4 feb 2015

Quijote



Es un asunto personal, pero en las últimas semanas he llevado uno de los tomos de Don Quijote de la Mancha en la mochila y, sentado o de pie, en el lugar o instancia que sea, saco el tomo en cuestión, lo abro en la página indicada y comienzo a leer. En silencio, obviamente, faltaría más. Es mi lectura, es un asunto personal. Pero igual mi conducta genera estupor e intervenciones disímiles. No es porque leo. Otros lo hacen, los veo mientras lo hacen, y no les dicen nada. Al que saca el libro de Ken Follet o el ladrillo (por volumen) de Posteguillo nada le dicen. Pero a mí sí y, no sin antes haber buscado otras explicaciones, he concluido que lo hacen por el libro elegido.
-¿Qué lees? ¿El Quijote?
-¿Lo lees o lo relees?
-Madre mía, qué valiente.
Inicialmente había atribuido los comentarios a que este libro maravilloso es víctima de su propia grandeza. Se prefiere una lectura insípida e insignificante a este libro que se sabe que es el madre y la padre (sic) de todos los libros escritos en lengua castellana. Por si fuera poco, todos consideran que es imprescindible haberlo leído y la mayoría, que no lo ha hecho, esconde su culpa fingiendo que lo ha hecho o conformándose con haber revisado resúmenes o versiones infantiles. Además, es un libro extenso, escrito en castellano antiguo y muchos lo tienen en ediciones que, por su belleza o importancia familiar, no se atreverían a a hojear.
-Ánimo.
-Qué barbaridad: ¡El Qujjote!
En este proceso, incluso me he cuestionado a mí mismo. Yo, aunque tengo una versión literaria de mis recorridos, reconozco que éstos no tienen nada que ver con el asunto literario (a veces lo lamento), mucho menos con el académico (lo agradezco). El hospital, el tenis y la piscina de Letizia, el campo de fútbol donde entrena Alessandro, alguna sala de espera, aquella oficina, el metro, la ferretería, la montaña, el camino de piedras.
-Yo lo comencé a leer, pero no pude.
-Yo vi los dibujos animados.
-A mí lo que me pasó es que no lo entiendo.
-Lo de los molinos de viento es lo mejor, sin lugar a dudas.
Esto último lo escuché en un bar en el que a veces desayuno. Un cliente le hablaba de mi lectura a la camarera y luego vino otro (un poco achispado,también tonto) y le entregó a la chica un libro grueso en cuyo título apenas distinguí la palabra amor. Era el regalo de un cliente enamorado (tonto otra vez) que sabe que regalarle un libro con esa palabra dentro del título es lo más cerca que puede estar de sus sentimientos.
-Siempre me trae libros. No sé que voy a hacer con ellos. El otro día me trajo La catedral.
-Eso son palabras mayores - le respondió el cliente inicial con una cara en que se veía que creía que la camarera se refería La catedral del mar, que no había leído el libro de Falcones, pero que si lo reconocía quedaba mal, muy mal.
A partir de su rostro fingidor y confundido, he empezado a creer que a Don Quijote de la Mancha lo impregna el mismo estigma que rodeaba a su personaje: la dificultad a priori de entenderlo (atribuida mayormente a una locura que no es tan obvia y bien se podría discutir) porque se sabe que nos va a plantear un escenario mental diferente, nuevo a pesar de haber sido creado hace más de quinientos años, en el que nosotros, los castellano hablantes, seguimos siendo personajes.

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