20 ago 2011

ENCUENTRA EL AMOR: LEE CUARTIENTOS

El odontólogo ha curado la boca de mi amiga en las últimas semanas, pero ella quisiera algo más. Por eso, mientras comemos, cuenta de las palpitaciones que la agobian cuando su rostro se aproxima al de ella con afán exploratorio.


-Un buen odontólogo es como si fuera un Kama Sutra -dice un amigo procaz que comparte la tertulia.


Ella suaviza el asunto y habla con emoción del sentimiento que la ha acompañado en las últimas semanas.


-Es que parezco una quinceañera y, antes de ir a la consulta, me pruebo diez vestidos.


El amigo procaz hace ahora referencias literarias. Habla primero de Hollywood. Luego recuerda un cuento de Israel Centeno, lleno de sexo odontológico, y finalmente alguna escena de "Tamaño Natural", la película de Berlanga: cuando Michel Piccoli sienta a la muñeca en el sillón.


Mi amiga lo mira despavorida. Sólo quiere una solución que le permita acercárse y quitarle dientes a la relación. Llueven las ideas.


-Díselo simplemente -proponen las amigas.


-Regálale una botella de champagne en la última visita. O un libro de poesía.


-Nada de eso- dice el procaz -. Haz el amor antes de ir a la consulta. Ël te pedirá sexo inmediatamente. No falla.


A mi amiga no le gusta ninguna opción. Lo veo en su mirada. Quizás por eso escucho mi propia propuesta.


-Dile que visite "Cuartientos". Yo me encargo del resto.


Sus ojos ahora brillan, se emocionan: agradecen la escritura de un cuartiento, de un cuartiento de amor.




14 ago 2011

Dos (cuar)tientos

COMIDA MATERNA



Se marchó la mujer y te hartas de comer comida materna. Se acabaron los spaguetti, la pasta, la lassagna, el gatò di patate. Bienvenido al reino de la arepa, la hallaca, la ensalada de gallina y el dulce de lechoza, conseguido casi de contrabando. Esto no puede durar mucho. Eres lo peor, la mierda del mundo, lo nunca visto, lo inimaginable. Come entonces, aprovecha, límpiate la baba. Tonto del culo, estúpido. Dentro de poco volverá el ministerio de justicia y gastronomía y todos te leeremos comiendo carpaccio, relamiéndote los labios, escribiendo textos que no sé por qué llamas cuartientos, diciendo que la comida de tu mujer es la mejor comida del mundo. Imbécil. No tienes, ¿sabes qué?, personalidad.




LA JOVEN DOCTORA
Como una niña sin padres, que ha ganado recientemente la primitiva, la joven doctora va y viene, mueve las piernas, se agita y grita, reclama, ordena, camina y atiende, siente que puede curarlo todo, hacerlo todo, destruirlo todo.
Nada le es ajeno, tampoco indiferente. Es niña, es doctora, es primitiva y hace apenas dos días, convirtiéndose en especialista de urgencias, ha ganado la lotería.



Lo que nadie sabe es que permanentemente escucha una sirena de ambulancia.
Incluso cuando en la mitad de una guardia entra al baño y enciende la luz, una ambulancia la persigue generándole miedo, mucho miedo.
Por eso corre y grita, se agita y maltrata.


Es, en fin, muy joven.
La joven doctora.









5 ago 2011

Colector de eses


-Es necesario recoger las heces -indiqué como médico de urgencias mientras atendía una diarrea. Al rato los vi -eran padre e hijo- en el patio del hospital atrapando volutas de humo en una bolsa de plástico.
El padre fumaba y el hijo intentaba atrapar las volutas más delgadas.
-Atrapamos las eses -me dijo el padre sonriendo luego de apagar el cigarrillo.
-No se trata de eso -le respondí seriamente.
-No me diga que había que atrapar las ces: hemos desechado tantas.
-Oíga. Está hablando con un médico -dije impostando la voz como si fuera el gran F. -Usted sabe muy bien que dije heces, no eses.

-Si es por letras, podríamos más bien atrapar la zetas -insistía el padre. -Zeta del Zorro, de Zaragoza, del Zodíaco.
Entonces vi que el niño sonreía: con los dientes y con los ojos. Seguramente la fiebre ya había bajado.
-O buscar setas -dije sonriendo yo también, pensando que su mejoría bien merecía un cambio de tono. -Recuerde que ayer llovió.

