Cuando llegué, dispuesto a vivir, a Salerno, me recibieron las calles tapizadas con el anuncio de la muerte de Izet Sarajlic. Fue un duro golpe porque uno de los motivos que me había inventado para trasladarme a Salerno era precisamente la posible inclusión de sus conversaciones en un proyecto de novela que incluiría a mi admirado Salvador Prasel y a Danilo Kis. No pudo ser, es obvio, y me lo explicó Nonna Rosa, una anciana siempre sentada, jugando cartas o simplemente viendo la gente pasar, frente al palazzo que yo habitaba.
-Non è come quando sei venuto la prima volta -me dijo, en un gesto cómplice de su memoria, refiriéndose a que la primera vez que yo visité Via Arce quedé sorprendido porque de todas las ventanas salían banderolas y flores e incluso en la fachada de mi palazzo habían colgado un cartel gigantesco que decía "Sei la cosa più bella, ti amiamo".
Obviamente, no era mi llegada la que motivaba ninguna de esas manifestaciones. No era para tanto aunque hubo un momento en que lo dudé.
-È che la salernitana è stata promossa alla serie A -Nonna Rosa apareció por primera vez a mi lado y me lo explicó: simplemente que el equipo de fútbol de la ciudad había ascendido a primera división. Luego se presentaría y me diría que siempre podría contar con ella allí, frente a su casa, en una silla dispuesta al lado de la puerta.
Desde entonces Nonna Rosa se convirtió en mi intérprete de todo lo que sucedía alrededor del palazzo y de algunas cosas importantes de mi vida. Cuando yo salía me saludaba y me presentaba a sus amigas.
-Guarda come è bello. È venezuelano. E lavora come medico.
También me advertía del tiempo, si vendría el frío o el calor. Y relacionaba esta información con mi vestimenta: si era propiada o no. Cosa que yo le agradecía infinitamente.
Lo mejor de todo era su sonrisa y, sin lugar a dudas, comenzar a caminar por Via Arce luego de haberla saludado era un gesto de confirmación de la vida (una botta di vita), un augurio bonito y delicado, una bocanada deliciosa, telúrica y vital, que me permitía continuar hasta el Corso Vittorio Emanuele para luego soñar desde el Lungomare que regresaba a Venezuela.
Por si fuera poco, su hijo era amigo de la familia que me albergaba y, cuando me tocó despedirme de Salerno, fue él quien me llevó a Fiumicino, consoló mis lágrimas y me dio consejos sabios para comenzar una nueva vida.
Una de las cosas que le mostré durante el trayecto fue una foto que me había hecho hacer por Armando Cerzosimo con motivo de una fiesta local. Era al final de Via Arce, en la Piazza Portarotese. Yo estaba sentado junto a su madre y vino un vendedor ambulante ofreciendo espejos y pañuelos. Nonna Rosa sonreía y Armando Cerzosimo disparó, encontrando así una de las mejores fotos de mi vida.
Hoy que de Salerno llega la noticia de su muerte -Nonna Rosa murió plácidamente, de vieja y sabia, a los noventa y tantos años, rodeada de nietos y bisnietos- desaparece un ángulo de la foto, como si lo hubieran comido las hormigas, y mi recuerdo de Salerno continúa impregnándose de tristeza.
1 comentario:
Mi dispiace Slavko!
Almeno avrai per sempre il suo ricordo.
Un abbraccio!
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