3 dic 2016

Todas las chamas


Chama es el nombre de la última paciente que visito. Es una discreta mujer de cuarenta y cinco años que trabaja como maestra pastelera entre Valencia y Castellón. Ella no tiene nada que ver con Venezuela. Se llama Chama por decisión de sus padres, porque simplemente es un nombre posible en Marruecos, el lugar en que nació. De hecho no le presta atención al hecho de que a mí me interese tanto su nombre ni a su posible significado a diez mil kilómetros, más allá del océano. Pero para mí la palabra chama es mucho más que un nombre asignado casi al azar en las faldas del Atlas. Chamos fuimos nosotros cuando éramos jóvenes entre Valencia y Caracas aunque yo poco usaba la palabra.  "Épale, chama", podía ser un saludo frecuente antes de entrar a clases en la facultad. "Chamita, mi vida", obviamente un piropo o una manifestación de amor. Había un grupo musical que se llamaba Los Chamos y una pieza de baile, medio salsa y un tercio de rumba, alrededor de un personaje, Chamo Candela. Yo no usaba el término por eso, porque era muy frecuente, demasiado fácil y, por repetido, incluso vulgar, pero bastó que saliese de Venezuela para que las mujeres amadas se transformasen en chamas. Chama es mi madre cuando la llamo raspando una tarjeta o gracias a los céntimos que me cobra una empresa de nombre imposible, de espanto, Espantel. Chamita es mi niña cuando me hacen una resonancia en la rodilla y pienso en su rostro para tranquilizarme. Chama es la mujer que amo cuando me dice que tengo que esperarla a la una menos cuarto frente a Correos. Chama es mi comadre de Ronda, mi amiga en Santiago o la escritora que no conozco personalmente pero que igual adoro en Madrid. Chama no sólo es esta dulce (por pastelera) paciente, sino que chamas son todas las mujeres que veo y siento, no importa que no me vean ni me sientan, que lo último es demasiado complicado. Todavía más, pensándolo bien y escribiéndolo apropiadamente, chama eras tú cuando te llamaba desde el teléfono público de la Avenida Bolívar, chama otra vez comiéndonos un helado cerca de la Catedral, chama en mis sueños, chama para siempre en mi memoria..
Es imposible explicarle algo de todo esto a la mujer que está frente a mí, la paciente que se llama Chama.. Primero porque no le interesa y sería incorrecto. Segundo, porque no me entendería. Tercero porque tengo prisa: debo reunirme con unas amigas que, convocadas por Sonia, se han juntado para leer Médicos taxistas escritores y, para un medritor, el compromiso adquirido con un paciente o con un lector es sagrado y se respeta, así sea necesario saltarse la cena. Por eso, una vez hechos el informe y las prescripciones, cierro el chiringuito, salgo corriendo y sólo en la autopista tengo tiempo para pensar, con lágrimas de nostalgia y alegría, en la palabra chama.
Todo sucede muy rápido. De la consulta a la autopista, de la autopista a la lectura. Ésta es casi un preámbulo del sueño. Somos ocho o nueve personas reunidas alrededor de un libro, pero el encuentro es tan bonito y cercano, tan saludable, que cuando mi madre me llama para preguntarme cómo estoy qué he hecho, le respondo igual que cuando regresaba tarde a su casa porque me había entretenido hablando de mis sueños con las amigas que estudiaban educación mención literatura en la universidad primera:
-Bien, muy bien. Estaba porai, leyendo cuentos con unas chamas.

2 comentarios:

Gilberto dijo...

La medicina, los libros, el teatro y algunas artes más, permiten vivir personajes y vivir varias vidas en una sola.

Es bellísimo como te consuela la palabra Cha-Ma,y el poder que extraes estas dos sílabas.

Reencarnaciones literarias, y el niño tiene otra oportunidad.

Unknown dijo...

Saludos desde la distancia.
Chama Literaria: María Waleska.
leska1711@gmail.com