1 ago 2011

Campamento de verano: esto es fútbol




(Agacha el culo: así es el deporte)



Hubo un tiempo en mi vida en que me gustó el fútbol. No fue ciertamente en la infancia, una época en que mis compañeros se hartaron de meterme goles, hacerme sombreritos y pegarme balonazos en la cara y en los testículos. Tampoco en la primera juventud. Entonces prefería el baloncesto: para jugar a pesar de mis precariedades, para asistir como público a sonados partidos e incluso para ver las transmisiones de la televisión. Fue después, casi a los treinta, cuando me pasé al fútbol. Debió ser consecuencia del asunto migratorio y de la necesidad de hablar, de conversar: en España e Italia, seguramente el fútbol es el tema de conversación más frecuente entre desconocidos.
Poco a poco fui aprendiendo los equipos, sus camisetas, sus jugadores, sus particularidades de juego cuando éstas existían, el puesto conseguido por el equipo en la clasificación, en tal año y en el otro. Llegué incluso a interpretar el mercado de verano e identificar sus consecuencias. Pero, mucho más importante, al menos para mí, creí comprender que el fútbol se trataba de un dibujo en que el balón, empujado o no por los pies de los jugadores, era la punta del lápiz y que era ella, la punta del lápiz, no el balón mismo, mucho menos el pie o la cabeza del jugador, la que lograba el gol al traspasar la raya blanca de la portería.
Como si esto no fuera suficiente, cuando Alessandro, mi hijo mayor, cumplió tres años le regalaron dos balones de fútbol y fue necesario patearlos frente a él primero en el corredor de la casa, luego en la calle y finalmente en el patio del colegio, a la hora de recogerlo. Más todavía: después del balón, los cromos: cada septiembre de los últimos cinco años hemos comprado el álbum de la liga y en una ocasión apenas nos faltó un cromo para acabarlo.
Nunca pensé que esto podría ir a más hasta que en mayo de este mismo año la italiana que cuida a mis hijos (Giuliana, mi novia de toda la vida) me comentó que Alessandro quería ir en el verano a un campamento de fútbol. Me pareció natural y, aunque no era necesario porque ya ellos así lo habían decidido, bendije el proyecto.
Por ello, todas las tardes de la primera quincena de julio me tocó recoger a mi hijo en un antiguo campo de naranjas que hace siete años fue convertido en academia de fútbol. Ël siempre se mostró entusiasta, pero desde el primer día lo vi un poco aplanado.
-¿Qué has hecho hoy? -le pregunté después del abrazo.
-Fútbol. Mucho fútbol.
-¿Todo el tiempo?
-Sí, todo el tiempo.
No insistí, pero al día siguiente, aprovechando la libranza de una guardia, estuve rondando la academia en horas de la mañana. Era de manera absoluta un campamento de fútbol, sólo de fútbol. Cuando los niños no estaban entrenando en el campo, escuchaban una clase teórica o veían una película siempre temática: el balón rodando sobre la hierba empujado por el cuerpo sin manos de los jugadores. Fútbol al cien por ciento. Incluso en los descansos o durante las comidas a través de los altavoces transmitían canciones a tema donde todas las rimas, gracias a Shakira fundamentalmente, buscaban el gol.
En las tardes, venían los padres y la organización ponía a los niños a jugar. Los padres obviamente hablaban de fútbol, sólo de fútbol, aunque en ocasiones también parecía que hablaban de traumatología:
-Dale fuerte. Abajo, Rómpelo.
Esas palabras iban acompañadas de un brillo oftálmico que mi imaginación relacionaba con la parte más tangible de lo intangible: la hipoteca a pagar, el futuro, los nietos. Había allí, era obvio, mucho más que el descerebrado plan de divertir a los niños durante las vacaciones. En esas miradas había un proyecto, una forma de vida, un sueño quizás.
Los entrenadores, no podía ser de otra manera, participaban del asunto y en ocasiones se acercaban a los padres más ávidos alimentando su ilusión:
-El muchacho promete, ya verás.
Mayormente se limitaban a hablar con los niños, a gritarles a veces.
-Venga. Si te han hecho gol, ve a por el balón y prométete que la próxima vez no te lo meterán.
Ëse era el entrenador de porteros a quien, puedo jurarlo, en una ocasión le escuché decir la mitad del título de este cuartiento:
-Agacha el culo, esto es fútbol.
Pero fue el decano de los entrenadores, un buen hombre sin lugar a dudas, quien me ayudó finalmente a entender de qué cosa se trata el fútbol.
-El balón es parte de tu cuerpo -les decía a cada rato a sus niños, ninguno mayor de diez años, ninguno menor de siete.
-El balón es parte de tu cuerpo. Y va a ser así por el resto de tu vida -les gritaba mientras los padres sonreían y pensaban en cómo pedirle un préstamo al banco para que los niños se quedaran en la academia luego del verano y de la academia saltaran a las escuelas de fútbol de los grandes equipos y de éstas al estrellato.
Eso es lo que hay y finalmente lo entiendo. Nada de poesía estilo Valdano ni de filosofía Guardiola. El fútbol es una gran empresa -lo intuía, la fábula del lápiz era demasiado bonita- en que luego de captar a los niños valiéndose de las redondeces del balón, de su parecido a una manzana podría decirse, les aplanan el cerebro, les impiden el uso de las manos, amputándoselas casi a pesar de la importancia de ellas para la especie humana, y como les han quitado una parte del cuerpo le dan otra: el balón.
Asi nace el dibujo que vemos en el campo de fútbol y mayormente en la pantalla del televisor. Pues no vale la pena y la Sociedad Protectora de los Niños (¿existe?), o la de los animales, debería protestarlo.