19 abr 2019

Viernes Santo: estriptís en cercanías


Empiezo a escribir, a intentar escribir en el tren a partir de una línea que reposa en el cuaderno de notas desde hace dos o tres semanas. Aunque tengan veneno sus espinas una rosa no es psicópata. Es un tren solitario por la hora y la festividad. Quisiera seguir escribiendo. Realmente no tengo idea del recorrido que pueda tener esta rosa: quizá una descripción de sus pétalos y hojas, de su tallo que se contorsiona para pinchar a quien pasa a su lado. Pero los vigilantes de seguridad hablan entre sí y decido verles. Entre ambos suman cuarenta uñas y casi cien años. Tienen calvas, cicatrices, arrugas, ojeras y barrigas prominentes. De improviso el que está más cerca de mí le pide al otro que le haga una foto. Pienso inicialmente que, orgulloso de su uniforme, quiere una foto para mostrársela a los hijos. En principio no tiene nada de malo. Yo más de una vez me he hecho una foto en el hospital: reconozco que me gustan los selfies lleno de ojeras en las noches en que creo que es imposible continuar. Pero lo de este vigilante de seguridad es otra cosa. Ahora quiere una foto con las gafas de sol, a las siete de la mañana. Luego una foto sin el chaleco de seguridad. Ahora una con la porra entre las manos y el bote de gas (¿paralizante?) en el suelo. Habiendo solo pagado por el transporte, asisto a una sesión de estriptís patrocinada por la empresa española de trenes. La situación es absurda y bonita al mismo tiempo. Por un lado apetece sacar el móvil y hacerle una foto. Sería interesante que eso le gustase y que, motivado por la posibilidad de más fotos, se empeñase todavía más en esto de quitarse y ponerse accesorios. Pero lo más probable es que no: que no le guste mi foto (suya y de su compañero)  y se aproxime a mí intentando quitarme el móvil. Yo tendría que recordarle mis derechos y, bla bla bla mediante, me quedaría con el móvil y la foto. Podría pasar que no se diera cuenta de mí ni de mis actos, mucho menos de mis dudas. Él está tan concentrado en su performance que realmente resulta simpático verle, tan grandote e ingenuo, tan narciso, y no es plan advertirle que (alguien podría pensar que) está haciendo algo inadecuado. El estriptís de todas maneras está a punto de terminar, ha terminado ya. Un pasajero insomne en el otro extremo del vagón se niega a mostrar el título de viaje al revisor porque seguramente no lo tiene. Los dos vigilantes de seguridad acuden rápidamente y yo, gracias a ellos, a partir de una línea floral que carecía de adónde, hoy viernes santo, he podido escribir un cuartiento sobre la vanidad. Humana es, sin duda alguna.

No hay comentarios.: