8 nov 2018

Tarde redonda con espinas



Comienzo leyendo Demencia Precoz, de Teófilo Tortolero. Era un poeta de la Valencia en que crecí  y su libro, que más que  de medicina está impregnado de cuerpo y enfermedad, fue prologado por José Solanes, psiquiatra de Antonin Artaud y de mi tío Fernando. La lectura es maravillosa aunque rápida. La interrumpo cuando empiezo a pensar que todos mis empeños poéticos de la infancia solo pretendían emularle. "Si comienzo a morir esta tarde / caliéntame con fiebre / de tu buena compañía". Con los ojos cerrados recuerdo la ocasión en que le conocí. Yo tenía 20 años y Reinaldo Pérez So ya había pisoteado (calpestato, en italiano, expresa mejor lo que de verdad hizo)  mis poemas y oraciones. Yo ya escribía cuentos y nos habían dado un premio: a Teófilo en poesía, a mí en narrativa. Es mentira que fuese un hombre rural, pero los hechos de que viviese en Nirgua, que estuviese enfermo, a punto de morir, y que su libro premiado llevase por título La última tierra me sacan del sofá y me conducen al patio. Comienzo podando la buganvilla (trinitaria, no sé por qué, la llamábamos en La Entrada) y a pesar de los guantes me pincho los dedos recogiendo las ramas. Cuando termino reviso las plantas que me han traído del vivero. Hay un mango. Parece imposible pero en España ya han domesticado sus fibras y semillas. Ya pasó con las papas y el tomate. Ahora le toca al mango y al aguacate. Obviamente lo elijo de primero para plantarlo. La tierra está blanda. Lo agradezco porque, aunque pasé las tardes de mi infancia cavando agujeros para enterrar perros muertos  y plantar arboles, han pasado muchos años desde entonces y mi espalda no es la misma. Empieza a ser obvio. La ruralidad siempre ha sido mía y hubo un momento de esta tarde en que se la atribuí a Teófilo. Su poesía me ha permitido recordarla y este mango quizá dará frutos el año próximo. Vaya milagro. Para celebrarlo abro una botella de ron nicaragüense. Pienso en Daniel Ortega. Lo maldigo y vuelvo a Teófilo. "Cuando la última tierra sea un terrón / sin amo/ la cola de un caballo tirado en el barro / por su dueño loco / y los candados vuelen de sus nidos …". Con ese poema en el siglo pasado me enamoré cinco veces. Nunca dije que era mío, pero tampoco que no lo era, y solo una vez me descubrieron.

1 comentario:

Facundo Martín Desimone dijo...

Muy bello relato, Slavko.

Y aguante el ron nicaragüense!! 😂

Aprovecho la oportunidad para compartirte mi nuevlo blog de literatura musicalizada: https://expulsadoseden.blogspot.com/

Espero que sea de tu agrado.

Abrazo grande.