El último usuario, a priori, podría
ser colombiano. No se trata de características físicas que a estas alturas, al
menos hablando de gentilicios, aportan tan poco. Algo de bueno han de tener las
últimas décadas aparte de la obra de Roberto Bolaño y Claudio Magris. Y no se
puede negar que este siglo apuesta claramente por lo multicultural. Pero el
hombre en cuestión viste una chaqueta azul que, a la altura del corazón, lo
dice claramente: “Alcaldía de Medellín, Secretaría del Deporte y la Recreación”.
Le veo llegar, saludar y dar sus datos aunque una barrera de cristal me impide
escucharle. Aprovecho la circunstancia para construirle una biografía ficticia.
En Colombia es profesor universitario y ha venido a Castellón como miembro de
un tribunal de tesis doctoral. No me cuadra, no. Mejor que sea editor:
participó en el encuentro de editoriales que se celebró hace varios meses y,
después de haber sido iniciado en la cultura del café cremat, decidió quedarse
en Castellón hasta el último día de su páncreas. O que simplemente se trate de
un vendedor de azulejos. En las tres versiones ha dejado mujer e hijos en
Medellín, pero los llama todos los días. Esas “llamadas telefónicas” me hacen
recordar otra vez a Bolaño pero mucho más al gran escritor de Medellín, Héctor
Abad Faciolince. Hace diez años regalé varias veces su novela, El olvido que
seremos. Todavía recuerdo quién me recomendó que la leyera, Daniel
Mordzinski. “Es imposible que no la hayas leído”, fue lo que me dijo. Tenía
razón, es un libro maravilloso y, después de leerlo varias veces, recuerdo
haberlo usado para que sus páginas me dieran al azar un epígrafe para la novela
que entonces escribía. No he hablado todavía con el hombre, pero gracias a su
presencia me encuentro caminando por las calles literarias de Medellín. Tropiezo
con un vendedor de baratijas y, en la esquina, explota una bomba. Han matado al
padre de Héctor y yo mismo vuelvo a quedarme huérfano. “Ojalá se prolongue la
tregua, ojalá se prolongue”, sueño que digo sentado en el banco de una plaza
desierta. Me quedo allí encantado. Medellín. Medellín, qué querrán decir esas
ocho letras. Cuando me toca finalmente encontrarme con el hombre, no puedo
evitar preguntarle desde cuándo no va a su tierra. Pues resulta que nunca ha
visitado Colombia y libros ha leído más bien pocos. Realmente es de Tarragona,
pero hace dos días, luego de perder una apuesta, intercambió chaqueta con un
amigo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario