Los pacientes vienen y se van, a veces vuelven. El primer día en este hospital un hombre intentaba venderme un automóvil.
-Veinticinco mil, apenas vinticinco mil. Prácticamente nada.
El segundo día lo vi, el mismo hombre, en un concurso de la televisión. Ganó quince mil: saltaba y gritaba, anunció que se iría a Egipto con toda la familia.
El tercer día un paciente dijo llamarse Winston Churchill. Tenía un brazo roto, pero no vino a mi consulta por eso, sino porque necesitaba un informe para que le dieran la pensión.
-¿Seguro que usted es Winston Churchill? -le pregunté porque lo vi muy joven y negro, demasiado diferente al de los libros de historia.
-Sure.
Pues hice el informe.
Al día siguiente, el cuarto, vino la policía a decirme que se trataba de un error. Realmente hablaron de délito: el hombre que vino a mi consulta, como no tenía documentos, había usado el pasaporte de un compatriota liberiano, más o menos de su misma edad, muy parecido físicamente.
-Ya lo sabía yo -le dije al de la consulta contigua. -El hombre que dijo llamarse Winston Churchill no era Winston Churchill.
2 comentarios:
Querido Chupchic:
Me alegro de seguir el rastro de tu pluma, ya que de ti ni la sombra queda (...por el hospital).
Intuía que sabías que ese hombre no era quien decía.
La pista definitva fue su contestación.
Winston Churchill jamás habría contestado - sure -, te habría recorrido con la mirada de arriba a bajo y exclamado displicentemente un - OF COURSE - de esos que la r dura medio minuto.
Un fuerte abrazo de...
Traumatólogo escrupuloso
En estos días y lares, extraño una buena conversación alrededor de un café indigesto. Las palabras saben más que la cafeína. Un abrazo.
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