor, que para eso es el que manda. «Yo soy Ismael, psiquiatra del servicio». Él pasó el derecho de palabra a la izquierda y esta vez le tocó seguirlo a Pedro, de los deprimidos. Después de éste, Jesús y Zambumbia, deprimidos también. Como siempre, ellos apenas dijeron sus nombres y, en seguida, comenzaron a mirar el suelo. Luego, vinieron los bipolares. Óscar, que era el que estaba más excitado, se lanzó con un discurso que el Doctor Ismael tuvo que parar. «Luego nos podrás contar todas tus cosas, Óscar. No te preocupes. Por ahora, sólo debes decir tu nombre».
«Por ahora y para siempre», enseguida le replicó Óscar y sus dos amigos, Ernesto y José, bipolares también, comenzaron a reír. Rafael, Humberto y yo fuimos los últimos en presentarnos. José se encargó de introducirnos. «Ahora vienen los psicóticos». «Deja que sean ellos quienes se presenten, José», moderó el Doctor y así fue como pudimos presentarnos finalmente. Yo, como estaba sentado a la derecha del doctor, fui el último. Quizás José quería que yo dijera que yo era René y tenía esquizofrenia. Pero no, me presenté no con mi enfermedad, sino como lo que soy: «Buenos días a todos. Yo soy René y hago el informe de la asamblea para El ojo del haloperidol». «Muy bien, René», me interrumpió el Doctor Ismael. «También puedes decir que eres paciente del servicio». «Lo soy». Luego el doctor comenzó con las recomendaciones. «Quiero recordarles que a la hora del tratamiento todos deben acercarse al puesto de enfermería». «Los depres no lo están haciendo, mi doctor», Óscar atravesó sus palabras en el centro de la asamblea y el único que lo podía contener era el Doctor Ismael. «No te preocupes por eso, Óscar. En cuanto se mejoren, lo harán. Dinos ahora tú cuáles son las dos cosas que siempre debemos recordar». El doctor quería que Óscar le dijese lo de hacer la cama al levantarnos y tomar las medicinas, pero nada que ver, Óscar no lo recordaba, estaba pensando en otras cosas: «Rima con piña la olanzapiña». «Dilo entonces tú, Ernesto». Mucho menos. Como siempre, se estaba riendo de los chistes de Óscar. «¿Y tú, José?». Rafael se las sopló y José pudo finalmente decirlas: «La cama y las medicinas». Luego el doctor especificó, pero no mucho que se veía que estaba apurado: «antes de leer una carta que creo que será importante para todos, ¿alguien quiere decir algo?». Óscar no se lo pensó dos veces y alzó la mano. Se le veía en la cara que iba a decir lo de la olanzapiña, pero Ernesto y José lo detuvieron. Ernesto fue el que habló: «Yo tengo una cosa que decir y quiero que sea tomada en cuenta por El ojo para que no se le olvide a nadie». «Dila, Ernesto. Queremos escucharte». Ernesto permaneció callado durante casi cinco segundos. Se veía que le costaba comenzar, pero José y el mismo Óscar lo estimulaban con sus gestos. Se veía que era un tema importante para todos. «Me da pena decirlo, pero es que ya no podemos más, Doctor. Queremos tener relaciones». El Doctor Ismael lo atajó: no porque no le interesara el tema, sino porque quería leernos la carta de lo de la visita del papa. «En la próxima asamblea, podremos trabajar ese tema, Ernesto. Es importante, lo sé. Pero ahora quisiera leerles esta carta que me han enviado de la dirección». Acto seguido, leyó la carta anunciando que, mientras se dirigiese al aeropuerto, como de todas maneras tenía que pasar por la carretera que atravesaba el hospital, el papa nos dirigiría una bendición especial: «¿qué les parece?». Los depres se entusiasmaron un poco, pero no hablaron. Los bipolares y nosotros habíamos quedado molestos con lo del no poder hablar de las relaciones. Como siempre, Óscar fue el único que se atrevió a decir algo. «Yo no quiero ningún papa. Yo sólo quiero tener relaciones». El doctor Ismael hizo como si nada hubiera escuchado y se dirigió a mí: «Deberías poner una noticia de esto en El ojo del haloperidol, René. Anunciar la visita del papa».
