Ha de ser un escritor, un gran lector quizás. O un devorador de entremeses. Su particularidad es estar presente en todo encuentro literario, sin importar la ciudad, el país o el continente en que esté se realice. Al final de cada actividad se acerca a un escritor y, sin mayores preámbulos, le lanza su pregunta:
-Escritor, ¿de dónde sos?
La primera vez que se acercó a mí fue en Málaga, a mis veinticinco años, después de una lectura más escatológica que literaria.
Hasta entonces yo había vivido en Venezuela, en un pueblito de montaña que se llama La Entrada porque a través de sus senderos se accede a Valencia desde Puerto Cabello. Asomado a la ventana, había visto pasar por la carretera miles de camiones que llevaban mercancía a la ciudad y, casi todas las tardes, los muchachos del pueblo que salían a desfilar con sus burras Una noche, durante el sueño, escuché una detonación. Semidespierto, mediodormido, corrí hacia la ventana y vi cómo cuatro hombres armados con fusiles y cuchillos caminaban llevando en medio de ellos un prisionero. Siempre creí que se trataba de Niehous y que sus acompañantes eran guerrilleros a los que a través de los años les he ido cambiando el nombre: Douglas Bravo, Teodoro Petkoff, Jorge Rodríguez o Hugo Chávez. A los doce años, me atreví a salir de la casa materna y comencé a recorrer los caminos de La Entrada. Era una carretera larga y vieja que caminaba todos los días hasta llegar a un punto donde las ramas de los árboles de uno y otro lado se entrecruzaban. Inicialmente, allí me sentaba y comenzaba a leer. Luego, me sentaba y me ponía a escribir. Por todo eso, cuando el devorador de entremeses me preguntó de dónde era, le respondí que de La Entrada.
-Pero, ¿no sos de Venezuela?
-Sí, pero fundamentalmente de La Entrada.
Luego, me tocó vivir en Barcelona. Primero, unos meses en Gracia. Y, luego, varios años en Sant Gervasi, a donde me fui porque había comenzado a salir con Giuliana y a ella le daban miedo los yonquis. En Sant Gervasi, en el carrer Bisbe Sivilla, pasé años escribiendo o soñando que escribía mientras contemplaba el jardín abandonado del antiguo Instituto de Puericultura. Ya al tercer año, supe que también era de allí.
-¿De dónde sos? -esta vez yo tomaba un aperitivo antes de la presentación de un libro.
-De la Entrada y del Carrer Bisbe Sivilla.
Una vez casados, Giuliana y yo decidimos invadir la casa de su madre en Salerno, en el número 122 de Via Arce. Fueron apenas dieciocho meses, pero en ellos aprendí italiano, comencé y terminé la tesis, vi las mejores películas de mi vida, leí sopotocientos libros e inicié la espera de mi primer hijo, Alessandro. Había, como siempre, una ventana, y en el fondo un castillo, el Arechi. Y, cuando salía al balcón, el pescivendolo me saludaba agitando un anguila y gritando mi nombre.
-¿De dónde sos?
-De La Entrada, del Carrer Bisbe Sivilla y de Via Arce.
El equipo de fútbol de Salerno me rescindió el contrato. De médico, claro. Y regresé a Venezuela. No a la casa materna. Ni siquiera a La Entrada. Sino a Caracas. Trabajaba en un hospital psiquiátrico, El Peñón, y vivía en Sebucán, en el apartamento que le había alguilado al acupunturista del Presidente Caldera. No escribí mucho en esos años, pero tumbado en la cama veía el Ávila y, cuando salía a caminar, una negra de doscientos kilos llamada Elpidia me vendía el periódico del día y me regalaba otros antiguos que contra toda lógica conservaba en su kiosko.
-¿De dónde sos?
-De La Entrada, del Carrer Bisbe Sivilla, de Via Arce y de Sebucán.
Luego Giuliana se vino a vivir a Valencia, en España. Y yo me vine detrás de ella, persiguiéndola. Así nació Letizia. Así decidimos vivir en una casita en las afueras de la ciudad, junto a un pueblo que se llama Puzol (como Pozzuoli de San Gennaro). Aquí, cuando llegó del trabajo en Castellón, ordeno mis libros y, fundamentalmente, desyerbo el patiecito.
-¿De dónde sos?
-De La Entrada, del carrer Bisbe Sibilla, de Vía Arce, de Sebucán y de Puzol.
-¿No te has olvidado de algo?
-Tiene razón. De todos los libros que he leído y me han hecho un huequito en el corazón.
3 comentarios:
Muy bonito y tierno. Cada uno es una mezcla de tantas cosas, en todas partes hay cosas buenas y malas. Es difícil decir de dónde se viene, pero esto no tiene ninguna importancia. La mezcla de tantas diferencias es la riqueza de una persona, del ser humano.
Me gusta mucho este cuartiento, y sobre todo la dulzura con la que está escrito.
Muy bonito el blog, escritor!!!
Un saludo
Anónimo
JO... aunque no sea muy literario, es una interjección que expresa todo lo que me ha hecho sentir este relato tan tierno. Y si, querido Slavko, te olvidaste de algo, también tienes un "patio en el corazón de mi familia", porque para nosotros sois como parte de ella.
Y tu, que no eres inmigrante, sino ciudadano del mundo, no haces más que enriquecer nuestros corazones con tu belleza de espíritu.
Besos
Maribel
riesgos dígame!yo una vez oí q la madre de J.M.Serrat, aragonesa de naciménto, dijo q ella era de la tierra de donde puede dar de comer a sus hijos, y me gusto. Decir q eres de donde has estado viviendo y por tanto aprendiendo, también me gusta. Ni q decir de todos los libros q has leído y de los q también has aprendido. Lo q me viene en este momento es q yo también soy de todas las personas q conozco y q en ellas hay algo en lo q me reconozco y así aprendo. Slavko, escritor, me gusta la frescura de tu cuartiento y espero leer y aprender de muchos mas.un abrazo de riesgos digamé!
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