8 feb 2016

Hacia una comprensión patológica de la literatura

No es maníaca la emoción literaria. No figura en el DSM, tampoco en la CIE, ni en la IX ni en la X. No  es posible saber de ella buscando en el índice del Harrison, tampoco en el Vademecum. Y, en una historia clínica informatizada, ni siquiera haciendo trampa sería posible introducirla. Igual que el (des)amor, la emoción literaria no cabe en ninguna de estas listas. No está, es imposible encontrarla. A priori, parece demasiado sencilla la respuesta si acaso su ausencia ha generado alguna pregunta: no es patológica, la emoción literaria no es patológica, no tiene por qué formar parte de estos elencos taxonómicos, ni de los viejos ni de los que vendrán. Además, es egosintónica: porque si no fuese así bastaría con cerrar el libro, salir al jardín y podar las palmeras. Y, ya que ha quedado demostrado que el miedo que las novelas de caballería generaban en la sobrina y el cura amigo de Don Quijote era infundado, sabemos que no es dañina. Pero que nadie diga que es normal aunque para algunos resulte frecuente. No puede ser normal tanta maravilla, tanto goce. Que una persona sienta que su pensamiento se multiplica en o por las quinientas páginas de una novela es un milagro, es el milagro literario. Páginas, universos que se abren ante nosotros y nos permiten ingresar en ellos. Miradas convertidas en letras que nos seducen a cincuenta centímetros de nuestra presbicia. La posibilidad de creer que somos capaces de incluso mejorar el desenlace en un arranque taquipsíquico que nunca se concreta. “Así es la literatura”, podríamos decir a viva voz. En efecto, así es: absoluta y complementaria al mismo tiempo. Con la ventaja de que es posible gozar siempre de su compañía. Desde los cuentos revelados en la primera infancia hasta los que nos puedan leer más allá del deterioro cognitivo. La literatura, en forma de lectura o de escritura, se ofrece para acompañarnos siempre con emoción e inteligencia. En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. Muy mucho en la enfermedad. En la montaña, en la playa y en el desierto. A través del libro o del e-book. Sólo la medicina, el amor y la música pueden ufanarse de cubrir un espectro tan amplio, pero con la literatura no hay régimen laboral, no hay guardias nocturnas ni complementos extraviados. No hay ni siquiera desengaños, tampoco promesas. ¿Sólo emoción y pensamiento? También palpitaciones, ciclotimia, exoftalmos, insomnio o hipersomnia, cérvicodorsalgia, rizartrosis quizá. Literatura pura, nada de patología.

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