EL CULO DE LOS POLICÍAS. Hoy no pudimos hacer las presentaciones. Nos sentamos todos en el patio del servicio, la asamblea estaba a punto de comenzar, pero los depres necesitaban llorar. Los tres juntos. Yo diría más bien que venían llorando desde el dormitorio adonde habían ido a buscarlos las enfermeras y, cuando vieron que todos estábamos allí, quizás no lo pudieron evitar, se rompieron un poquito más y estallaron en lágrimas ruidosas. ¿El motivo? Más o menos el mismo de siempre: ayer era día de visitas, pero visitas para ellos no hubo. Para los bipos sí e incluso para nosotros, pero para Pedro, Jesús y Zambumbia, nada de nada. Es que no es fácil eso de visitar a un deprimido. Por eso los tres lloraban y Jesús llevaba la voz cantante. Gritaba y gritaba: ¿por qué pienso que nunca va a ser necesario decirte que estuve esperándote toda la tarde y que luego me dieron ganas de orinar? El doctor Ismael intentaba tranquilizarlo. ¿Por qué siento que te pareces a mí cuando tapo uno de tus ojos en la oscuridad? «Quizás no pudieron venir, Jesús. Algo habrá pasado». Seguro que quería volver a hablar de la visita del papa y estaba disgustado porque Jesús no se lo permitía. ¿Por qué ya no me importan las cosas que antes tanto me importaban? ¿Por qué no le toco el culo a un policía cuando pienso en la posibilidad de que estés con otro en este momento? «Lo importante es que tú estás bien». ¿Por qué no llamo un taxi y me voy? ¿Por qué olvido la mitad de mis problemas en tu compañía? «Que estás aquí cuidado y no te falta nada». Coño, en vez de decirle la verdad: que no es fácil visitar a un deprimido que está llorando todo el tiempo. «Espera el próximo día de visita. Yo intentaré llamarles». ¿Por qué no me importa parecer un irresponsable cuando tu saliva permanece aún fresca sobre mis labios? ¿Por qué detengo a los desconocidos en la calle y les hablo de ti? ¿Por qué se me caen las cosas de las manos cuando creo que te acercas? «Ahora es necesario comenzar con la asamblea». ¿Por qué pienso que es tu carro el que se estaciona a cada momento junto a la acera? ¿Por qué siento que la gente me observa con detenimiento? «No tiene nada que ver con la religión, pero tratándose de una persona tan importante, deberíamos hacer algo para la bendición del papa». ¿Por qué relleno con tu nombre cada espacio vacío del mundo frente a mi boca? ¿Por qué ya no voy a tomar cervezas con los amigos? «Se escuchan ideas. A ver, ¿qué se les ocurre?». ¿Por qué ya no me masturbo todos los días a las seis de la mañana ni respondo misógino cuando me preguntan el sexo? ¿Por qué siempre llevas esos pantalones tan apretados? «Es el papa el que viene: es como si fuera un presidente». ¿Por qué suena a cada momento en mis oídos alguna estúpida canción de Chavela Vargas? «Se trata de una persona muy importante». ¿Por qué permanezco todavía esperándote si presiento que las siete era la hora en que debíamos encontrarnos? «Alguien tiene una idea, la estoy esperando». ¿Por qué tuvo que accidentarse tu carro y no cualquier otro? Yo fui el único que habló y a todos les pareció que mi idea era buena. ¿Por qué? ¿Por qué? «Yo puedo dedicarle una edición especial de El ojo del haloperidol». «Es una buena idea, René. Te felicito». «Entonces pondré El ojo en la cartelera para que todos puedan verlo».
VIENE EL PAPA. El papa viene. No es un cohete, tampoco Superman, pero igualito viene. Vestido de blanco vendrá y nos saludará a todos. Bendiciéndonos un papa que se llama Benedicto. No vendrá en moto porque quien llegue así será Cristo, pero vendrá. Bien bonito en su papamóvil. Un papa blanco sobre un papamóvil lácteo. Y nosotros gritaremos. Que viva el papa, que viva. Y los caballeros del zodíaco nos regañarán. Quizás yo pueda hacerle una entrevista para El ojo. «¿Cómo estás, papa?». «Aquí, comiéndome este chicharrón?». «Yo pensaba que un papa no podía decir esas cosas ni se montaba en los autobuses del centro». «Es que yo soy un papa diferente». Esa sería una entrevista que le daría la vuelta al mundo. El título debería ser una cosa sencilla, un mensaje que pueda ser captado por todos: «El papa come cochino». El problema es que los árabes se molestarán. Mejor no le hago ninguna entrevista. Lo que debemos hacer es pedirle un milagro. No que nos cure porque la esquizofrenia no se cura. Aunque la depresión sí, pero no importa. Le pediremos relaciones, relaciones para todos. Relaciones, visitas y olanzapina para todos, por favor. Un papa amigo seguro que nos cumple. Un papa bueno seguro que lo puede conseguir. Un papa noble no falla. Lo hará: el papa vendrá, está llegando y nos conseguirá relaciones. Pero tenemos que rezar un Ave María y un Padre Nuestro. Y copiar esta oración en un billete de cinco. Y meterla en el zapato derecho, a la altura del talón, no del dedo gordo. Y repartir siete copias entre vecinos y allegados. El que no la reparta se jode y se queda tieso. El papa vendrá y quizás le podamos pedir que de ahora en adelante las asambleas se hagan dentro del servicio y no en el patio. Para no secarnos, como granos de café.
