Sin embargo, resulta inexplicable que
una patología pueda llamarse la quinta enfermedad, como si se
tratara de la quinta columna, la quinta rueda, la quinta república o
la última de las cinco patas del gato. Obviamente esto escribo
porque hay una, el estúpido eritema infeccioso, causada por el
parvovirus B19. Es la quinta enfermedad, una enfermedad de origen
vírico y recuperación rápida que inicialmente cursa con una
erupción en las mejillas del niño, que en otros tiempos, cuando
ciertos rutinas eran permitidas, fue conocida como la enfermedad de
la bofetada.
En este caso la ordenación no obedece
a la CIE, sino a un elenco de las enfermedades eruptivas de la
infancia. Pero no es un elenco del todo justo y no siempre la quinta
está después de la cuarta. Se podría pensar en un gato todavía
con más patas, en un país con más repúblicas, en un ejercito con
más soldados. Pues sí, es absolutamente posible. De hecho lo que
en España es la quinta enfermedad, según del criterio del pediatra tratante, en Italia podría ser la sesta
malattia.
Esta perorata parvoviriana
tiene que ver con que la quinta enfermedad ha atacado en masa a los
niños de la clase de mi hija. A las cuatro de la tarde, todos salen
rojitos corriendo a saludar a sus padres. Hay quien no se ha hado
cuenta y piensa que el niño ha llevado mucho sol. Otros sospechan
que han exagerado con las cremas o que no les han puesto protección
solar. Otros recuerdan las bofetadas recibidas y el más despistado
piensa que su hijo es el más sano del colegio y que por ello sus
mejillas sonrojadas saludan al mundo.
Los niños en todo caso van felices y,
como a pesar del último cuartiento, está de moda pintar corazones,
los pintan con las mejillas coloradas, como si el eritema infeccioso
pudiera también instalarse en el pericardio.
No acabará allí este cuartiento,
porque el asunto es que la quinta enfermedad, el estúpido parvovirus
también puede afectar a los adultos. Aunque es un poco raro,
eventualmente los ataca. Las prefiere mujeres y el hijodelagrandísima
puta se ha fijado en mi parte femenina, que debo tenerla y me siento
satisfecho de ella, y me ha atacado completamente. Mis mejillas no
enrojecieron, porque no es ésa la manifestación preferida en estas
edades, pero mis manos se hincharon y así todas mis articulaciones.
El dolor producido pareció por un momento que cambiaría mi vida e
incluso llegué a temer por ella. Nuevamente la teoría ha tenido la
razón y no era para tanto. De hecho los síntomas están
desapareciendo, igualito que los dinosaurios. Me quedan de esta
experiencia dos cosas para compartir con ustedes. La primera, que los
corazones con la quinta enfermedad son más bonitos que sin ella. La
segunda, que no moriré de una enfermedad infantil. Claro, ya tengo
41 años.
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