26 oct 2016

La caja de los pescabros


(Imagen tomada en préstamo del blog
 de Joan Baptista Campos, La garfa del dies)

Lo lamento, pero esto de los pescabros no sólo me gusta sino que me conmueve. Hoy, además de los que suelen estar sobre la mesa, hay también una caja con un lote de ellos junto amis pies. Parece más bien un cubo lleno de cabezas de pescado que el pescabrero bien podría haber tirado a la basura, pero que ha decidido vender a bajo precio. A alguno ya le han quitado las espinas, otro no tiene lomo o, mortificado, se le ven más las vísceras que la piel.
Aun así, encuentro tres títulos interesantes en cuyos ojos se aprecia todavía cierto brillo y cuya estructura garantiza un reparto regular de las espinas: El padrino de Mario Puzo, Scaramouche de Rafael Sabatini y Enemigos / Iónich de Antón Chéjov.
Los voy a pagar y la pescabrera (¿será la mujer del pescabrero?) me dice amablemente, con cariño puro.
"Ya tienes algo para leer hoy, ¿no?".
"Sí", le respondo. "El problema lo tengo con la casa que la estoy llenando de pescabros".
La mujer no ha escuchado la última parte y repregunta. Se ve que me habla más por oficio que por necesidad..
"¿Qué problema tienes?"
"Ninguno", le respondo. ·"Es que quizá mis hijos preferirían que yo comprara pescados y no libros".
"Eso seguro", dice la mujer convencida (se ve que al pescabrero sólo la une el trabajo) y, mientras me da el vuelto, todavía ríe pensando en el tiempo que he tardado en darme cuenta de algo que a ella le resulta tan evidente.

23 oct 2016

Pequeña Venecia


El país se deshace 
inevitablemente
Se pudre se parte se va
A veces incluso parece que no existe

Duele por uno y por los demás
lo que perdimos
lo que no vimos
lo que nunca verán nuestros hijos

Duele sobre todo la impotencia
No haber sido militar ni boxeador

Más que escuchar y escribir
comprar medicinas
rezar y temblar

parece que no podemos ninguna otra cosa.

18 oct 2016

Pescabro de la lumbalgia


El pescabro brilla en la mesa. Es nuevo, rutilante. Lo venía pidiendo desde hacía dos semanas. Botas de lluvia suecas, de Henning Mankell. Podría ser mi pescabro favorito de las últimas semanas. Es un gran éxito del pescabrero. Porque el protagonista es médico. Porque el escritor, que lo escribe antes de morir, sabe de medicina. Por tantas cosas. Además, parece casi nuevo. Como si nadie lo hubiera leído. Como si lo hubieran colocado en la mesa de los pescabros apenas dos minutos después de comprarlo en la librería. Sólo para que yo lo comprara a una cuarta parte de su precio. Para hacerlo mío a pesar del ligero olor de pescado que emana. Para que lo abriera y encontrara en su interior, en la página 56, una receta del hospital, de mi hospital, con un texto manuscrito: "Pescabro de la lumbalgia".

Golpe de bruja
este dolor que me desangra.

¿Quién lo habrá escrito? ¿Acaso un paciente agradecido? ¿Se tratará del dueño secreto de la pescabrería: paciente y pescabrero? ¿Por qué llama golpe de bruja a ese hachazo? ¿Sabrá que corresponde lo que ha escrito corresponde a una traducción literal del italiano: il colpo della strega?.
No dejo de dudar ni de leer.


Lumbalgia. 
¿Cómo puede tener un nombre tan bonito este dolor?

¿O se tratara más bien de un paciente insatisfecho?

Se cura con dexametazona y tiamina.
Se calma con dexketroprofeno. Con faja lumbar.
Pero sobre todo con tus manos
frotándome la espalda,
embadurnándome de árnica,
hija mía.

Me gusta este pescabro, no por bueno sino porque lo leo en total acuerdo con su balbuceo, tanto que comienzo a pensar si acaso soy yo quien los escribe, los mete dentro de los libros que yo mismo compro y dejo abandonados en la pescabrería, para luego comprarlos a bajo precio y con ese olor a pescado que, lo admito, me gusta. No es una confesión, faltaría más. Solo una posibilidad. 



5 oct 2016

NI dantesco ni kafkiano


No deberían formar parte de la vida. Es lo que se siente y desea. Pero inevitablemente se sabe de ellos e integrados a la memoria, incluso si suceden a miles de kilómetros, forman parte de la cotidianidad. Hablo de crímenes, tragedias, desahucios, hambrunas, matanzas, barbaridades. Ante ellos, casi de manera rutinaria, ahora que se sabe que no es correcto usar la palabra “tercermundista”, salta una voz afectada: “Es dantesco, kafkiano”. Puede ser todavía peor. Las mismas palabras son usadas, mal usadas, luego de una jornada dura, la avería del coche, una llamada a la operadora telefónica, la espera en el centro de salud o el atraco en una carnicería. “Es dantesco, kafkiano”. A quien lo dice parece importarle un pepino no saber quién es Gregorio Samsa ni el significado que en la vida de  Dante tenía Beatrice. Ni hablar de la posibilidad de leer, de haber leído La metamorfosis o La divina comedia. Se nombra a los dos escritores como quien pide una cerveza o devora una loncha de queso curado en la barra del bar. Sólo son dos palabras, dos palabritas, que banalizan una obra infinita y, haciéndolo, rompen la maravilla literaria del espanto de uno y la absurda angustia del otro. Hay, seguro, quien celebra esta vulgarización y ve en ella un acercamiento de lo divino a lo humano, pensando quizá que si el nombre de los escritores se convierte en adjetivo común su obra será más y mejor leída, pero tal acercamiento no existe porque en la medida en que se atribuyen estos adjetivos a la cotidianidad el encanto literario se pierde y Kafka deja de ser Kafka, así como Dante ya no es Alighieri ni tampoco el autor de La divina comedia. Quien pronuncia los adjetivos no nombra a los creadores sino que se queda con dos palabras tristes,  de un uso lamentable. Igual podría haber dicho palíndromo o lepidóptero. O mejor aún, no haber dicho nada ya que tendría más sentido llorar un poco o pedir una hoja de reclamación.
Dantesco es en verdad el uso que se le da a la palabra dantesco y kafkiano que no se deje de hacerlo. Para pronunciar estas palabras, debería ser requisito imprescindible haber leído al menos cinco páginas de La metamorfosis y diez de La divina comedia. Si fuese así, no volverían a ser usadas. Primero porque no son textos de fácil lectura y pocos llegarían a la meta. Segundo porque digan lo que digan los diccionarios e incluso  las academias el espanto y el absurdo si literarios son maravillosos, sublimes, y no le caben por ningún lado a estas situaciones terribles, para nada dantescas, nunca, ni siquiera lejanamente kafkianas.