PD: «No hables al revés, por favor. No vuelvas a hacerlo más nunca», gritó mi primera novia aquel treinta y uno de octubre. «Orep. ¿Rop euq et aiditsaf otnat is olos es atrat ed un ogeuj?». «No lo hagas, Ariel. No vuelvas a hacerlo». «On saes atnot». «Si lo vuelves a hacer lo juro que te dejo». «Etev ay. ¿Euq sarepse?», le dije finalmente. Ella, en efecto, se fue y, todo al revés, el trece de enero siguiente se casó con un odontólogo de apellido Leira. Atup aremirp, amisídnarg.
BINOCULARES DE MENTA. Susana en el baño de la casa. «¿Cómo ves las cosas, René». Susana procurando no jadear para no tener que pagar la cuenta. «Muy bien, doctor. Yo creo que el último número de El ojo ha funcionado».S S Susana en la biblioteca de la facultad leyendo un cuento de Cortázar. «¿A qué te refieres?». Susana en el baño de la casa, pero estando de pie y eyacular en el lavamanos. «Es que ahora todos estamos muy entusiasmados con la bendición del papa». Susana en la cama y eyacular en un suplemento literario. «¿Hablas por ti o en nombre de todos, René?». Susana en el momento de ser señalada como la mujer más hermosa de tal parte. «En nombre de todos, doctor. Los muchachos se están entusiasmando». «¿Por qué lo dices?». Susana en la cama y eyacular sobre una sábana de Mickey Mouse. «Fíjese en Óscar y José: están entusiasmadísimos con la posibilidad del milagro». Susana tomando chocolate en el cafetín de la universidad. «¿Qué milagro?». Susana en la cama viendo una película pornográfica y eyacular sobre el pecho de Claudia Schiffer. «¡Que le han pedido al papa que les consiga relaciones!». «¿Y los demás?». Susana invitándome a salir a pesar de su novio. «También. Bueno, Ernesto no porque a veces tiene relaciones con David, el enfermero de la noche». Susana buenísima negándose a mis invitaciones a través del teléfono. «¿Sí?». Susana en la cama sin fijarse donde se eyacula. Susana acusándome de ser puro bla bla. «Es que ellos parece que se conocían ya, de afuera». Susana en el cine pensando en las piernas flaquísimas de Miss Eslovenia. «¿Y los otros?». Susana debajo de un puente usando un preservativo de la OMS. «Nosotros también le estamos pidiendo relaciones. Y visitas». Susana intentando meter la llave en la suichera dañada de una salida imposible. «¿Nosotros quiénes?». Susana dos años después acompañándome en una funeraria. «Rafael, Humberto y yo, los esquizos». Susana en el cine viendo otra película pornográfica. «¿Sólo eso». Susana convertida en una pastilla inmensa de lo que sea. «También cigarrillos y olanzapina». Susana viendo Casablanca en el cineclub de la calle Lorenzo y eyacular en el pelo de la muchacha de adelante. «Lo de la olanzapina me parece muy bien. No importa que el papa no la traiga, pero significa que tienes apego al tratamiento». Susana besándonos en el último asiento de un autobús. «Doctor, ¿y no me va a preguntar por los otros?». Susana al día siguiente diciéndome que le había gustado. «¿De qué otros hablas?». Susana de noche caminando en la calle. «De Pedro, Jesús y Zambumbia, Doctor. ¿No me va a preguntar qué le han pedido ellos al papa?». Susana en un taxi sin que el conductor lo note. «Claro que sí, René. Es que me había distraído». Susana no dejándose penetrar y eyacular en cualquier parte. «Ellos son una vaina, Doctor». Susana divina bañándose desnuda en el patio de la casa. «Porque yo lo puse bien claro en El ojo». Susana en los andenes del metro haciendo caso omiso de la raya amarilla. «Pero ellos son muy tercos». Susana enfadada exigiendo que cada día fuera para siempre la última vez. «Y no me han hecho nada de caso». Susana recordando alguna mariquera. «El otro día los vi rezando en un rincón del patio». Susana de cualquier forma pero con la mano izquierda. «Zambumbia sostenía entre sus manos una estampita del papa». Susana despidiéndose con los pies. «Pero no una estampita de este de ahora, sino del otro, el de antes: aquel que se llamaba Juan Pablo». Susana anunciándome su boda en una cita triste y desafortunada. «Le habían rezado ya un Padre Nuestro y un Ave María». Susana con un pedazo de carne rogándome que nunca más pronuncie las seis letras de su nombre. «Y le estaban pidiendo que los curara».
