Me lo dijo un amigo que tiene muchos libros y no encuentro razones para dudarlo. En el séptimo día, Dios creó el hombre y la mujer. En el octavo, el celular. Y, en el noveno, comenzó con internet. Era un empeño tan grande que le llevó dos días. La internet del noveno día es la buena: la de chatear con los seres queridos, leer los periódicos y enterarse de todo. La del décimo, no, quizás por el cansancio. Se trata de internet al revés, tenretni. No es la web ni la red, tampoco es un billete de cinco invitando a formar parte de una cadena en honor a San Judas Tadeo. Más bien es la sombra detrás de un letrero con la palabra internet. En ella no se navega, se naufraga. Inicialmente atacaba tan solo el décimo día de cada mes. Ahora no, lo hace todos los días. Uno enciende la computadora, se conecta y no sabe quién vendrá: internet o tenretni. Por ADSL, modem o una simple pinza para el pelo, una de las dos puede introducirse en la casa o en la oficina y estar frente a uno, al lado de la abuela o jugando con los niños. A veces, se meten las dos simultáneamente. Junto a la mano derecha, tenretni. Junto a la izquierda, internet. En esas ocasiones luchan entre sí. El usuario está revisando un periódico, visitando a Barney o leyendo un artículo para repetírselo a los alumnos en la universidad o en la escuela de la esquina, pero tenretni se despierta y, zas, lo arruina todo invitándolo a chatear con mujeres desnudas, a jugar maquinitas o a comprar un resort en una isla inexistente. En otras ocasiones, internet llega sola y el usuario, suspirando con alivio, aprovecha para revisar el correo, pero inmediatamente tenretni le roba por un segundo la personalidad a su rival y deposita en el buzón cinco mensajes de sus seguidores. El primero, de una chica rusa que, habiendo sido abandonada por un americano, quiere casarse con otro o algo parecido. El segundo, con el cuento de un sudafricano que quiere que le envíen dinero para quién sabe qué cosa. El tercero, invitando a digitar el número de la tarjeta de crédito, así no más, como si nada. Y el cuarto y el quinto, ofreciendo medicamentos prohibidos o chistes reenviados por personas en cuyas cualidades intelectuales creíamos hasta entonces.
Tenretni es una especie de virus, pero a veces también se encuentra en los antivirus, sobretodo en los e-mails enviados por amigos advirtiendo la presencia de otros virus. Es que en realidad se trata de una entidad mayor. Cuando, refiriéndome a ella en el párrafo anterior, escribí la palabra seguidores, no se trató de un descuido. Personalmente creo que, hija de dioses, tenretni es una deidad y, como tal, tiene sus seguidores. Ellos, seguramente, le ponen velitas, le rezan plegarias y le ofrecen sacrificios. Además, como de una religión se trata, siempre cabe la posibilidad de la conversión. O sea que uno puede haber compartido una información con un seguidor de internet y éste se puede convertir en servidor de tenretni y, a partir de entonces, usar la información compartida de manera insana.
Si sólo fuera eso no pasaría nada porque bastaría con aislarse y no volver a conectarse más nunca. Lo peor, lo peor de lo peor, lo verdaderamente insoportable es que, como sucede con todas las conversiones, nadie está exento de y ni siquiera escribir artículos sobre tenretni basta para inmunizarse contra ella. Por eso, uno puede estar trabajando tranquilamente frente a la computadora y, de repente, zas, el espíritu de tenrteni se aparece ante uno, lo obliga a cerrar el programa de escritura y abrir las páginas de un buscador o del Tribunal Supremo de Justicia, intentando comprobar si ya la muchacha de al lado se ha divorciado o buscando noticias, chistes o videos interesantes para enviárselos a los amigos a través de los bytes de una diosa que, ya usted y yo lo sabemos, se llama Tenretni.
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