Aunque
no respete su carácter standard y altere su duración a través de palabras,
ideas y líneas, el texto literario puede incluir las unidades de medidas que se
le asignan al tiempo. Así, en relatos, novelas y ensayos, incluso en poemas,
escribimos segundos y minutos a pesar de que sabemos que, en la literatura, el
tiempo viaja en una dimensión especial, absolutamente ajena a la física.
Sin
posibilidad de dudas, el tiempo es otra cosa en literatura. No tiene por qué
ser necesariamente más lento aunque los asuntos literarios mayormente germinan
y se incuban muy lentamente. Pero en ocasiones, la literatura es velocísima.
Rápida como un rayo. Por encontrar analogías, el tiempo literario se parece más
bien al tiempo amoroso en las redes sociales. Rápido y lento. A veces
rapidísimo, a veces lentísimo. En ocasiones inexistente.
Por
ello un tocado puede demorar ochenta páginas en deshacerse si quien narra y
describe es un novelista francés del siglo XIX o un haiku en apenas tres líneas
puede contener una vida completa e integrar en ella generaciones pasadas y
venideras. Ni siquiera se trata de sustituir las unidades de medida por líneas
o páginas. Es otra cosa. El tiempo literario es anárquico. No acepta las reglas
de ninguna academia, ni de artes ni de ciencias. No solo pasa dentro de los
textos sino también con sus hacedores. Así, un joven escritor puede tener
ochenta años y las dos caderas con prótesis si apenas ha publicado uno o dos
libros o si su producción sigue siendo fresca.
En el caso contrario, un hombre de cincuenta años puede ser un escritor anciano
desde hace veinte si ya ha publicado varios libros relevantes y su escritura leída
en silencio chirría como un puente oxidado, artrósico. Hay también casos de
personas que han empleado toda su vida en escribir un solo poema. Un poema de
cinco o seis versos. Cincuenta o sesenta años invertidas en ordenar en el
espacio cuarenta palabras que un robot podría leer en un minuto pero que para
comprenderlo a cabalidad podría necesitar dos o tres generaciones.
Es el
tiempo literario. Una de las pocas cosas que respeta es el orden de las
estaciones. A mí en invierno se me parece más a una manta, que aprieta y libera
donde y cuando quiere. En verano, no lo sé: como cada año cambia, falta todavía
tiempo, salud y escritura para verlo. Lo único seguro sigue siendo que no se
mide con reloj ni contador de palabras, sino simplemente leyendo y escribiendo.
1 comentario:
El autodidacta
Al lado de mi casa vive un hombre que no sabe leer ni escribir. Pero tiene una mujer bellísima.
En estos días, a escondidas de su esposa, y para mi angustia y preocupación, decidió aprender. Yo lo escucho deletrear, como un niño grande, en unos papelitos que siempre le dije a ella que botara, pero la muy estúpida los dejaba regados descuidadamente en cualquier parte de la casa; y le ruego a Dios que no aprenda jamás.
Autor: Pedro Querales. Del libro "Fábulas urbanas"
Te preguntaras "¿Bueno y ahora por qué éste me envía sus cuentos? Por dos razones: una, yo también envié para el Transgénerico y dos, porque yo también soy escritor. je,je,je,je...
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