TCR. Todos contra René. Ese podría haber sido el título de la asamblea de hoy. Todos contra mí y tan merecido que me lo tengo. Incluso el Doctor Ismael. Él fue quien dio pie a que la asamblea se convirtiera en un referéndum en mi contra. Cuando inició las presentaciones, en lugar de simplemente decir su nombre y el puesto que tiene en el servicio, dijo que era un lector de El ojo del haloperidol. Quizás simplemente quería hacerme un favor pero la cagó y cómo. A Ernesto no le tocaba el derecho de palabra, pero se saltó a los otros bipos, Óscar y José, y comenzó un discurso en el que básicamente pedía respeto a su intimidad. Algo parecido planteaban los depres y también tienen la razón: pedirle o no el milagro de su curación al papa es un problema de ellos y yo no tengo por qué cuestionarlos. Aquí es necesario decir que yo todo esto ahora lo tengo tan claro porque lo he trabajado en terapia con el Doctor Ismael. En la asamblea, no estuve tan tranquilo e incluso amenacé con nuevas ediciones de El ojo desvelando los secretos del servicio: cómo se consiguen los cigarrillos, quién se acuesta con quién y por qué los depres no quieren tener relaciones. Me cayeron en cayapa y, si las palabras fueran piedras, me habrían matado. Fue necesario suspender la asamblea para que nos tranquilizáramos. Las enfermeras se llevaron a los bipos. Las residentes de psicología a Pedro, Jesús y Zambumbia. Y nosotros nos fuimos con el Doctor Ismael. La pausa duró aproximadamente tres horas y, finalmente, cuando retomamos la asamblea, todos estábamos más tranquilos. Hicimos las presentaciones. El doctor Ismael se limitó a decir su nombre y su profesión. Nosotros, nuestros nombres y enfermedades. Y, cuando llegaron los derechos de palabra, yo la pedí de primerito y le pedí perdón a todos pero fundamentalmente a Ernesto. Él se conmovió: roto, absolutamente roto, comenzó a llorar sobre el hombro de Óscar y yo fui hasta su silla y le di un abrazo. Luego tuvimos que hacer otra pausa, pero esta vez de cinco minutos. Cuando regresamos, el Doctor Ismael tomó la palabra y nos pidió nuevamente que diésemos ideas para recibir al papa. Yo me quedé callado porque entendí que se refería a cosas que no tuvieran que ver con El ojo. Nadie decía nada y yo tampoco. El doctor Ismael insistía: «Alguna idea. ¿Alguien puede aportar alguna idea?». Esta vez fue Zambumbia quien rompió el hielo. Tan calladito que es normalmente pero tan buena la idea que dio. «Yo tengo una idea». Prácticamente no se le escuchaba porque él habla bajito y la acústica del patio es un poco jodida. «Habla más alto, Zambumbia. No se te escucha». Zambumbia lo intentó, pero igual nada se escuchaba. Entonces el Doctor Ismael intercambió su puesto con Jesús y, ya sentado a su lado, escuchaba las cosas que Zambumbia iba diciendo y nos las repetía en voz alta. «Zambumbia dice que sería bueno que, para la bendición del papa, hubiese mucha gente en el servicio». Ernesto aprovechó la pausa para decirle a Óscar, pero también a todos nosotros, que eso lo podrían resolver fácilmente los psiquiatras de la emergencia aumentando el número de hospitalizaciones. Nosotros reímos un poco pero el Doctor Ismael quizás no nos escuchó y, cuando separó su oreja izquierda de la boca de Zambumbia, continuó: «Y que para eso lo mejor sería que cada uno de nosotros se comunicase con sus familiares y amigos y les ofreciese la posibilidad de venir al servicio y así, todos juntos, recibir la bendición». A todos nos pareció una idea muy buena y, con la aprobación del doctor, se dio por concluida la asamblea.
