7 jul 2011

Cuatierno de O

Fue reveladora la visita a O.
.Hay que ir. Venga –me dijeron los compañeros del trabajo.
-¿Hay que ir ya, inmediatamente? - pregunté,
-No, todavía no. Cuando venga el Inspector, nosotros lo acompañaremos. Nosotros contigo, tú con nosotros.
Fue entonces cuando comencé a sentirme nervioso. ¿Cómo será O? ¿Cómo llegaremos? ¿Qué hay que hacer antes de llegar?
El día que tocaba los compañeros lo habían preparado todo y O ya no era un globo lejano en el aire, llevándole un saludo a las abuelas, sino más bien una i latina, un hilo cogido de la mano, sujetándolo todo.
Por el calor y la sequedad, yo pensaba que O se parecería más a Pedro Páramo que a el llano en llamas, pero al final resultó ser que parecía más bien una montaña mágica.
Estábamos en su hospital -era el motivo de la visita del Inspector- y todo parecía bonito y limpio, muy limpio. Incluso los pacientes estaban contentos. Saludaban y sonreían a nuestro paso. Yo no pude evitarlo, recordé dos cosas. Una: un hospital del siglo dieciocho en que todos lucían felices porque el Doctor Roeschlaub les prescribía vino. Dos: un inspector sanitario que alguna vez vino a visitarme en el ambulatorio de La Guásima. Pero nada dije. Menos mal, menos mal.
-Este hospital es bellísimo -apuntó el Inspector y también nosotros sonreímos, tranquilos ya.
Fuimos entonces a la Dirección, que estaba en la que una vez había sido la casita del guarda.
-Es muy bonito todo, parece la montaña mágica -esta vez fui yo el que habló pero nadie intentó escucharme.
Así fue cómo me separé el grupo y comencé a hablar, frente al mortuorio, con uno de los trabajadores. Dijo llamarse Desi.
-¿Cómo que Desi? ¿Por qué?
-Es que me llamó Desiderio.
En apenas un minuto se lo conté todo. Desiderio es mi santo preferido. De pequeño rezaba ante sus huesos en el Colegio Don Bosco. Luego supe que había muerto junto a San Genaro en Pozzuoli, donde nació Sofía Loren.
El hombre estaba contentísimo. Prometió que alguna vez iría a Venezuela a visitar las reliquias. Yo tuve que despedirme de él y, cuando me encontré con mi grupo, lo dije:
-He conocido a Desiderio.
-¿De verdad? ¿Y le dijiste que tienes una novela dedicada a su santo?
-No, eso no se lo dije.
-Pero, ¿por qué?
-Es que eso sólo lo saben los amigos -contesté y fui a despedirme del Inspector.
-Su visita ha sido reveladora. Rebelladora.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Querido Slavko, después de este intrigante cuartiento, del día de San Fermín, las lectoras convalecientes y ávidas de tus relatos nos preguntamos si es el calor u otra causa la que te mantiene alejado de este, tu blog. Besos a todos los cuatro

Slavko Zupcic dijo...

Si quieres mejorar, lee cuartientos. La única pócima que te garantiza mejoría. Por eso es buena. Un abrazo,querida Maribel. Tamién a Salva y a los niños.