12 jun 2012

PANTALETAS DE SAL, ZANCUDOS DE VIENTO

Pantaleta es la voz que en mi barrio se usa(ba) para designar la ropa íntima femenina. Pantaleta, pan-ta-le-ta. Aunque recuerdo que las niñas educadas también podían llamarla blúmer, que era más bien un eufemismo a pronunciar antes o después de pedir un batido de fresas, carísimo entonces. Me refiero pues a una palabra equivalente a la braga española o la mutanda italiana. Si el cuartiento debiese transitar esos caminos bonitos, haría una primera parada en la pantaleta señorial, la grandota, gigantesca, que colgada en un balcón bien podría parecer una bolsa de mercado. Otra en la recortada, que reconstruye los glúteos. Y todavía una más en la brevísima (la bebísima) que desaparece dentro del mundo que contiene. Pero nada de nada, quien escribe es el tío Slavko y no se va a meter hoy en esas honduras. Además, voy a ser sincero. Con los años y, fundamentalmente, esta extranjeridad perpetua, el vocablo pantaleta se ha transformado entre mis neuronas. Es ahora mucho más continente que contenido. Deserotizadas, esas cuatro sílabas han ido perdiendo pelos y olores y han ganado sonido. Pan-ta-le-ta. Suena, sí, a las mujeres de la casa de un niño que creció entre mujeres. Pantaletas de madre, de hermana, de tía. Pero evoca una trascendencia culinaria. Pan-ta-le-ta. Regresionado a lo oral, la palabra (mezcla de pastel y tartaleta) llena mi lengua de sabores. Pienso más bien en una especie de empanada de maíz rellena de carne, una empanadita frita o, ¿por qué no?, asada y de trigo como las empanadas chilenas que en Bárbula me instigaban a escapar de las clases de fisiopatología. Esta pantaleta de hoy viene rellena de jamón, trae tomate. Es fresca y buena, deliciosa, escarchada de sal.
Algo parecido pasa con la palabra zancudo. Zancudo es el mosquito caribeño, afilado, punzante y terrible. Los había patas blancas, largos y recortados. Los odiaba en mi infancia de La Entrada y, por su culpa -estaban en todas partes, atraídos por los mangos que se podrían en el jardín de la iglesia- aprendí a dormir feto otra vez cubierto absolutamente por la sábana. Con el tiempo, la otredad y los insecticidas, esas tres sílabas han perdido también parte de su significado. Queda de ellos la música, pero también han mutado sus sonidos y ahora suenan en clave de sol. Si era terrible su silbido en la infancia -que no dejaba dormir, que mortificaba y se escondía detrás de las orejas- ahora lo recuerdo como música de un instrumento de viento. Se funde, se confunde su do permanente con los mejores acordes que he escuchado nunca: algo de Mendelssohn, mucho de Bach. Debería entonces ser de cuerda, pero hoy se me antoja de viento la música de la palabra zancudo. Nada que ver con el mosquito, el zancudo en este cuartiento es un instrumento de viento junto a la boca de un músico somnoliento que hoy al mediodía degustó una pantaleta de sal.

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