PD: Al apenas conocerlo, ella le dijo que vivía sobre una panadería y que todas las mañanas despertaba con el olor de los cruasanes derritiéndose en el horno. Por eso, una vez mudado a su apartamento, él nunca pudo reclamarle que sus camisas oliesen a manzana y chocolate, a vainilla; fundamentalmente, a canela.
LA REVOLUCIÓN NO ES UN SUEÑO. Ha sido iniciativa de Ernesto, pero todos estamos de acuerdo. Luego del último haloperidol, habló con el Doctor Ismael para que éste convocara una asamblea extraordinaria. Y la convocaron para el jueves, a las tres de la tarde. Ernesto estaba inspirado. «Tiene que ser así, con amor, como ha hecho el compañero René». El Doctor Ismael lo interrumpió para decirle que fuera al grano. Algo parecido intentaba decir Zambumbia, que se está animando poco a poco. «¿A qué te refieres, Ernesto?». Ernesto se detuvo, caminó hacia el centro de la asamblea y, como si fuera un predicador, abrió los brazos y comenzó nuevamente su discurso: «Yo estoy hablando del papa. ¿De qué otra cosa puedo estar hablando? Del papa de Roma. Que si va a venir y nosotros queremos que venga acompañado de mujeres, tenemos que hacer algo más que llamar por teléfono a nuestros familiares y amigos». Esta vez fui yo quien lo interrumpió. «Pero si ya muchos hemos adelantado las llamadas». Ernesto continuaba en el centro de la asamblea. «No importa. Las podemos seguir haciendo. Pero ustedes bien saben que así no van a venir. Hay que invitarlos a una fiesta, con música y todo. Una fiesta completa en la que el papa sería tan solo una de las atracciones. Un fiestón». Todos estábamos entusiasmados, es cierto. Yo pensaba en una torta muy grande, con abundante crema y muchas pepitas de colores. Humberto pensó en su música, que es lo que a él más le gusta: un poco de Oscar D’León, otro de la Billo’s. Rafael, en globos y piñatas. Todos, gracias a Ernesto, imaginábamos la fiesta que queríamos y, como si fuera poco, Ernesto remató con un final que no decepcionó a ninguno, mucho menos a mí. «Todo esto se me ocurrió leyendo los cruasanes de René. Podemos hacer una especie de tarjeta invitando a la fiesta. Arriba escribimos brevemente lo del papa y, debajo, ponemos los cruasanes. Atrás, también podemos meter otra cosa, siempre de amor. Yo ya he escrito algo que ahorita mismo le entregaré a René». Ernesto se refería a una hoja escrita a mano que, en efecto, me dio pero que el Doctor Ismael enseguida me arrebató. La asamblea terminó y el Doctor Ismael, que ya había terminado de leerla, me la entregó. «Tiene razón Ernesto. Puedes meterla». «Pero, ¿cómo?». «Como él dijo, haz una tarjeta de invitación. Imagina que se trata de un número especial de El Ojo». «¿Una edición especial?». «Eso es, una edición especial». Yo así lo entendí y en eso estoy trabajando. Por ahora y para consumo interno publico las palabras de Ernesto como post data.
PD: Vio tomar té a una mujer que se llamaba Tamara y se entamaró. «Tamara, tamarina», tamareaba en las mañanas sin que importara la furia de los vecinos. «Tamala, tamalita», cantaba en chino mientras deshojaba tamaritas. «¿Alguna vez me darás de comer tu tamalito?». «Esto es un tamareo», le decía a los amigos que lo llamaban el tamaroso. «Tamarica, Tamarina», le escribía grafitos en los tamuros del pueblo. Todo hasta que comprendió que Tamara nunca lo tamaría y, progresivamente, se desentamaró.
