Cuando vi por primera vez el letrero varado sobre una construcción en progreso en la España próspera de hace cuatro o cinco años, pensé que ese nombre sólo podía ser el de un burdel: "Las cuatro hermanas". Pensaba en uno al estilo de Álvaro Mutis en el que las putas, en lugar de disfrazarse de aeromozas, mentían diciendo que eran hermanas y así vendían al cliente la posibilidad de poseer una familia completa. La ministra que más manda (mi mujer, pues: la profesora más querida) en cambio me dijo que nuevamente se trataba de una tontería, de un desvarío, de otro de mis desatinos.
-Ya verás, seguramente es un hotel, nada que ver con tus obsesiones.
-Yo no digo que no sea un hotel, querida, pero ya verás que está lleno de putas.
-Cállate ya y arregla de una vez el portón que está roto.
El tiempo pareció darle la razón. al menos inicialmente, porque cuando terminaron las obras e inauguraron el negocio sólo se publicitaban como hotel.
-Pero seguro es un burdel.
-Pues no lo parece, es un hotel.
Claro, siempre quedaba la posibilidad de visitarlo y comprobar, pero habría perdido un cuartiento y al menos entonces no parecía tener mucho sentido reservar un hotel a cinco kilómetros de la casa.
A los meses, debajo del letrero principal, colocaron uno más quequeño: "Se alquilan habitaciones para siesta".
-¿Viste que es un burdel? - fui y le dije a la ministra.
-Para siestas, allí no dice nada de putas. Todo el mundo hace siestas, al menos en el Mediterráneo.
-Entonces es un matadero, porque eso de siestas ...
-Nada que ver, muchacho: allí sólo dice siestas.
A los seis meses vino otro cambio. Junto a la estructura original, apareció una torre gigante, coronada por un cartel: "Paris, Club".
-¿Has visto que es un burdel?
La ministra no dijo nada hasta que los del burdel empezaron a llenar las ventanillas del carro con invitaciones: tarjeticas impresas con culos, tetas y labios que suplicaban una visita.
Realmente ni siquiera entonces dijo nada, pero su silencio era una manera de asentir y yo me cansé del tema: era un burdel y ya, no tenía sentido discutir por algo tan obvio.
Hoy, sin embargo, al pasar por la carretera, he visto otro cambio. Debajo de las habitaciones para siestas, han puesto otro letrero que invita a un menú de precio popular. La inventiva incesante de este empresario seguramente apremiado merece otro enfoque y quizás incluso una visita.
-Es una estructura de servicios públicos, seguramente vinculada a la caridad. Nada de burdel ni nada. Comer por ese precio. ¿Puedo?
1 comentario:
Pues mira, curiosidades, yo llegué a conocer al director de ese hotel, cuando lo era, y el servicio de siesta fui motivo de amplia chanza por mi parte.
Dije ¿vienes de un hotel de lujo para dirigir una casa de lenocinio legal?
Como era un buen conocido, fuimos a comer allí en plan familia martopas sin siesta, claro. Y realmente se comía bien, muy bien. Comida tradicional asturiana, de impresión.
Lo despidieron cuando vieron que la legalidad no era rentable.
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