¿Es posible querer a un hospital? Seguro que sí. He escuchado verdaderas declaraciones de amor al respecto:
-En este hospital nací, aquí murió mi padre Y nacieron mis hijos. Aquí quiero morir.
Nada más parecido a un matrimonio bien llevado, mejor avenido.
En el caso de los médicos es diferente: pocas veces se asocia el hospital a las transformaciones del cuerpo aunque éstas inevitablemente terminen llevándonos a él. Se prefiere el relacionarlo con el cambio psíquico que, contra toda evidencia científica, se presume evolutivo, y la adquisición de destrezas, construyendo así una especie de Bildungsroman en que los capítulos son las plantas y los servicios del centro en cuestión.
-En este hospital me formé. Es mi alma mater. Aquí, en el sótano, diseccionábamos los cadáveres antes de que pasaran a la morgue. Allí, en la primera planta, conocí a mi primera mujer. Era enfermera de la consulta de venéreas ...
Todo esto se dice (y se vive) también a través de la obra que se cree realizada:
-En mil novecientos cincuenta y tantos, fundé este servicio. Cuando llegué, era el único especialista en ... Y desde entonces soy jefe de ...
En mi caso, no puedo evitar relacionar los hospitales con las personas que dentro de ellos he querido. También los ambulatorios. Reconozco que a mi modo es también una especie de Bildungsroman.
Así mi vida ha pasado por los corredores de cinco o seis hospitales, los mismos por los que mi cuerpo ha paseado. Los recuerdo, uno por uno.
El Hospital González Plaza, en mi Valencia natal, con mi primera ex-novia seduciendo al imbécil de GH, a quien tengo tanto que agradecer. Con Pedro Téllez y su búsqueda del himen filosofal. Con Reynaldo Pérez So, que entonces escribía el poemario Px.
El Hospital Central de Valencia: Víctor, Diana y Perecita sosteniéndome entre sus brazos luego de la muerte de Leticia, mi hermana.
El Centro de Salud de La Guásima, con Rosario, la enfermera gigante y cirujana que multiplicó mi negligencia.
El Peñón, con Elena, Alberto y Ana Lourdes. Con Katy y Rafael. Con Virginia y Jeannette. Carretera por pasillo. Árboles en lugar de ventanas. Y una ambulancia convertida en tiesto en uno de los patios.
Ahora he agregado un nuevo hospital a mi lista de elefantes cariñosos: el Hospital General de Castellón. En su recuerdo estárán para siempre Joan, Jose, Laura, Ana, Mamen, Idoia y Viviana. María Ana y Carmen. Paqui y Emilio. Félix y Mayte. Raúl y José Luis.
Hospitales del alma. Elefantes tan queridos. Si tengo que volver, espero que me atiendan mis amigos: que estén ebrios.
-En este hospital nací, aquí murió mi padre Y nacieron mis hijos. Aquí quiero morir.
Nada más parecido a un matrimonio bien llevado, mejor avenido.
En el caso de los médicos es diferente: pocas veces se asocia el hospital a las transformaciones del cuerpo aunque éstas inevitablemente terminen llevándonos a él. Se prefiere el relacionarlo con el cambio psíquico que, contra toda evidencia científica, se presume evolutivo, y la adquisición de destrezas, construyendo así una especie de Bildungsroman en que los capítulos son las plantas y los servicios del centro en cuestión.
-En este hospital me formé. Es mi alma mater. Aquí, en el sótano, diseccionábamos los cadáveres antes de que pasaran a la morgue. Allí, en la primera planta, conocí a mi primera mujer. Era enfermera de la consulta de venéreas ...
Todo esto se dice (y se vive) también a través de la obra que se cree realizada:
-En mil novecientos cincuenta y tantos, fundé este servicio. Cuando llegué, era el único especialista en ... Y desde entonces soy jefe de ...
En mi caso, no puedo evitar relacionar los hospitales con las personas que dentro de ellos he querido. También los ambulatorios. Reconozco que a mi modo es también una especie de Bildungsroman.
Así mi vida ha pasado por los corredores de cinco o seis hospitales, los mismos por los que mi cuerpo ha paseado. Los recuerdo, uno por uno.
El Hospital González Plaza, en mi Valencia natal, con mi primera ex-novia seduciendo al imbécil de GH, a quien tengo tanto que agradecer. Con Pedro Téllez y su búsqueda del himen filosofal. Con Reynaldo Pérez So, que entonces escribía el poemario Px.
El Hospital Central de Valencia: Víctor, Diana y Perecita sosteniéndome entre sus brazos luego de la muerte de Leticia, mi hermana.
El Centro de Salud de La Guásima, con Rosario, la enfermera gigante y cirujana que multiplicó mi negligencia.
El Peñón, con Elena, Alberto y Ana Lourdes. Con Katy y Rafael. Con Virginia y Jeannette. Carretera por pasillo. Árboles en lugar de ventanas. Y una ambulancia convertida en tiesto en uno de los patios.
Ahora he agregado un nuevo hospital a mi lista de elefantes cariñosos: el Hospital General de Castellón. En su recuerdo estárán para siempre Joan, Jose, Laura, Ana, Mamen, Idoia y Viviana. María Ana y Carmen. Paqui y Emilio. Félix y Mayte. Raúl y José Luis.
Hospitales del alma. Elefantes tan queridos. Si tengo que volver, espero que me atiendan mis amigos: que estén ebrios.
3 comentarios:
Esperemos que este capítulo del Bildungsroman que ha sido el SPRL haya sido provechoso.
Había escrito una broma sobre tu procedencia, pero como imagino que tu madre será seguidora fiel la he borrado. ¡Encantado, señora, de haber conocido a su hijo!
te he descubierto y te felicito por tu forma de escribir. saludos
Yo también amo a ciertos hospitales, desde ambos lados, tanto que me pasé doce dias en uno a pension completa. Lo malo es que no podía expresar Egosiones ni leer cuartientos, y eso si que es duro... Abrazo
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