¿POR QUÉ TODOS QUEREMOS UNA MUJER QUE SE LLAME LIBRUJA? Porque sí. Porque ya hemos enviado las tarjetas. Porque las invitaciones quedaron bellísimas. Porque les pusimos los cruasanes míos y las tamaras de Ernesto. Porque las hicimos con cartulina rosada. Porque les dibujamos corazones por todas partes. Porque Óscar consiguió una pintura de labios y decoró con una boca sus tarjetas y las de José. Porque Pedro, Zambumbia y Jesús participaron y se veían tan contentos. Porque en casi todas pusimos el rostro del papa y, a su lado, las cuatro letras de la palabra love escritas con colores diferentes. Porque también enviamos tarjetas a la distribuidora de refrescos, a un negocio donde venden tequeños al mayor, a los muchachos de la olanzapina y a la fábrica de Marlboro. Porque el doctor Ismael dijo que traería un equipo de música. Porque seguro que vamos a hacer un fiestón.
LA RAZÓN DE ERNESTO. Las tarjetas parece que están funcionando. Falta una semana para la bendición del papa y todos estamos recibiendo visitas. Estamos contentísimos, depres incluidos. Tanto que fue necesario decirle a Zambumbia que disimulara un poco para que no lo dieran de alta. Es que, con lo contento que está, ya no parece un deprimido y, si le dan el alta, se perderá la fiesta. Sin embargo, después que hablamos con él, se ha tranquilizado un poco y cada vez que ve al Doctor Ismael se pone a llorar. Así estamos todos, más o menos. Y la gente respondiendo. Ya llegaron los tequeños y los cigarrillos. La distribuidora de refrescos le escribió una carta al Doctor Ismael prometiéndole quince gaveras de colita y cinco de malta. Los muchachos de la olanzapina también respondieron y ya todos estamos recibiendo el tratamiento completo.
INSÓLITOS JUEGOS OLANZAPINA AMOR SERVICIO UNO NECESITA. Éste es el último número de El ojo del haloperidol. No porque me vayan a dar de alta ni porque en el servicio hayan sido prohibidos los medios de comunicación. No, por eso no. Lo que pasa es que yo creo que luego de la bendición del papa es necesario tomarse un descanso y volver luego con otro proyecto. El ojo dejará entonces de mirar, pero la fiesta que montamos no la vamos a olvidar nunca. Fue una maravilla. Vino un gentío. Nunca el servicio uno había recibido tanta gente. Muchachas de todos los colores y formas. Negras, negritas, morenas y rubias, blancas y pelirrojas. Gordas y flacas aunque más gordas que flacas. Cantamos y bailamos. Fumamos y tomamos refrescos. José incluso consiguió una cerveza y, en un momento de la fiesta, nos la repartimos entre todos, en el baño. De los nueve, Óscar y Zambumbia fueron los únicos que tuvieron relaciones, pero los otros hicimos muchas amigas y, seguro, que luego las tendremos. Yo conocí una chica muy especial, que resultó ser hermana de José. Estaba bailando con ella cuando el Doctor Ismael dijo que faltaban cinco minutos para la bendición del papa. Paramos la música y nos acercamos al portón. Todos amuñuñados porque había mucha gente. Parecía una fiesta de fin de año y todos contábamos los segundos que faltaban. Cuando llegamos a cero, no pasó nada. El Doctor Ismael dijo que debíamos esperar y eso fue lo que hicimos. Esperamos diez minutos más y, como nada pasó, alguien volvió a poner la música y volvimos a bailar. Yo seguía con Erika. Estábamos bailando una pieza bien movidita de Óscar D’León, La mazucamba. En la mitad de la pieza, Erika escuchó una sirena que no venía del reproductor. Era el papa, seguro, pero no me atreví a decir nada. Los otros también estaban en la misma situación. El sonido de las sirenas era cada vez más fuerte pero todos, pacientes y visitantes, seguíamos bailando. Cuando la pieza estaba terminando, comenzaron a pasar. Primero, cuatro motos y dos limosinas negras. Luego, un carro blanco bien bonito desde el que, mientras pasaba a toda mecha rumbo al aeropuerto, una mano también blanca hizo un gesto raro, como de una bendición. Era la mano del papa. Todos la vimos, pero igual seguimos bailando. La estábamos pasando demasiado bien. Los milagros ya habían sido concedidos.
De Médicos taxistas, escritores (2011)
2 comentarios:
Lo voy a compartir en mi muro...... lo mejor de todo es tu perfil....... paciente, lector y jardinero sin furgoneta......genial!
Sr Zupcic a sus pies!! Deseando leer la novela entera. una Amiga
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